• 16/12/2024 00:00

Arte de lo imposible

Y es que la política es el arte de lo imposible. Es imposible que aquellos que se turnan en el poder, que nunca viene alguno nuevo, tengan la solución para problemas que ellos mismos han causado

La pandemia no cambió a nadie. En un intento de romantizar la crisis, quisimos plantearnos la posibilidad de que cuando terminaran las restricciones, saldríamos renovados, mejores. Pues no.

Seguimos siendo los mismos juegavivos, clientelistas de siempre, que queremos que el peso de la ley le caiga a los demás, mientras que a nosotros se nos permita tener “salvoconductos” morales para hacer lo que nos venga en gana.

Seguimos siendo la población a la que le encanta que le mientan. Sí, nos encanta que nos engañen siempre y cuando el discurso mediante el cual nos apliquen la dosis de falacia diga lo que queremos escuchar. Frases como “la patria unida”, “cero corrupción”, “el pueblo primero”, y “no más de lo mismo” son apenas ejemplos de las hermosas mentiras con las que aquellos sin principios logran dirigir a los que no tienen memoria, al mejor estilo de Voltaire.

Y es que la política es el arte de lo imposible. Es imposible que aquellos que se turnan en el poder, que nunca viene alguno nuevo, tengan la solución para problemas que ellos mismos han causado. Pero nos venden esa fantasía y nos la creemos en los efímeros instantes que dura nuestra molestia con el régimen en poder, y nuestro enamoramiento por el próximo en la rotación.

Una vez que el nuevo asume el poder, se muestra como lo que es, y pasamos del amor al odio. Y en ese caldo de cultivo crece la aversión por aquel que vendría a salvarnos, y volvemos a querer a quien nos engañó, tan sólo cinco años antes. Ciclo perfecto para los partidos políticos tradicionales que dependen de un pueblo inculto, capaz de venderse por una lámina de zinc, para existir en este lodazal que quieren llamar democracia.

En los partidos hay gente buena, pero esas no son las figuras que promueven pues son una amenaza a la pirámide de suciedad que han construido. Y mientras tanto, sufre mi Panamá.

No hay pandemia que cambie la mentalidad de aquellos que defienden a los que mejor les paguen. Que acá no hay justicia. Acá hay un mercado en el cual se compra y se vende de todo, pero en el que sólo pueden comprar aquellos que poseen las monedas necesarias. Y todo tiene un precio.

Muchos ciudadanos critican la corrupción de los funcionarios públicos, pero no porque sea un delito, no. Acá hemos desarrollado la mentalidad de que hay que criticar cuando otros lo hacen, no porque esté mal, sino porque quisiéramos ser nosotros los beneficiados con el dinero fácil. Es una lógica de “quítate tú, pa ponerme yo”. No es por el país, es por nuestro egoísmo, por nuestra ambición e ignorancia. Y así nos va.

En nuestro país el sistema protege y defiende al criminal, mientras expone a las víctimas. Agarran a un ladrón, a un violador o a un asesino y de una vez les tapan el rostro. Deben mostrarlo para que el resto de la población pueda ver de quién se trata, y así cuidarse en caso de verle. ¿A nadie más le parece que eso está mal? ¿Por qué defienden a los malos, y desestiman a los buenos? No es culpa del gobierno. La culpa es de nosotros, que votamos sin visión ciudadana.

Cuánta falta nos hacen ahora mismo profesionales capaces y honestos, que perdieron la oportunidad de representarnos con dignidad, debido a que nosotros votamos por alguien que “se veía bien” en un programa en el que la ropa escasa era la tónica.

El país se levantará cuando elijamos personas capaces, coherentes y que demuestren con hechos sus aptitudes. Basta de tanto discurso vacío. “Hagan lo que digo, no lo que hago”. Es imposible que aquellos que no tienen que esforzarse por mantener una Familia ganando salarios de hambre, entiendan que la vida es difícil. Es imposible que alguien sin conocimientos, y que gane un jugoso salario, aporte algo valioso a la gestión democrática. Es imposible que las próximas generaciones vean como necesaria la educación, al percibir que los que más cobran son los que menos estudian. Es imposible que el país avance, si los que deciden los rumbos no son aptos para tomar decisiones. Es imposible que los órganos del Estado funcionen, si sus inquilinos no buscan honrar su investidura, sino que les interesa solamente el “¿qué hay pa’ mí?”.

Es imposible que una clase que vive del esfuerzo de los demás, y que es la que decide el rumbo del país, haga alguna cosa para que su cómoda vida cambie. Debería ser imposible que un país bendecido como el nuestro no surja debido a las pésimas gestiones que, irónicamente, hemos elegido nosotros mismos. No vivimos en una Democracia. Vivimos en una repetición cíclica de tomar malas decisiones. ¿Aprenderemos algún día, o se acabará el país antes de que cumplamos la curva de aprendizaje?

¡Dios nos guíe!

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