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- 31/03/2025 00:00
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, revolvió el avispero al confirmar que el 2 de abril anunciará la imposición de aranceles a las importaciones que su país recibe desde cualquier parte del mundo, aunque por ahora excluye a la de autos que contengan valor agregado estadounidense.
Paralelamente, ese mismo día lo hará con aquellos países que compren petróleo venezolano, pero no por razones comerciales, sino políticas, en flagrante violación del Derecho Internacional y del respeto a la soberanía e independencia de las naciones.
El boicot que pretende establecer al petróleo venezolano lo justifica con una interpretación unilateral y sin pruebas, de que la administración de Nicolás Maduro debilita las instituciones democráticas relacionadas con los procesos electorales, mala gestión económica y corrupción pública, crisis humanitaria y de salud pública y emigración forzada, como si el gobierno de Venezuela radicara en la Casa Blanca.
El argumento de Trump para justificar la guerra arancelaria y comercial que está desatando con absoluta conciencia de lo que hace, es que con esa medida protege a la industria de su país, el empleo, aumenta los ingresos fiscales y hace crecer la economía, pues esos impuestos aduaneros le reportarán al fisco estadounidense, según sus cálculos, entre 600 mil millones y un billón de dólares en los próximos dos años.
No repara en que, en esa misma cuantía, y más aún, se encarecerá la vida del ciudadano estadounidense porque el arancel se trasladará al consumidor.
Pero ahí no está el ajo del asunto, aunque un ingreso adicional de esa magnitud sea muy importante en las finanzas públicas. La cuestión básica parece radicar en el uso beligerante que le está dando al sector aduanero para presionar y doblegar a adversarios y aliados en su política de reconquistar un hegemonismo irrecuperable en el concierto de naciones, lo que él denomina Make America Great Again (MAGA) es decir, que Estados Unidos vuelva a ser grande otra vez.
En su propósito imperial no le importa mentir ni tergiversar términos económicos, al calificar como pérdidas el déficit comercial frente a muchos de sus partners cuando sabe que no es exactamente así. A ese desbalance le denomina robo financiero a Estados Unidos por parte de países que le venden sus productos.
Trump y su equipo asumen que, aunque una guerra arancelaria siempre es muy peligrosa y puede llevar a una recesión económica a Estados Unidos, el objetivo de reconquista del comercio mundial es un incentivo grande para correr esos riesgos. Así se interpretan recientes declaraciones del secretario de Comercio, Howard Lutnick, quien aseguró a la cadena CBS que las políticas económicas de Trump “valen la pena” aunque provoquen un estancamiento.
Hay otros peligros muy serios para la propia economía estadounidense que están por ver, como es el hecho de que en este mundo globalizado la interconexión económica es muy generalizada y un daño en un eslabón cualquiera, aunque sea lejano, incide negativamente en toda la cadena.
En el caso específico de EEUU, su economía está estrechamente conectada a países como México y Canadá, al igual que con sus socios comerciales de Europa Occidental, en particular Alemania, que están entre las principales afectadas por las medidas arancelarias que Trump detallará el 2 de abril.
Esto indica que se debe estar más atento a la aplicación de los altos aranceles que piensa imponer, que al enunciado en perspectiva, pues hay que esperar a ver si su ejecución es factible en los términos planteados de un 25 por ciento a las importaciones que solamente se ha aplicado en situaciones excepcionales en momentos de guerra comercial. En tiempos normales, se mueven en un rango lógico menor al 2,0 por ciento.
Lo que resalta de todo este enredo, es que, al igual que en su primer gobierno rompió todos los factores de diálogo y equilibro en las relaciones internacionales a pesar de los peligros de la carrera armamentista, Trump ahora hace añicos la diplomacia tradicional y la negociación para imponer en su lugar la amenaza arancelaria y el castigo comercial como su arma preferida –según admitió- para intentar que los demás países se plieguen a su voluntad, lo cual en realidad es un sueño en una noche de verano.
Por supuesto que ya hay reacciones que el equipo de Trump deberá tomar en cuenta porque a estas alturas no van a encontrar sumisión ni entre sus aliados y menos todavía entre sus adversarios, lo que indica que, si finalmente libra la guerra en las aduanas, se va a producir mucho daño y sus consecuencias pueden ser devastadoras para el mundo, incluido Estados Unidos.
Ya México, Canadá y China, que concentran no menos del 40 por ciento de la importaciones que recibe EEUU, advirtieron que están preparados para enfrentar al agresor y, como mínimo, aplicar medidas equivalentes, aunque eso está en los cálculos del equipo de Trump y es lo que prevalecerá a la hora de tomar decisiones, las cuales puede que no sean de inmediato e incluso que no se puedan aplicar en la cuantía pensada, en dependencia de los daños que reciban las empresas estadounidenses y el propio gobierno en las relaciones con los países afectados.
La Unión Europea adelantó estar lista para ejecutar medidas de represalia por valor de más de US$ 28.000 millones en respuesta a los impuestos a la importación de acero y aluminio, y eso no es una amenaza, sino un mecanismo de defensa. Beijing, por su parte, declaró que “si Estados Unidos persiste en librar una guerra arancelaria, una guerra comercial o cualquier otro tipo de guerra, China luchará contra ellos hasta las últimas consecuencias”, advirtió el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Lin Jian.
Y Claudia Sheinbaum, la presidenta mexicana que se le ha parado bonito al mandatario vecino, prometió a sus compatriotas responder con medidas “arancelarias y no arancelarias” a los impuestos aduaneros de Trump.
Con Canadá tendrá que sopesar las consecuencias de lo que pretende hacer, pues ya el gobernador de Ontario anunció un recargo del 25% a la electricidad que este territorio vende a tres estados de EEUU y sin la cual se paraliza buena parte de la industria estadounidense.
Como decíamos, la guerra arancelaria se le puede convertir en un boomerang a Trump, y en lugar de recuperar fábricas y crear empleos como él dice sin mostrar pruebas ni proyectos, podría acelerar la llegada de una recesión económica, e incluso una estanflación por el encarecimiento de los productos que importe y de los que produzca con una mano de obra muy cara.
En cuanto a la amenaza de aplicar extraterritorialmente a terceros países un 25 por ciento a los productos que exporten a EEUU si le compran petróleo a Venezuela, es una aberración jurídica y una decisión ilegal e incongruente, la cual quedó demostrada cuando fue exceptuada de ella la empresa estadounidense Chevron a la cual le prorrogó el plazo para que siguiera presente en esos campos petrolíferos, lo cual hubiera significado que seguirìan importando crudo venezolano.
Sin embargo, rápidamente corrigió el desfase y pocos días después Trump retiró la licencia a Chevron emitida el 26 de noviembre de 2022 durante el mandato de su predecesor Joe Biden. En declaraciones a Truth Social, explicó que ha revertido concesiones previas, aunque no mencionó directamente a esa empresa.
Como dijo recientemente el politólogo Steven Levitsky, con Trump “es una situación política tan aterradora como creo que no teníamos desde la Guerra Civil”. Y agregó lacónicamente: está en curso “el mayor asalto a las instituciones democráticas de EEUU en la historia moderna”.