“Si tú lo haces, es malo. Si yo lo hago, es legal”. Al venir desarrollando un discurso tan absurdo, ciertos grupos han tratado de borrar palabras y sus significados del idioma, pues no sirven a sus propósitos. El término “bueno” no aparece en la premisa inicial porque el asunto sobre el cual se debate no permite la utilización de este.

En otras palabras, los interlocutores conocen muy bien su significado y su cerebro, si bien está desprovisto de un breaker de pudor, entiende que el uso de ese término socavaría la poca credibilidad de su afirmación, quitando cualquier tela de duda de que lo que afirman es completamente falso. Una desvergonzada mentira.

Este corto ejemplo debería bastar para entender que aquello que los leguleyos comprables han hecho ver como “legal” no es ni remotamente cercano a “bueno”. Y la ciudadanía, lenta a emular las buenas costumbres, pero cuál rayo para copiar las malas, acepta aplaudiendo de pie baladíes justificaciones de aquellos que aseguran que el delito no es tal cosa, si tienes con qué comprar los resultados.

¿En qué cabeza cabe que, teniendo un sistema completamente sesgado al beneficio del delito, la ciudadanía buscaría hacer el bien?

Los gremios, arengados por líderes negativos, calientan las cabezas de sus huestes con argumentos ambiguos, pero que llevan algo de realidad. En sus discursos dicen “pelea por tus derechos”. En realidad, quieren decir “si tú, que estás en poder, puedes cobrar sin trabajar, yo también debería poder hacerlo”.

Frente al ejército de botellas que drena la sangre estatal quincenalmente, ¿quién tiene la dignidad para decir que eso no sucede? Y cuando las autoridades salen ante los medios, según ellos a frentear, justificando la existencia de las botellas so pretexto de que “no se pueden sacar”, en vez de apagar el fuego, logran un efecto como aquel de un galón de gasolina siendo arrojado a un fogón.

“¡¿No se pueden sacar?!” No soy abogado. Trato de usar el sentido común, que es el menos común de los sentidos. Si en algún momento se hizo una ley torcida para “legalizar” el botellismo en la burocracia estatal, se puede hacer otra ley enderezadora con la cual se derogue el anterior error, y se retome el rumbo. Esto es, si en realidad buscan solucionar el asunto. Pero (siempre pero), si solo gustan de ejercer sus habilidades de oratoria falaz, pasará otro período gubernamental y esto seguirá siendo exactamente la misma vaina.

Nunca les pasa nada a los pillos de cuello blanco, pero a los que cazan iguanas, boleto exprés pa´ Punta Coco.

La doble moral se enquistó de tal manera en nuestra cotidianidad, que ya nos resulta aceptable salir en redes a exigir que el alcalde sancione fuertemente a los que se estacionan sobre las aceras, pero cuando somos nosotros los que buscamos estacionarnos cerca del negocio u oficina a la que deseamos ir, una acera o un estacionamiento reservado para personas con alguna discapacidad, se vuelve un objetivo “legal” para atender nuestra necesidad.

La doble moral seguirá siendo norma, mientras las autoridades digan en su discurso que buscan a los mejores miembros de nuestra sociedad para que nos representen en otros países, pero vemos ex habitantes del hemiciclo, morisquetos y hasta borrachos, todos amigos del poder, nombrados cónsules y embajadores. Soy ingeniero, y he visto concreto menos resistente que las caras de muchos de los que han pasado por su “entrevista de capacidades”. Es un nuevo nivel de dureza.

La doble moral seguirá siendo la medida a la hora de que los gremios exijan sus derechos, perjudicando a terceros, cuartos y hasta quintos en el proceso. Mientras las autoridades pregonen que buscan el mejor talento y capacidad para contratar directores y asesores, pero el país vea cómo eligen a un panadero empírico para que desarrolle y revise documentos técnicos y científicos, les dan la razón a los cabeza calientes.

¿Qué ejemplo creen que les envían a los jóvenes con esas actuaciones? ¿Qué estudien para que sean el futuro del país? No señor. Acá les dejan claro que el futuro (hasta que se lo acaben) pertenece al que tiene palanca, no al que se esfuerza honestamente. Promoviendo al incapaz, se castiga el talento. Premiando la mentira, matas la verdad.

Se celebran las muertes violentas de cantantes, cuyas letras buscan romantizar el crimen, cual si fueran ejemplos a seguir, pero, al maestro que muere tratando de llegar a su puesto de trabajo por vías destruidas y por demás peligrosas, se le relega a un panteón más terrible que el funerario, el panteón del olvido, del silencio y la desesperanza, pues acá nada mejorará mientras las autoridades no busquen mejorar, pero de verdad.

La doble moral es la madre de la corrupción, pues siempre habrá un sistema diferente de medida para juzgar lo actuado por un ciudadano común, y otro para juzgar lo hecho por los megadelincuentes, que no roban solamente plata; roban carreteras, puentes, salud, educación y el futuro de todos.

Sin corrupción hay futuro, pero su erradicación tiene que ser prioridad y compromiso, no discurso de campaña política. Aún estamos a tiempo, señores.

Dios nos guíe.

*El autor es ingeniero
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