El presidente de Colombia, Gustavo Petro, llegó ayer a Panamá para reunirse con su homólogo, José Raúl Mulino, y conversar sobre la crisis migratoria que impacta a ambos países -ahora de manera inversa, de norte a sur-, narcotráfico y seguridad como temas principales. Sin duda, una oportunidad valiosísima para fortalecer la diplomacia, la cooperación internacional y el apoyo bilateral. En temas de seguridad no debe perderse el foco en Darién, porque aunque la migración irregular está prácticamente controlada, los criminales ya conocen las rutas de penetración para expandirse en la región. El Clan del Golfo y otras bandas siguen dominando y extendiendo sus tentáculos y, si no existe una comunicación y estrategia efectiva y oportuna, estas organizaciones se afianzarán más. El proyecto de interconexión eléctrica binacional también debería estar sobre el tapete colombo-panameño, porque su ejecución podría reforzar, de una vez por todas, la integración energética de América Latina. En otro contexto, hay que reconocer que mientras Donald Trump hacía ruido sobre su intención de recuperar el Canal, el presidente Petro reaccionó de inmediato: “Hasta las últimas consecuencias estaré del lado de Panamá y la defensa de su soberanía”. Sea cual sea la razón, ha sido uno de los pocos presidentes que ha manifestado su espaldarazo ante las amenazas estadounidenses. Por todo ello es imperativo que, más allá de las diferencias que existan, Colombia y Panamá deben procurar amistad y trabajar juntos para evitar fracasos que perjudiquen a ambos pueblos.

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