La mayor ciudad de la frontera sur de México, Tapachula, emplea a migrantes que quedaron varados por las restricciones del presidente de Estados Unidos,...
- 15/02/2025 07:53
Agente diplomático por vocación, agente policial por accidente
El 24 de octubre de 1912 se restableció la “Legación del Perú” en Panamá -como entonces se denominaba a la, hoy, embajada- y el señor Emilio Rodríguez Larraín, que ejercía labores de Cónsul General, fue nombrado Encargado de Negocios del Perú en Panamá.
Al poco tiempo, Belisario Godoy que quedó conduciendo el consulado, terminó funciones el 8 de diciembre de ese año (Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, Caja 632, file 16, doc.126, año 1912).
Nadie podía imaginar que Rodríguez Larraín -y su ayudante administrativo Julio Noriega que reemplazaría a Godoy- protagonizaría una rocambolesca historia de cooperación policial que se inició con un pedido de estadísticas laborales solicitado por Lima acerca del número de obreros peruanos que trabajaban en el Canal.
Rodríguez Larraín, en enero de 1913, responde indicando que no ha encontrado las mencionadas estadísticas en el consulado pero asegura que en el último decenio han trabajado unos cinco mil compatriotas en Panamá y tiene el tino de coordinar con las autoridades estadounidenses del Canal para contar con una data segura (MRE, Caja 646, File 5, doc.4,1913). Tres meses después informaba a la cancillería peruana que había reiterado su pedido ya que los estadounidenses no responden (MRE, Caja 646, File 5, doc.23,1913).
Emilio no se queda cruzado de brazos y decide emprender su propio levantamiento de información. Paralelamente, preparó un informe acerca de lo bien considerada que estaba la mano de obra peruana en el Canal donde destacaba como soldadores y mecánicos y que las autoridades estadounidenses habían decidido abonar tres centavos de dólar oro más por hora trabajada a los obreros peruanos lo que significaba un bono de 24 centavos de dólar oro por día (MRE, Caja 646, File 5, doc.8,1913).
Como era previsible, los norteamericanos solicitaron al consulado la certificación de nacionalidad de estos trabajadores. En aquellos días -una época sin posibilidades de una verificación de identidad en tiempo real- el reglamento consular se basaba en la buena fe y señalaba que bastaban dos testigos que afirmasen que el interesado era peruano para cumplir con el requisito y contar con el documento emitido por el cónsul.
Noriega y Rodríguez Larraín se percatan que ese procedimiento podría ser burlado si personas inescrupulosas se presentaban como testigos falsos por lo que empiezan a acopiar evidencias de conductas fraudulentas. De pronto, al inscribir las entonces recientes defunciones de trabajadores peruanos del Canal y del puerto de Balboa señores Ovidio Quevedo, José Castillo, Guillermo Mapooleg, Víctor Pérez y Antonio Montes, fallecidos en el hospital Santo Tomás (MRE, Caja 646, File 5,doc.1,doc.12,doc.28,doc.58,doc.68,1913), encuentran que presuntos homónimos se estaban presentando para el trámite de certificación de nacionalidad por lo que deciden denunciar un tráfico de identidades para inscribir personas extranjeras como peruanas.
Sus indagaciones los llevan incluso a recorrer el camposanto de Panamá para recabar los nombres de sus coterráneos enterrados en él y cotejar esa información con la lista de peticionarios que iniciaban trámites ante el consulado. En opinión de Rodríguez Larraín, la única explicación que encuentra para el actuar deshonesto de esas personas es la ambición y el afán de engañar a las autoridades del Canal para gozar de los beneficios otorgados a los trabajadores incas. Wenceslao Varela, nuevo Canciller de Panamá en 1913, toma cartas en el asunto y propicia la intervención de la policía para combatir la mafia de identidades (MRE, Caja 646, File 5, doc.20,1913).
Se producen redadas y detenciones conservándose en reserva la nacionalidad de los infractores. Lo anecdótico es que veinte años después, cuando los nazis empiezan a crear una red de espías en los Estados Unidos, tomaron nombres de las lápidas de los cementerios para dotar de identidades falsas a sus agentes.
Se ignora si la lucha contra el fraude de identidades iniciada por el cónsul peruano tuvo un efecto disuasivo o si esa mafia se extinguió cuando, un año después, con el inicio del funcionamiento del Canal se produjo el licenciamiento de miles de trabajadores, peruanos incluidos.
Rodríguez Larraín dejó Panamá hacia Nueva York en el último trimestre de 1913 al ser comisionado para estudiar una ruta de vapores que uniera Iquitos (en la selva amazónica peruana), Colón y Nueva York mientras que Noriega se quedó al frente del consulado hasta que llegó el nuevo Cónsul General Joaquín Miró Quesada (MRE, Caja 660, file 1,doc.11,1914).
Y será este peruano de ancestros panameños quien se reunirá con las autoridades del Canal para la repatriación de los obreros peruanos sin empleo, organizando la salida de los más necesitados en el buque “Urubamba” que venía de Europa (MRE, Caja 660,file 1,doc.75,1914).
En su informe Miró Quesada señaló que al iniciarse la “Gran Guerra” quedaban entre cuatrocientos y quinientos peruanos trabajando para el Canal, hecho que abrió una nueva página de cooperación diplomática entre Panamá y el Perú.
*El autor es exembajador peruano