Trump II y su destino manifiesto

La estrategia de Trump pasa por reestablecer viejos esquemas de negociaciones desde y por la fuerza, sirviéndose de todos los instrumentos de poder económicos y políticos a los que puede recurrir. Este es el escenario desde el que opera, y ese, su “destino manifiesto”

El triunfo de Donald Trump, en la segunda contienda por la presidencia de Estados Unidos, se dio en un entorno de crisis de hegemonía y crisis del modelo neoliberal globalizador, similar a la primera elección; es decir, en un contexto estructural económico, social y político doblemente adverso y contradictorio para aquel país. Su discurso se mantuvo en cuanto a la necesidad de revertir y, supuestamente, subsanar los efectos del modelo neoliberal y lograr el reposicionamiento de Estados Unidos en el escenario mundial.

No obstante, la estrategia seguida por el mandatario a comienzos de esta gestión cambió sustancialmente, al ensayar una nueva forma de relacionamiento externo, particularmente hacia América Latina, a partir de un cambio en la política exterior, caracterizada por una diplomacia de fuerza, chantaje e imposiciones, además de exhibir una mayor excentricidad personal. Trump afirma su narrativa política en la percepción de una parte importante de la sociedad estadounidense que considera que el país perdió aquella condición vital, fundamental en la construcción y mantenimiento del llamado “sueño americano”.

Estados Unidos, entre finales de la Segunda Guerra Mundial y mediados de la década de 1970, fue una potencia con hegemonía mundial plena, condición que, paradójicamente, mantuvo hasta el fin de la Guerra Fría. Durante ese largo periodo, la existencia de un enemigo externo operó como factor de cohesión social y político, al que podía apelar a fin de desplazar y enmascarar las contradicciones propias del modelo económico y social prevaleciente.

Estados Unidos siempre ha necesitado de cualquier pretexto o creación de alguna supuesta amenaza externa para justificarse y actuar atribuyendo culpabilidad a segundos o terceros de una u otra situación, así fuera el resultado de sus propios desaciertos, desatinos, decadencia o derrotas. Al perder esta posibilidad, como aconteció, no solo afrontó su debilitamiento interno y su insoslayable realidad, por lo que tuvo que recurrir a otras estrategias de legitimación, como la creación de nuevas amenazas: ya fueran los negros, los migrantes, el narcotráfico, entre otras situaciones, grupos o minorías.

La doble crisis actual

La hegemonía no implica solo el predominio de un país sobre otro, o sobre el resto del mundo; en todo caso, corresponde a la posibilidad de éxito en la imposición de un proyecto o modelo económico, social y político, así como a la capacidad de asegurar el liderazgo y legitimidad interna y también mundial o global. La crisis de hegemonía es, en este sentido y en primera instancia, interna, al enfrentar la disyuntiva por la imposición de uno u otro modelo económico: el centrado en los Estados nacionales, pero altamente conservador, o el modelo globalizador y neoliberal, supuestamente, consistente con la dinámica expansiva del capitalismo en la fase actual.

De ello, se colige la manera en que la disputa por la hegemonía global al interior de Estados Unidos tiene como centro las tensiones y confrontación en la estructura de poder bicéfala del país y la lucha por la imposición de dichos modelos que, como tales, tienen su expresión política a través de los dos partidos tradicionalmente hegemónicos: el Partido Demócrata y el Partido Republicano, dos visiones no enteramente antitéticas, pero con concepciones, énfasis y formas de aplicación que se distinguen particularmente en el ámbito geopolítico.

La crisis de hegemonía de Estados Unidos debe ubicarse en el contexto de crisis del sistema capitalista y crisis del modelo neoliberal globalizador, y sus consecuencias económicas y sociales adversas para el país. Desde ese marco de referencia, cabría sostener que Estados Unidos, la nación más imperialista del mundo es, a la vez, antiglobalizadora; esto es, no apta para la competencia global. Su excentricidad, enraizada en su propia identidad nacional, y su dificultad para competir en la economía mundial hacen patente su vulnerabilidad y debilitamiento estructural.

Durante aquel modelo, generado con la Segunda Guerra Mundial, el esquema de relacionamiento internacional de Estados Unidos privilegió la negociación bilateral o, más concretamente, la imposición fundamentada en su condición de país preponderante. En ese contexto, dominó y fue internamente próspero y hegemónico a nivel mundial. Trump cree encontrar la salida a la doble crisis actual, recurriendo a aquella fórmula o esquema para la redención del país, haciendo realidad aquellos principios y logros, como parte de la estrategia política de expansión regional y mundial.

Trump y su “nueva” misión

Durante su primer gobierno, Trump enfatizó en las condiciones económicas internas del país, pero subestimó el elemento geopolítico externo. En sentido estricto, en su segundo mandato retrocede a las raíces de la doctrina Monroe, a 200 años de su formulación original y la proclamación del lema “América para los americanos”, con la que se estableció la región como extensión territorial de Estados Unidos y se rechazó cualquier intento de conquista o intromisión extracontinental europea.

En su retorno, parece mantener sus objetivos, pero cambiando la estrategia. Mientras que en su primera gestión quiso presentarse como un nacionalista que terminó por “aislar” mucho más a Estados Unidos, esta vez, busca “corregir” aspectos de su primer gobierno, tratando de adecuar y emular la estrategia de amenaza, control y dominación ejercidos durante el periodo de hegemonía.

Trump intenta recuperar la hegemonía perdida de Estados Unidos con el restablecimiento del modelo económico industrializador, pero esta vez, lo hace abandonando el discurso populista que mantuvo durante su primera administración, cada vez más distanciado de las clases trabajadoras y clases medias, que le ratificaron su apoyo, y mucho más cercano a sectores capitalistas de las grandes corporaciones digitales.

En cuanto a su relacionamiento externo y su política exterior, ahora mucho más apegada a los principios de la doctrina Monroe, opera en dos sentidos: por un lado, anteponiendo a la globalización neoliberal el modelo proteccionista económico que promueve y, por el otro, ampliando el ámbito de influencia de Estados Unidos hacia América Latina. Su misión y proyecto inmediato y a largo plazo tiene como objetivo contener el proceso de expansión comercial de China y su presencia, particularmente en la región, considerada como una amenaza para los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos. No sucede así con Rusia. Inclusive una eventual alianza con Putin es posible, con tal de obstaculizar el avance del gigante asiático y su proyección económica global.

Un escenario incierto

Estos son algunos de los cambios o ajustes en esta administración, que no solo implican la disputa interna y mundial por la imposición de uno u otro modelo económico; sino, además, el intento por hacer valer los intereses imperialistas de Estados Unidos. De ahí que Trump desarrolle una agresiva política exterior de imposiciones, coerción y amenazas, aparentemente irracional, enfocada en el ideal de reposicionar a Estados Unidos “como la nación grande que fue” y que, como tal, se haga sentir en la diplomacia internacional y vuelva su mirada hacia América Latina. La estrategia pasa por reestablecer viejos esquemas de negociaciones desde y por la fuerza, sirviéndose de todos los instrumentos de poder económicos y políticos a los que puede recurrir. Este es el escenario desde el que opera, y ese, su “destino manifiesto”.

El autor es miembro activo del colectivo de trabajo de CLACSO. “Estudios sobre Estados Unidos”

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