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- 01/01/2022 00:00
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Cuando pensamos en mascotas por nuestra cabeza pasan imágenes de perros, gatos y demás animales de compañía, si bien estamos en lo correcto, en el caso japonés, no serían esas las imágenes. Nos referimos a esas representaciones de animales o cosas en forma de personaje kawaii —bonitas, adorables, lindas, graciosas, la palabra no es fácil definir en nuestro idioma— que se convierten en la cara pública de cualquier negocio, lugar o evento. Están en todas partes, son las mascotas de Japón y se reproducen tan rápidamente, que al finalizar este artículo es probable que hayan nacido nuevas.
Japón es un país con una cultura gráfica y visual muy arraigada, empapados desde antes de la segunda guerra mundial por personajes de manga y con más de cien años disfrutando personajes animados, la evolución lógica es hacia las representaciones tridimensionales como forma de interactuar con el público. Se les conocen con dos nombres, Kigurumi, una combinación de kiru —vestir— y Nigurumi —peluche— y la segunda inventada por el diseñador Miura Jun, Yuru-kyara que hace referencia a personajes poco serios o imperfectos. Pero, por muy infantiles que puedan parecer, estos personajes generan una buena cantidad de ingresos a sus dueños, ya que los más famosos cuentan con todo tipo de mercancías para la venta y promocionan diversas actividades e incluso, son una forma amigable de presentar ideas o puntos de vista al público en general.
Desde 2008 se lleva a cabo el Yuru-kyara matsuri, festival donde las mascotas compiten entre sí para determinar cuál es la mejor de todas, y la cifra es astronómica, en 2020 se estimaba que existían unas seiscientas ochenta y cinco mascotas reconocidas, quién sabe cuántas más pululan por Japón esperando alcanzar la fama. Un ejemplo es Kumamon, el representante por excelencia de la prefectura de Kumamoto que en el período fiscal de 2012 generó ingresos por ciento veinte millones de dólares.
Estas mascotas se toman muy en serio, se hacen concursos para escogerla, los hay con diseños públicos e incluso votaciones, pero una vez elegido el representante viene el proceso de creación del disfraz con el que luego una persona le insuflará vida. Uno de buena calidad puede costar entre los cuatro o cinco mil dólares y demorar hasta cinco semanas en terminarlo. Actualmente se utilizan materiales livianos, se han adaptado ventiladores para mantener fresca a la persona dentro del 'traje' e inclusive el uso de cámaras para mejorar la visibilidad.
Del Yuru-kyara nacieron otros dos conceptos el kimo-kawaii —aterrador y adorable— y el busakawa —feo y adorable—, al principio queríamos ofrecerles una mascota que representara a cada región, pero debido a que muchas prefecturas tienen las propias la tarea se complica, así que ilustraremos con las que encontramos más atractivas. Evidentemente hay poca información sobre ciertas mascotas, unas disfrutan de fama internacional, mientras que otras probablemente no las conozcan 'ni en su casa', pero esto no significa que en su creación se escatimen los detalles. La mayoría de estos seres cuentan con fecha de nacimiento, sexo, personalidad, pasatiempos y comida favorita, entre otras.
Las primeras categorías son un dos por uno, iniciamos con Gunkajima no ganshokun, un arrecife —no lo que imaginamos en primer momento— con la famosa isla de Gunkajima como sombrero, representando a la región Kyushu y Okinawa además del busakawa.
Melon kuma, uno de nuestros favoritos, un oso con cabeza de melón, personaje que ni a H.G. Welles se le ocurrió poner en La Isla del Dr. Moreau, como representante de la categoría kimo-kawaii y de la ciudad de Yubari en la región de Hokkaido.
Directamente de Sendai, en la región de Tohoku llega Musumibaru, un onigiri —bolita de arroz— que usa el casco del señor feudal Date Masamune y gusta de visitar los baños termales. Cuando a alguien en la región de Kanto, se le ocurrió partir un huevo hervido a la mitad y dibujarle ojos con alguna salsa, no sabía que le estaba insuflando vida a Hantama-Kun, la mascota de un hotel de montaña que atrae a turistas aficionados a los deportes de invierno.
También los museos aprovechan el tirón de las mascotas, el Museo de Ciencias de Aiichi Segawa, en Chubu convirtió un microorganismo llamado epistylis en una adorable mascota llamada Eppi, su guía y representante. En Kansai, una mascota famosa internacionalmente es Hikonyan, un gatito blanco con un kabuto —casco samurái—, mascota del Castillo de Hikone y aunque parezca raro, la gente visita el lugar por ver a la mascota más que al castillo.
Shimaneko vive en uno de los santuarios sintoístas más antiguos de Japón, el Izumo Taisha, un gato que lleva el techo del santuario en la cabeza y un shimenawa —Cuerda trenzada utilizada para mantener alejado a los demonios— en el cuello. Finalizamos con Konpi-kun de Shikoku, su apariencia extraña es por ser artista del teatro kabuki, no en balde ahí se encuentra el Kanamaruza, el teatro más antiguo del país.
No puedo terminar sin decir que en nuestra búsqueda, además de Melon Kuma he encontrado otro personaje atractivo, se trata de Nonbee, un oso rosa amante del alcohol cuya consigna es «Hagamos del mundo un lugar feliz a punta de alcohol» y sus objetivos, «Hacer que todos sonrían, ayudar a las personas y emborracharse.»
Para los que piensan que nos hemos quedado cortos, que no les quepa la menor duda, debemos recomendar a los interesados el sitio yurugp.jp, donde podrá ver los cientos de mascotas que por motivos de espacio no podemos publicar. Es la oportunidad para agradecer a Edward Harrison, quien tuvo la gentileza de enviarme su libro «Fuzz & Fur, Japan's costumed characters» una invaluable ayuda en la creación de este artículo.
El autor es Doctor en Comunicación Audiovisual y Vicedecano de la Facultad de Arquitectura y Diseño.