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350 años del traslado de la ciudad: mecanismos de marginación y segregación social
- 21/01/2023 00:00
- 21/01/2023 00:00
Usualmente las ciudades se configuran bajo una dinámica de periferia y centro que se da en torno al acceso a un espacio desde el cual se centraliza el acceso a los recursos, el poder político y la actividad económica de la ciudad. Los excluidos corresponden en gran medida a aquellos sectores de menores recursos que deben brindar su mano de obra a la clase privilegiada para poder subsistir. No obstante, estas dinámicas no son inmutables y la historia del desarrollo urbano de los centros urbanos latinoamericanos es abundante en casos de este tipo.
El traslado de la ciudad como resultado del ataque del pirata Morgan, en 1671, ante la negligencia en la protección y defensa de la ciudad, obligó a un proceso de reubicación que había sido postergado indefinidamente por las sucesivas autoridades durante el período colonial. Las desventajas de la antigua locación eran muchas. Panamá Viejo se encontraba en una zona insalubre, con un diseño urbano malogrado y con la agravante de la ausencia de un buen puerto. Es así como la destrucción de la ciudad abrió la oportunidad de una nueva locación y configuración urbana para la ciudad de Panamá, aquel 21 de enero de 1673.
De acuerdo con Alfredo Castillero Calvo en su libro La ciudad imaginada: el Casco Viejo de Panamá (1999), “con la mudanza, la élite se las arregló para apropiarse de la ciudad reservándola para sí. El pretexto que utilizó fue poderoso: el recinto urbano de la nueva ciudad era muy estrecho y solo dejaba espacio para 300 solares (...). Puesto que durante todo el siglo XVII la población negra había sido siempre una amenaza temida por su número creciente, la muralla no era solo una construcción defensiva para resistir un posible enemigo exterior, sino también una barrera contra el peligro interno, adquiriendo de esa manera un profundo sentido social”.
La aparición del arrabal es así una primera expresión de la marginación social y la segregación racial, situación que a partir de aquí se ha perpetuado, y que con la construcción del ferrocarril se expande en todo el entorno más próximo a la ciudad de Panamá y el camino de las sabanas. A este respecto, Tomás Sosa, en su artículo “Breve reseña de la evolución demográfica de la ciudad de Panamá” (1981), señala que, “podemos decir que la característica más sobresaliente en este período –durante el ferrocarril y hasta el canal francés–, es el nacimiento y consolidación de barrios marginales de carácter provisional, casas de madera de influencia antillana y francesa, verdaderos guetos en donde vivían los obreros y los desocupados por las constantes crisis”.
La separación de Panamá de Colombia y el inicio de la construcción del Canal por los norteamericanos, generó transformaciones en las dinámicas urbanas en torno a la ciudad amurallada. En primer lugar, aparece la Zona del Canal, espacio controlado por los estadounidenses, para la construcción, operación, mantenimiento y defensa del canal interoceánico. Este espacio surge como un espacio ordenado, de progreso, riqueza y bienestar, en contraposición con la ciudad de Panamá donde predominaban el caos, la decadencia, la pobreza y la enfermedad.
Eduardo Tejeira Davis describe en su artículo “Barrios céntricos y vivienda de alquiler” que, “la población de la capital casi se triplicó entre 1905 y 1914, cuando llegó a unos 60 mil habitantes. Fue en esos años que se conformaron vastos barrios de barracones de madera hacia el occidente y norte del casco colonial, junto a los límites de la Zona del Canal o cerca de la estación del ferrocarril. Estados Unidos tuvo varias maneras de incidir en la conformación concreta de este gran “cordón de inquilinato”. El Gobierno de Estados Unidos quedó como dueño de la antigua compañía del ferrocarril, la cual había comprado muchísima tierra en la ciudad en el período 1850-1870; por este hecho, una parte considerable del área urbana cayó de facto bajo la potestad de la Zona del Canal”.
La pérdida de centralidad del poder político y la actividad económica de la ciudad amurallada se da a partir de la aparición de la antigua Zona del Canal, que reemplaza y sustrae elementos políticos, administrativos y económicos del antiguo centro urbano colonial. Algunos ejemplos de este proceso de reemplazo en las centralidades se pueden visualizar con la construcción del centro cívico de Balboa, y el edificio de la administración, que viene a reemplazar la sede que las autoridades estadounidenses tenían en el antiguo Grand Hotel, que se encontraba en la plaza Catedral. La apropiación del puerto de La Boca, por parte del Gobierno estadounidense, y la mudanza de empresas transnacionales que tenían también su sede en San Felipe, y que la trasladan a la Zona.
Al tiempo que San Felipe perdía centralidad e importancia para el funcionamiento de la ciudad, la Zona del Canal inicia su propio proceso de expulsión de la población –similar al que se había dado con el traslado de la ciudad en 1673–. En este proceso la población nativa y de trabajadores que residían dentro de la Zona, fueron expulsados hacia los barrios de inquilinato de la ciudad, hacia otros poblados periféricos o de vuelta a las islas de donde procedían.
A partir de aquí, los viejos barrios de Guachapalí, San Miguel, Pueblo Nuevo, recién urbanizados por los estadounidenses, y transformados en casas de inquilinato por los terratenientes, la vieja ciudad amurallada de San Felipe, el arrabal de Santa Ana, las áreas de actividad comercial y de ocio, e incluso la nueva infraestructura de transporte construida, como la estación del ferrocarril o el tranvía, todos parecían de alguna forma 'recostarse' sobre el límite impuesto por la Zona del Canal.
Este cinturón de pobreza, discriminación y marginación sirvió de fuente de mano de obra barata y centro de diversiones, “como una válvula de escape, donde el hombre podía dejar escapar vapor (...) que puede causar una explosión en una sociedad sin ventilación”, tal como señala la historiadora Patrizia Pizzurno en su artículo, “Zona de contacto, espacio intervenido en Panamá” (2011).
La conmemoración de los 350 años del traslado de la ciudad de Panamá resalta el proceso de segregación social que a través del tiempo ha marcado su historia, y configurado su estructura urbana y social actual. Tal como lo señala Alfredo Castillero Calvo, en la ciudad amurallada, “los solares serían caros y su valor iría rápidamente aumentando (...). Fatalmente, negros y mulatos serían expulsados sin miramientos al desprotegido arrabal (...). De esta manera, las murallas adquieren el significado de una barrera socialmente separadora, excluyente, que marca la frontera entre los privilegiados y los que no lo eran (...). Es así como la nueva Panamá nace del intento por materializar una férrea segregación social”.