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En la plaza toca:
Porque Puma Zumix Grupo juvenil que interpreta...
Luego de un rato de diálogo, empezó a hacer una relación de sus trabajos y confió que tenía bastante que escribir, quizás una novela con un tema que le interesaba, varios materiales poéticos y probablemente el compromiso de una pieza de teatro. “Bueno, hay que sentarse a redactar”, le dije. Me miró, sonrió con un gesto muy propio de su seguridad y respondió como desinteresado: “Puede ser, ya veremos cuándo habrá tiempo. Será una nueva etapa”.
El poeta José A. Carr M. estaba ya con una obra concreta publicada, premiada varias veces en la sección poesía del Concurso Literario Ricardo Miró y en múltiples otros certámenes. Sus libros habían sido traducidos a varios idiomas y se había hecho famoso por una arquitectura poética profunda en que la muerte, la conciencia, el amor, el patriotismo y el humanismo habían ocupado los espacios creativos de sus versos.
Fue la última vez que lo vi con vida. Normalmente conversábamos telefónicamente porque era el primer lector de mis columnas por breve tiempo y escuchaba sus comentarios alusivos a autores, pintores y científicos, pues tenía vasto conocimiento de la cultura. En sus primeras obras en la década de los ochenta dejó muestra de ello y por eso alcanzó distinciones que reconocían su capacidad y convicción sobre tales referentes.
El poemario La rosa contra el muro es un rico ejemplo de esa versatilidad en su concepción lírica, donde con una herramienta simbólica amplia es capaz de recoger las palpitaciones del istmo en un mundo cambiante e inmerso en conflictos. Fue seguidor de la escuela denominada del 58, formada por poetas que dejaron un claro perfil de los problemas nacionales y las luchas por la soberanía.
Pero la visión de Carr no era pasajera o superficial. Pudo revisar los antecedentes de este sentimiento patriótico y lo dejó plasmado en su libro Estación de la sangre, en cuyas líneas nos ilustra sobre la dimensión humana y heroica de Victoriano Lorenzo. Allí puntualizó: “Victoriano no quiso la venda / al momento de encarar la muerte. / Sus ojos eran brasas que acusaban / y los verdugos no lo soportaron”.
“En Estación de la sangre -diría la ensayista Damaris E. Serrano G.,- está presente esa visión de un heroísmo que por autenticidad defiende lo que los sentimientos han aprendido a amar, en este caso, la patria”. Ella manifestaría recientemente al referirse al bardo: “Su obra me sirvió para entender la patria”.
El compromiso de este poeta lo llevó además del ejercicio literario, a trabajar en la prensa con la finalidad de divulgar el trabajo de escritores. Fue en “Tragaluz”, suplemento cultural del diario El Universal. Allí formó un equipo de talentosos periodistas que se esforzaron en consignar esa expresión que no suele ser conocida ni incluida en las políticas de desarrollo. Esa labor sentó pauta mientras duró y les dio mayor sentido a las letras panameñas.
Su viaje por los sentimientos del país y la interrelación de este con sus habitantes no se quedó en un enfoque únicamente del pasado. Es lógico que los problemas de la época adquieren protagonismo en Reino adentro (Más allá de la rosa), poemario que le permitió obtener un tercer galardón del premio Miró. El istmo es el universo donde se desenvuelven vínculos muy particulares de aquellos quienes aquí viven y que le dan una singularidad a Panamá.
La imaginación del poeta se vistió con su amplio conocimiento de los recursos y temas extraídos de la tradición y el pensamiento de autores de todos los tiempos. El saldo con los lectores quedó en suspenso con su muerte, y ya no se le pudo escuchar, como en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, recitar sus líneas: “...una mujer sin prisa se levanta / camina con la luz que es ahora suya...”.
Poeta, usted se fue reino afuera y allí viajará permanentemente. Nos duele su partida y lo extrañamos.