• 18/02/2025 00:00

Sanar la tierra y su gente: procesos esenciales para el cierre ordenado de la mina

Después de los más enardecidos conflictos que recientemente se levantaron en Panamá contra la extracción minera, el país ha quedado profundamente herido, no solo en su entorno natural, sino también en el tejido social. Y es que el cierre de una mina no significa el fin inmediato de sus daños e impactos negativos; menos en este contexto tropical húmedo, cuyo clima, suelos y fuentes hídricas proveen características tan particulares a la biodiversidad y al paisaje habitado.

Durante años, las operaciones mineras han extraído materiales valiosos, dejando un legado de paisajes degradados, ecosistemas destruidos, cuerpos de agua contaminados y poblaciones desplazadas. Por ello, más allá de la discusión sobre quién debe asumir la responsabilidad de reparar estos daños —tema aún por resolver— es imprescindible preguntarnos: ¿cómo nos estamos preparando para remediar los daños? ¿Cómo aliviar las heridas ambientales y sociales que ha dejado este sector en el país? Son preguntas relevantes, pues la experiencia de las comunidades panameñas directamente afectadas por minas abandonadas, como Santa Rosa y Molejón, demuestra que ignorar un plan de cierre adecuado agrava las consecuencias.

El plan de cierre debe contemplar sólidos procesos de remediación y rehabilitación ambiental. Estos deben estar sustentados en auditorías ambientales e investigaciones socioeconómicas y socioculturales que permitan medir el impacto real.

Los procesos de cierre de mina y remediación, a diferencia de lo que circula en redes sociales, no son procesos cortos de diez años donde se rellenan los huecos con tierra, se siembran árboles y se desarrollan algunos huertos comunitarios. El proceso de remediación exige un compromiso a largo plazo para restaurar, en la medida de lo posible, la funcionalidad ecológica y social del territorio afectado. Para ello, es crucial considerar aspectos mínimos como:

1) La remediación de suelos, fuentes hídricas, calidad del aire, haciendo uso, entre otras, de técnicas como la biorremediación y fitorremediación, que emplean microorganismos y plantas para eliminar, estabilizar o transformar contaminantes en sustancias inofensivas para la salud humana y la naturaleza.

2) La recuperación de flora y fauna eliminada o desplazada, mediante estrategias de

revegetación y reintroducción de especies nativas, priorizando procesos de regeneración natural para restaurar los ecosistemas fragmentados por la actividad minera.

3) La participación real de las poblaciones afectadas mediante la integración de las comunidades locales, desde la etapa de planificación hasta los procesos de ejecución, monitoreo y divulgación de las actividades de remediación. Este enfoque no sólo provee nuevas oportunidades laborales y de formación, sino que también evita un mayor desplazamiento y exclusión de la población local ya afectada.

Estos esfuerzos deben ir de la mano con una visión a futuro que garantice la participación real de las comunidades y que asegure la formación de profesionales capacitados en diferentes áreas, promoviendo un impacto positivo tanto a nivel local como global.

Panamá tiene una gran oportunidad de posicionarse como un referente en gestión ambiental con acciones concretas. El cierre de una mina de cobre es un proceso complejo que exige una remediación integral—física, química, biológica e hidrológica— para restaurar la salud del ecosistema y minimizar los efectos adversos, tanto a nivel ambiental como social. Además, requiere un enfoque transdisciplinario que incorpore las humanidades para no ignorar las necesidades comunitarias. Para lograrlo, es esencial contar con una población preparada y comprometida. Es momento de actuar con determinación y comenzar el proceso de sanación.

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