• 20/02/2025 00:00

Los chinos versus los ‘zonians’. Experiencia de vida

Crecí bajo la influencia de una cultura pródiga en sabiduría campesina y bajo los efectos de la citadina, con valores éticos y morales un poco diferentes, producto del medio urbano. Temprano aprendí que en la ciudad hay que despojarse de la ingenuidad campesina, porque la vida es muy difícil.

De niño escuchaba, de personas en mi tierra, el deseo de trabajar en “la Zona”, lo que no entendía; tampoco las referencias a la abundancia de chinos en la capital de la República. Me correspondió asistir a la escuela primaria en la capital y comprender el panorama de vida en la ciudad.

Llamó mi atención, cuando llegábamos a la capital en la chiva gallinera, desde Las Tablas, que en ciertos puestos, el conductor debía dar su nombre y el número de placa de la chiva a un policía diferente a los que conocía en mi pueblo; desde luego, lo más divertido fue el cruce de ese gran charco, mediante los lanchones o ferris y el presidente Porras y el presidente Roosevelt, que trasladaban personas y vehículos de una orilla a la otra de esta increíble zanja.

Viví en el barrio de San Miguel. En su iglesia y bajo los auspicios de monseñor Tomás Clavel, recibí mi primera comunión. Aparte de la adaptación a los nuevos amigos de “todos los colores” y de diferentes orígenes, no percibí diferencias de tratos entre los que compartíamos juegos de pelota, “guacho”, pix, la lata y tantos otros juegos. Para calmar las diferencias, bastaba con calzarse los guantes de boxeo. Todos éramos iguales.

Los campos de juego que muy cerca existían, pero “al otro lado” y en un paisaje totalmente diferente, estaban vedados para nosotros. Entendí que era otro país y los panameños no podíamos aspirar a jugar en ellos ni circular cerca de ellos. Policías diferentes, en otro idioma, aunque hablaran español, nos repelían con desprecio y agresivamente en un inglés burdo, ordinario y hostil.

Años después, mi familia me llevó a vivir al “callejón” de la avenida Eloy Alfaro, muy cerca del mercado público, donde pululaban los chinos y gente de muchas otras nacionalidades muy cerca de la “bajada de Salsipuedes” y de la “bajada del Ñopo”. Allí, en un ambiente similar, también hice grandes amigos, muchos de ellos de origen chino, hijos de quienes con sus pequeños negocios de legumbres, restaurantes, abarrotes, en los alrededores del Mercado Público, cubrían las necesidades alimentarias de nuestras familias y las de gran parte de la ciudadanía capitalina, a bajos precios.

Con los nuevos amigos de apellidos como Chen, NG, Chang, Chu, Montenegro, González, Parrilla, Algandona, Noriega, Aquino, Cornejo y muchos otros, compartíamos los mismos juegos, pero en la calle. Los cuadros de juego que existían “al otro lado”, tan cercanos y tan lejos llamado Zona del Canal, seguían vedados para nosotros.

Luego me enteré de que los zonians o “zoneítas” como se les llama a quienes habitaron o nacieron en la franja canalera o Zona del Canal, enclave instalado con base en el tratado Hay-Bunau Varilla, desde 1903, luego del fracaso del canal francés. Un tratado leonino e ignominioso solo favorable a Estados Unidos, establecía una colonia en una franja de tierra de 1.380.5 km cuadrados, llegando a albergar, durante la guerra de Corea entre 1950 y 1953, a 100.000 estadounidenses, población que luego bajó al 50 %.

Cuando estudiábamos en el Instituto Nacional, en más de una ocasión, en grupos, tratamos de burlar a la policía zoneíta, para recoger mangos, cuya producción se perdía y se dañaba sin ser cosechada, éramos echados literalmente por estos policías, muchos de ellos de origen hispano, que nos decían despectivamente, “váyanse a su Panamá”.

Fueron épocas muy duras para el panameño común, en el sentido patriótico y de convivencia con gente tan diferente a nosotros, en donde la prepotencia, desprecio y arrogancia era lo de todos los días.

Ocurrían situaciones interesantes, por ejemplo, mientras muchos panameños trataban de obtener, en los famosos comisariatos o “comis” productos gringos. La soldadesca disfrutaba de nuestras cervezas y se divertían en cantinas y bares en la 4 de Julio, hoy avenida de los Mártires. Los panameños infractores en la Zona del Canal eran juzgados y condenados por jueces y leyes gringas. Todo esto colmó los ánimos y dio motivos para los hechos del 9 de enero de 1964.

Los chinos llegaron a nuestro país hace más de 154 años, con la construcción del ferrocarril interoceánico, y aunque provienen de una cultura milenaria y diferente a la nuestra, se fueron integrando poco a poco a la nuestra. Se dice que “cada chino instalado en Panamá se encarga de traer otro chino, lo apoyan y le enseñan el manejo del dinero, luego el idioma y finalmente le compran un negocio, con el compromiso de repetir esa tradición con otro paisano suyo”.

Gozan, en general, de mucho aprecio y respeto por su dedicación al trabajo y actitud inofensiva. La población china en Panamá, supera las 200.000 personas. No se percibe, hasta el momento, aumento alarmante de la presencia china, relacionada con la temida política expansionista de China comunista en América.

A los zonians, de ingrata recordación, contrario a los chinos, jamás les interesó integrarse y muy pocos se quedaron en Panamá luego de que los tratados Torrijos – Carter, a finales de 1999, declararon que el Canal de Panamá es de los panameños, los obligó a abandonar la Zona, despojándolos conjuntamente de todos los privilegios de que gozaban por vivir “en la selva”.

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