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- 22/10/2020 00:00
Reflexiones sobre el 11 de octubre de 1968
Al conmemorarse días atrás el 52 aniversario del golpe de Estado de 1968, varios exmilitares salieron a dar sus versiones sobre lo ocurrido tras el tercer derrocamiento sufrido por el presidente Arnulfo Arias Madrid, a 11 días de su juramentación. Por más que nos quieran hacer ver que el teniente coronel Omar Torrijos Herrera estuvo al frente del movimiento, es innegable que fue el jefe de Zona de Chiriquí, mayor Boris Martínez, quien lo lideró. Tres meses después, Martínez fue desterrado a Miami, quedando Torrijos como único líder.
Ningún golpe militar tiene justificación, por lo que los elogios a tales hechos, inclusive el del presidente Cortizo, no resultan muy felices. Un resquebrajamiento del orden constitucional no puede ser aceptado en ninguna circunstancia.
Eso no quita que en octubre de 1968 Panamá vivía una crisis profunda. Dividida la oligarquía entre los dos candidatos, David Samudio del gobernante Liberal y Arnulfo Arias del panameñismo, el país, más que una democracia, parecía un negocio particular de los grupos poderosos. Arnulfo, para evitar que no le reconocieran el triunfo negado en 1964, pactó con algunos de sus poderosos adversarios de siempre para llegar al poder. Contrario a lo que sus nuevos aliados aseguraban, él no había cambiado; los que sí lo hicieron fueron sus nuevos aliados. Luego de ser proclamado electo, tras muchas artimañas de los liberales para impedirlo, Arnulfo demostró que era el mismo de siempre. Regresó su prepotencia y autoritarismo; su desconocimiento de los pactos acordados al concretar su alianza, incluyendo aquella de respetar el escalafón militar, que fue lo que al final originó la excusa necesaria para que los jefes policiales decidieran ponerle fin al efímero Gobierno. Lo que había era una democracia solo de nombre, donde el fraude electoral y la corrupción campeaban. Los militares dejaron de estar detrás del poder ayudando a políticos corruptos para asumir su total control. Mentira que dieron el golpe paras hacer una revolución; solo querían salvar su pellejo.
Las arbitrariedades de Arnulfo llegaron a quitar y a poner diputados que habían ganado, inclusive de su propio partido. Viví en carne propia su arbitrariedad cuando, sin haber ganado ser concejal (hoy representante de corregimiento) por el distrito capital por el PDC, me quisieron reconocer un triunfo que no había obtenido, porque el doctor Arias hasta quería escoger a los concejales. Este episodio lo cuento en detalles en mi recién publicado libro Luchar sin permiso (obtenible en versión virtual en Amazon).
Ese golpe produjo 21 años de dictadura, con una supuesta “revolución” que, si bien brindo más acceso a las clases populares, reemplazó a los viejos ricos por nuevos, manteniendo con el poder económico a muchos de los de antes que se acomodaron al nuevo régimen. Para lograr afianzarse, permitió el contrabando y muchas evasiones de impuestos, creando una nueva casta de ricachones “revolucionarios”.
Es cierto que con Torrijos se logró la devolución de la soberanía de la Zona del Canal a manos panameñas, anhelo nacional desde el día siguiente en que el tratado de 1903 fue firmado por un francés. Reconozco, sin embargo, que ese proceso pudo culminar porque vivíamos en dictadura. Hubiese sido prácticamente imposible firmar unos tratados con Estados Unidos en un ambiente “democrático”: nunca nos hubiésemos podido poner de acuerdo. Imposible negar el avance que significó para nuestra consolidación nacional, aún, para los que, como yo, votamos en contra de los tratados, porque considerábamos no existían libertades para discutirlo.
A 52 años de ese evento, solo basta mirar alrededor: las causas justificativas de la asonada militar se repiten preocupantemente. Hay falta de liderazgo político. Una corrupción rampante, exacerbada frente a una pandemia que ha hecho profundizar nuestras carencias en materia de salud y educación, donde tanto dinero se robaron. Las clases poderosas siguen evadiendo impuestos frente el ojo complaciente de las autoridades. La justicia es inexistente y los mecanismos de investigación, puede ser que, por falta de recursos, insuficientes. No hay planes para afrontar la crisis institucional en materia de corrupción y transparencia. Las desigualdades sociales se profundizan más.
¿Podemos volver al escenario de un golpe de Estado? ¿Será la anarquizante situación que padecemos el preámbulo para algo peor que lo de 1968? Lo peor de todo es que los actores políticos y económicos siguen actuando como si el país no estuviera en una peligrosa ebullición, donde cada vez se violentan más las reglas de la convivencia social y caen a pedazos las instituciones democráticas.