Imagínese que por fin se ve con la oportunidad de realizar su sueño de juventud: escribir un libro, fermentar cerveza en su casa o aprender a tocar el piano. Por años, su niño interior le ha insistido: “hazlo apenas puedas”. Muchos se aventuran de forma irresponsable, como costeando un álbum musical con su presupuesto de subsistencia. Podría ser una bendición realizar un sueño, pero primero debe preguntarse: ¿Por qué lo hago, para recorrer el camino o para llegar a la meta? y ¿puedo lidiar con el precio del fracaso?
La emoción de realizar un sueño puede tornarse rápidamente amarga al entender que no avanza como espera, cuesta más de lo presupuestado, el talento no es apreciado o simplemente la cerveza no salió tan sabrosa y no se venderá. Para realizar un sueño, invertimos nuestros ahorros y hasta nuestros mejores años, largas horas de arduo trabajo en las noches o en los fines de semanas, renegando tiempo con amigos y familia. Esta inversión es conocida como el costo hundido, pues nunca regresará y no influye en las futuras decisiones. Este concepto comercial engendra otro psicológico: la falacia del costo hundido, la cual nos causa seguir invirtiendo sin considerar las consecuencias negativas, motivados por la inversión ya hecha. Esta predisposición, que no debe confundirse con “la costumbre”, influye en muchas de las decisiones diarias que tomamos, siendo peligrosa al seguir en una relación sin amor ni respeto, o en una empresa fracasada o manteniendo a un veterano personal que no desempeña.
Nosotros vivimos en un mundo dinámico al que debemos ajustarnos diariamente, para lo que necesitamos ver a la realidad tal cómo es y no la que queremos o la que fue. Si el empleado o la relación personal dejan de ser beneficiosas, debemos dejarlas lo más pronto posible, aun ante el tiempo y esfuerzo que hayamos invertido en el pasado.
Muchos consideran esto un “fracaso”. Pero el divorcio, la renuncia o la desistencia de una actividad no lo son. Para mí, el fracaso es no intentar, no aventurarnos al tener una oportunidad. El fracaso es insistir en perder tiempo y dinero con la clara evidencia de que no podrá “salvarse”. Una persona exitosa no es solo aquella con ganancias, sino una que se atreve, sabiendo también cuándo desistir para dejar de perder.
Otro aspecto de esta falacia es nuestra propia resiliencia. Es posible que tengamos éxito realizando nuestro sueño o en una relación o en los negocios. Pero el éxito tiene su precio que quizás sea más alto de lo que podemos pagar, complicándonos la vida o causándonos sufrimiento. Sí, es difícil desistir luego de haber invertido tanto, pero continuar viviendo estresado o ansioso o deshumanizado también es un costo hundido. Por ejemplo, los artistas que se suicidan, drogan o enloquecen al no ser capaces de lidiar con la fama o la intensidad de sus trabajos. Y ¿por qué no descansan o reducen su esfuerzo? Porque las personas a su alrededor, aquellas que se benefician de su arduo trabajo, no les importa su agotamiento. Ellos exigen más bajo el pretexto de “no puedes descansar ahora, estás en la cima, has invertido tanto en tu éxito”. Seguros de poder regresar en el tiempo, estos agotados se comportarían diferente, trabajando menos, consultando mejor o confiando en personas diferentes.
Debemos reconocer cuando algo nos ahoga, nos desanima hasta el punto en que soñamos con desaparecer, pero no lo hacemos pensando erróneamente “he invertido tanto y tantas personas dependen de mí que no sería algo responsable”, cuando lo responsable es cuidar a nuestra propia estabilidad física y mental.
La perseverancia en general es positiva, pero debemos también ser honestos con nosotros mismos al considerar desacelerar o desistir. Todos sabemos es más fácil subir a la cima en un zigzag que en una línea recta que, aunque más corta, es más difícil. Debemos considerar lo difícil que es o será y si aun en un terreno pedregoso, podemos disfrutar de la brisa y la vista, sintiéndonos bien de no llegar a la cima. En todo intento por realizar nuestros sueños, debemos considerar no solo la meta, sino el camino a tomar: qué nos puede enseñar, qué podemos ganar y perder: ¿disfrutaré del tiempo invertido aun cuando no consiga mi objetivo?
Muchas actividades o metas fracasan, no porque se hicieron mal, sino por las circunstancias: un restaurante que inaugura un mes antes de la pandemia, un guía turístico en medio de una guerra, un inversionista en una crisis financiera. Son tantos los parámetros fuera de nuestro control que definen el éxito que cualquiera es casi un milagro. Pero no solo comenzar es importante; también debemos saber cuándo desistir. No deje que esta falacia le dificulte esa decisión.