- 12/04/2025 00:00
Panamá: cultura para la paz como estrategia de soberanía
En el corazón del continente americano, donde las aguas del mundo se cruzan y se reconocen, hay una tierra angosta que ha sostenido durante siglos el tránsito, las ambiciones y los sueños de potencias extranjeras. Esa tierra es Panamá. Y hoy, más que nunca, debemos recordar con claridad y firmeza qué significa ser un país de encuentro, un país neutral y un país soberano. Porque no se trata solamente del Canal. Se trata de la conciencia. De una conciencia nacional que nos permita ver que la neutralidad no es una debilidad ni una excusa, sino una posición política, ética y cultural de profundo valor estratégico.
La cultura para la paz no es una frase decorativa ni una consigna de otros. Es una forma de existir como nación. Es una manera de gobernar, de educar, de servir, de producir, de relacionarnos con el mundo. Una cultura para la paz implica formar ciudadanos con ética, servidores públicos con dignidad, gobernantes que entienden que el poder es servicio, y pueblos que saben cuidar su tierra como quien cuida un santuario. La paz, en su dimensión más completa, es una estrategia interna y externa, espiritual y política, visible y silenciosa. Y para un país como Panamá, que ha sido históricamente objeto de codicia por su posición geográfica, su angostura de ochenta kilómetros y su canal interoceánico, esa cultura de paz no puede ser otra cosa que una estrategia nacional.
Desde que Panamá asumió el control del Canal en 1999, hemos demostrado que no solo somos capaces de administrarlo, sino de modernizarlo, ampliarlo, convertirlo en una de las rutas más eficientes y seguras del mundo. Hoy el Canal aporta más de $2.000 millones anuales al Estado panameño. Y sin embargo, lo más importante no es su rentabilidad: es su soberanía. El Canal es nuestro. Lo opera talento panameño. Ha sido modernizado por ingenieros panameños. Y se mantiene neutral por compromiso panameño. Eso tiene que quedar claro dentro y fuera de nuestras fronteras.
Pero la paz no se sostiene solo con tratados. Se sostiene con conciencia. Con educación. Con memoria. Con la voluntad de vivir de forma íntegra en todos los niveles. La neutralidad no puede ser solo un principio técnico o legal. Tiene que ser una convicción colectiva. Un eje de nuestra política exterior, pero también de nuestra cultura interna. No queremos que Panamá sea una ficha más en el juego de las grandes potencias. No queremos que nos conviertan en campo de batalla entre intereses que no son los nuestros. No queremos que el pueblo panameño se vea dividido, manipulado o empobrecido por decisiones que responden a lógicas externas. Panamá es dueño de su tierra, de su agua, de su Canal y de su destino.
Somos un país pluriétnico, multicultural, vibrante. Aquí conviven, se cruzan o se entrelazan pueblos indígenas, afrodescendientes, europeos, asiáticos, mestizos. Panamá es un país de mezcla, sí, pero también de raíces profundas. Panameño es el que nace, crece y ama esta tierra. Panameño es el que cuida el bosque, el que honra el trabajo, el que no se rinde ante la corrupción, el que sirve con honestidad, el que respeta al otro. Y por eso, hablar de cultura para la paz en Panamá es hablar de educación ética, de justicia sin distinciones, de servicio público transparente, de medios que informan con rigor, de ciudadanía activa, crítica y solidaria.
La neutralidad del Canal es un símbolo de equilibrio, de sabiduría, de no alineación. Pero esa neutralidad no puede convertirse en pasividad ni en ingenuidad. Hay que defenderla. Hay que educar sobre ella. Hay que recordarle al mundo que el Canal es neutral, pero que también es panameño. Y que esa neutralidad no significa entrega ni debilidad, sino visión estratégica, madurez diplomática y vocación de paz.
Hoy, más que nunca, cuando las tensiones entre potencias crecen, cuando la presión geopolítica se siente sobre nuestras costas y puertos, cuando hay quienes desearían vernos divididos o subordinados, es momento de reafirmar quiénes somos: un país de encuentro, un país de tránsito, un país pro mundi beneficio, sí, pero primero una nación soberana, dueña de su territorio, de su posición y de su voz.
La cultura para la paz es la base de esa voz. Es el alma de esa soberanía. Y es el legado que debemos cuidar, no con discursos vacíos, sino con acciones concretas: con educación de calidad, con justicia imparcial, con trabajo bien hecho, con instituciones limpias, con memoria histórica, con decisiones valientes y con ciudadanos que no se dejan comprar ni dividir.
Panamá no necesita que nadie lo salve desde afuera. Panamá necesita que sus hijos despierten y se levanten con amor, con claridad y con conciencia. Porque un país en paz no es un país callado. Es un país que sabe quién es, qué vale, y qué no está dispuesto a entregar.