Mientras el Gobierno de Estados Unidos nos sube los aranceles, la noticia más cubierta en el país del desenfoque es un perrito yendo a hacer sus necesidades.
En un programa de opinión, en donde solo opinan los mismos de siempre, mencionan que es absurda la cobertura de las noticias de un hecho tan insignificante, pero también lo están transmitiendo. ¿Es acaso esa la labor de los que se llaman informantes u opinólogos?
Yo sé que no.
Eso me lleva a la evidente pregunta de ¿quién entonces decide, qué se dice y qué no se dice a la faz del país? ¿Acaso son los protagonistas de los programas que han estado, todos, involucrados directamente o de manera indirecta por un familiar en los gobiernos que han pasado? No. A esos se les paga, así que quien paga decide. Caliente, caliente.
¿Quién paga? Bingo.
En nuestro país, el adoctrinamiento ha llegado al nivel de perfección. Es una prisión mental en la que los presos no saben que están presos, pues no ven los barrotes ni los muros. Y a los que sí los ven, se les condena a la cancelación.
Recuerdo cuando aportaba a otro diario nacional. De pronto noté que mis envíos eran archivados. Me resultó extraño, pues no había violado ni las normas ni los parámetros de publicación, así que me decidí a preguntar, total, escribo de gratis. La respuesta del entonces editor fue “es que sus escritos son cáusticos, ingeniero”. ¿Guat?
Entiendo que no tengo la verdad en la mano y puedo equivocarme. Decidí revisar lo enviado y repasar a ver si cometí algún desliz, causando la orden de “bola negra” para este servidor. Y sí. Me llevó un tiempo, pero finalmente pude descifrar cuál había sido mi falla.
Cometí un pecado. La línea del diario tenía una administración de preferencia y este cholito había enviado al menos tres trabajos en donde se exponían algunas de las malas prácticas de esa administración. Y ¡Chaz! Guillotina. Muchas veces la libertad de expresión no es libre. Eso fue hace más o menos una década.
No todos los medios de comunicación son dictatoriales, como el ejemplo que enuncio. Los hay muy democráticos, abiertos a publicar los puntos de vista de quien guste aportar, con educación y argumento. Pero la libertad de expresión sigue bajo asedio.
Aquellos que pagan a los que opinan lo que se les dice en la televisión y la radio, siguen dándose a la tarea de cancelar al que ose señalar a sus ungidos. Un caradura profesional salió recientemente hablando de gobernabilidad y derechos e intereses ciudadanos, pero cuando estuvo en su turno “al bat” permitió que la corrupción no solo se enraizara, sino que creciera. El ministerio del agro debería contratarlo para que vaya a hablar a las áreas ganaderas. Con el verano y este calor, la cantidad de yerba que habla serviría para paliar las necesidades de los semovientes del área de producción.
Y ese es parte del asunto. Acá, los que pagan siguen atragantando a la población con la misma gente de siempre, hablando lo mismo de siempre para una ciudadanía que no aprende. No podemos mantenernos enfocados en lo que importa mientras los causantes de los problemas sigan siendo los únicos invitados a los programas de televisión a ofrecer sus “soluciones” para los problemas que ellos mismos causaron. Esto debería ser la definición de absurdo.
Pero no se ve un cambio de actitud en el futuro cercano. Siguen invitando a batalloneros para que hablen de derechos humanos. Siguen cubriendo las tristes aventuras de un connotado evadido como si tuvieran alguna importancia. Nos venden la idea de que, en este país, para tener relevancia, uno debe ser deshonesto de manera comprobada.
Todo esto genera una desconexión de las personas con la realidad. Se pierde el enfoque de lo real, ante el show mediático que nos hacen tragar en la televisión. La desconexión no es única para los ciudadanos, no señor.
Los funcionarios también acusan síntomas severos del mismo mal. Mire usted, que promover una ley para luego solicitar, la misma persona que la promovió, que sea vetada, es un nuevo récord de despropósito. Y a esa gente le pagamos salarios que no alcanzan a juntar varias familias panameñas si suman sus ingresos. Y ni hablar de la corte de la suprema injusticia. Viven en otro universo, en donde pueden subirse el salario de manera astronómica, sin tener que cumplir un mínimo de resultados para con los que les pagamos. Son vecinos del administrador del paso interoceánico, que se quieren llevar. Está en nuestro suelo, pero no es nuestro.
El país del desenfoque. No se puede esperar que una ciudadanía ignorante y acostumbrada a migajas se salga por su propia acción del problema en el que ni siquiera entiende que está metida. No entienden que en las redes sociales solamente se pierde el tiempo y no se logra nada realmente. Real y virtual son antónimos.
Y los ciudadanos les allanamos el camino a los corruptos cuando, en vez de unirnos a criticar la corrupción, plomeamos al que la señala. Mente y enfoque. Dios nos guíe.