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- 06/06/2022 00:00
Un progreso 'cómodo' resiste a la crisis climática
Una emergencia climática y ambiental transcurre frente a la ciudad de Panamá, visibilizada y promovida por unas entidades y actores sociales, inadvertida para otros. Dentro de las diversas perspectivas que abarcan el discurso “Eco”, destacan los extremadamente románticos de la naturaleza, impregnando su fuerza idealista, iniciativas de reciclaje, limpieza de playas y siembra de árboles. Estos intentos amplían la educación, pero no son suficientes para mitigar el impacto de un problema sistémico, inmediato y masivo. El razonamiento de desmantelar el capitalismo, por su parte, ubica la emergencia climática como consecuencia directa del rampante consumismo y reclama reformas estructurales y radicales del propio modelo socio económico. El argumento goza de validez, puesto que dicho sistema potencializa la capacidad (consumista) individual e inmediata, frente al sentido colectivo (sensibilidad con la crisis ambiental), pero no ofrece alternativas para resolver las tensiones climáticas entre estas dos fuerzas, ni de los efectos del decrecimiento. De ahí que resulte desacreditado el discurso “Eco” en sectores que todavía requieren hacer lo esencial para tener un mínimo de consumo y obtener su supervivencia básica.
Se opte por una concepción u otra, es indiscutible que para poder contribuir a nivel inmediato y efectivo es imperante observar la dimensión personal y representativa de nuestra aportación, porque es precisamente en esta esfera donde se encuentra el desconcierto, lo desatendido y lo más fundamental para tratar esta crisis. La dimensión personal implica una provocadora capacidad de interrogarnos el concepto del progreso. Este es entendido como una prolongación del “eterno” avance logrado del pasado y al mismo tiempo la “comodidad” del presente. Este estacionario goce presente de la “comodidad” se asocia equivocadamente como “progreso” equiparado a la inevitabilidad, conduciendo a una resistencia a la responsabilidad. Al no ofrecer una visión del futuro —piedra angular de la crisis climática—, impide visualizar el mundo de posibilidades no transitadas, pero todavía alcanzables, decisivas e innovadoras, en nuestros comportamientos. Este asunto nos coloca en el punto de intersección de fijarnos en la perpetuidad de esa “comodidad” y su rol amplificador de la emergencia climática. Ninguna de nuestras actividades, prácticas y hábitos diarios es ajena a esta emergencia planetaria, y paradójicamente, tan fácil de mitigarlo con pequeñas pero tangibles acciones.
Por ejemplo, observar los patrones alimentarios y así reducir el desperdicio. ¿Nos alimentamos o es exquisitez excesiva? Por otra parte, ajustar los patrones de movilidad es crucial. Aprovechemos ahora, más presionados por el costo de la gasolina que de la sensibilidad a la emergencia climática, para compartir coche y limitar la circulación de los autos. Hecho que coincidiría con la oportunidad para exigir mejoras del transporte público y promover veredas para motivar áreas verdes, componente de las ciudades inteligentes y sostenibles. Comparado con temperaturas extremas, Panamá todavía goza de un clima agradable para aprovechar, en ciertas horas del día, las caminatas y redescubrir la naturaleza acompañado con otros escenarios en la ciudad. Lo que sí es la máxima expresión de la inevitabilidad del progreso es la construcción de edificios para estacionamientos.
Otro sería contemplar un modelo híbrido alternando el teletrabajo, con el positivo impacto en el consumo energético de las oficinas y gastos de transporte. ¿Por qué no? Algunos managers se sorprenderían de los resultados en el rendimiento laboral, no correlacional a las horas de trabajo. Instalar más puntos de reciclaje en las comunidades para incentivar y facilitar el reúso de recursos. No es tan sorprendente la actual crisis de aseo, como la dimensión de los recursos que se desperdician al no clasificarlos. Ejecutar proyectos de bioconstrucción, desde los materiales hasta los diseños que elevan la eficiencia energética: más luz y circulación de aire reducen el consumo energético. ¿Cuándo es imprescindible el ascensor? Y sobre todo, reevaluar nuestros patrones de consumo y producción. El uso de servilletas de telas en el hogar, solo para ilustrar un caso; ¿realmente necesitamos tantos pares de zapatos? O ello obedece al fugaz ímpetu que una necesidad artificial ha creado. ¡Y la lista es extensible!
La cuestión no es declararse pesimistas y visualizar un apocalipsis inminente, la tierra siempre ha tenido cambios climáticos. Tampoco un discurso extremadamente romántico de la naturaleza, estrecho, distante e incapaz de convertirnos en monjes, puede ser realista. Más bien, se trata de reconocer que no se está exagerando la emergencia climática y que nuestras actividades diarias la amplifican. Por eso se requiere de acciones razonadas y posibilistas que busquen repensar el progreso ya no como una comodidad paralizante solo del presente, sino situándolo en una posición de apuesta por comportamientos diferentes y corregibles a fin de reforzar las relaciones socionaturales. El principio de sosteniblidad nos compromete a cuidar y disfrutar las vastas tierras forestales panameñas que “hoy” día nos permiten ser un país carbono negativo. Pero solo “hoy”, de allí la importancia de actuar para dejárselo a las futuras generaciones.
Pienso en el (la) ciclista transportándose al trabajo aportando extraordinariamente a la 1) reducción del tráfico, 2) disminución de emisiones de Co2, y por ende 3) menos carga al sistema de salud - el deporte reduce enfermedades. Y osadamente me pregunto, ¿cuándo nuestro “progreso” no será una receta y nos permitirá hacernos eco?