• 06/12/2022 00:00

Los nuevos clérigos del santo oficio cientificista

“La verdad no necesita censura ni persecución de los que piensan distinto para sostenerse. [...] La censura y la persecución de los disidentes son marcas distintivas del dogmatismo y de la propaganda, no de la ciencia”

El pasado domingo 4 de diciembre leí el artículo del Dr. Leopoldo Santamaría “¿Vacunas?... una opinión”. Una opinión discordante con la narrativa oficial de Gobiernos, industria farmacéutica y medios corporativos. Como toda opinión exteriorizada en un medio abierto a la libre expresión de ideas como lo es La Estrella de Panamá, cada quien puede formarse su propia percepción sobre lo que manifiesta allí el Dr. Santamaría. Se puede estar de acuerdo, o en total desacuerdo, con todos los posibles matices de gris entre los dos extremos. Y el que está en desacuerdo puede pasar la página, puede comentar, o si lo tiene a bien, puede escribir otro artículo en el mismo medio o en otro, para intentar rebatir con argumentos la opinión con la que discrepa. Pero llama la atención la reiterada actitud de algunos médicos del patio de pedir públicamente por la censura y la persecución contra personas que expresan una opinión que cuestiona y va contra las narrativas oficiales.

Pude leer ese mismo día opiniones expresadas en Twitter por varios médicos pidiendo abiertamente que al Dr. Santamaría se le impongan sanciones por expresar lo que expresó en dicho artículo, incluyendo que le retiren su idoneidad como médico. Ha sido un patrón durante estos ya casi tres años de COVID, el que a los médicos que opinan distinto, los que desentonan del coro, siempre hay otros que claman que se les persiga y sancione. También piden que La Estrella de Panamá dé bola negra a cualquier cosa que cuestione a la industria farmacéutica, los encierros, los insensibles cierres de escuelas, mascarillas, vacunas o cualquier otro elemento que constituya dogma de fe para la nueva iglesia cientificista. Cientificista, y no científica, porque la ciencia no es asunto de autoridad ni de dogmas. Si la ciencia es algo, es precisamente iconoclasta y no respetuosa de “jerarquías”. El científico nunca habla de herejía ni pide censura, mucho menos “cancelación” social ni profesional de un colega suyo o de legos que opinen distinto. Eso no es ciencia, es dogmatismo, soberbia y enanismo intelectual. Lo más curioso es que algunos de los que reiteradamente incurren en esas conductas suelen vociferar a los cuatro vientos un día sí y al otro día también, su supuesto anticlericalismo. Se dicen librepensadores, pero no toleran la disidencia. Se promueven como anticlericales, pero claman por una nueva y moderna Santa Inquisición que juzgue y condene por herejes a los que osan expresar una opinión que se aparte tan siquiera un tantito del ritual sagrado de persignarse y dar gracias por la vacuna de cada día.

Si algo aprende cualquier persona que haya leído, aunque sea un tantito de historia de la ciencia, es que lo que hoy es considerado desinformación puede resultar mañana una verdad universalmente aceptada. En el contexto del COVID-19, ha ocurrido con muchos puntos. Por ejemplo, la tesis del accidente de laboratorio como origen del SARS-CoV-2 fue denostada y catalogada como “teoría conspirativa” desde inicios de 2020, pero ya desde mayo de 2021 los mismos “expertos” que negaban con certeza absoluta dicha posibilidad, han reconocido que, como mínimo, tal opción no puede descartarse. También está el hecho de que las vacunas de ARNm causan miocarditis y pericarditis, especialmente -pero no de forma exclusiva- en varones jóvenes, cosa que al inicio de la vacunación fue también negado como desinformación, para ser hoy un hecho aceptado, solo que ahora intentan minimizarlo con el insultante oxímoron de la “miocarditis leve”. O las irregularidades de sangrado causadas en mujeres por las vacunas, también negado como invento en 2021, que ha terminado siendo aceptado hasta por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) como un efecto adverso de las vacunas. O los trombos causados por las vacunas de vector adenovirus, también nexo causal negado al inicio y tildados de desinformadores los médicos e investigadores que lo señalaban, para que luego se corroborara que, en efecto, causan trombos. Pero todos aquellos que promovieron censurar estas cosas, no solo no admiten su fallo, sino que redoblan y arremeten con más ahínco en su soberbia y enanismo intelectual. Y les incordia el que haya medios como La Estrella de Panamá, en que los editores no cometen el grave error moral de arrogarse dueños de la verdad dando bola negra a las opiniones disidentes, como sí han hecho tantos otros dueños de medios y periodistas que, en neolengua orwelliana, se hacen llamar “periodistas responsables”, jactándose de que solo dan micrófono a la narrativa oficial.

La verdad no necesita censura ni persecución de los que piensan distinto para sostenerse. ¿Puede usted mencionar un solo caso en la historia en que los que censuraban y perseguían a los disidentes resultaron tener la razón? La censura y la persecución de los disidentes son marcas distintivas del dogmatismo y de la propaganda, no de la ciencia.

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