
- 06/04/2025 00:00
Quienes creían que después de Richard Nixon, el presidente de Estados Unidos más tramposo y mentiroso era el alcohólico George Bush hijo, con la gran falacia sobre Irak, se equivocaron de plano, pues Donald Trump los ha superado con creces a ambos, y queda documentado para la historia con su peligrosa jugada de los aranceles que ya el mundo afectado los considera una declaración de guerra comercial.
Intentando engañar a todos, los ha presentado como una respuesta “justa” al déficit global de la balanza comercial de Estados Unidos –lo cual califica malintencionadamente de pérdida o robo-, cuando el comercio de una potencia como la de Estados Unidos no se mide solamente por el intercambio de productos, sino por una serie de factores tan importantes como este, entre los que destacan los servicios y la base monetario-financiera de todas las transacciones que es el dólar.
En el balance bruto contable de las relaciones comerciales internacionales de Estados Unidos, sus ventajas son inocultables, y de no ser así es obvio que ese país no se pudiera autotitular como el mercado más importante del mundo.
Hay otro enorme beneficio comercial oculto que no sale en las estadísticas ni menciona el mandatario, como es el gran parque industrial propio desplegado por Estados Unidos en el exterior para beneficiarse de ventajas comparativas como la fuerza de trabajo asalariada y gastos de energía, que al final del proceso de producción y realización de esta, tributa a la economía estadounidense y no al país donde está ubicada la industria, sea Asia, Europa, África o América Latina. Sus beneficios no son registrados en la balanza comercial, y son multimillonarias, pero sí la operación, y eso altera la relación de equilibrio.
Tampoco se registra que casi todos los países que comercian con EE.UU. utilizan los dólares resultado de su comercio como moneda de inversión, o para adquirir bonos del Estado, acciones y propiedades inmobiliarias, es decir, dinero que regresa a sus orígenes y ayuda a mantener bajos los tipos de interés y permite a las empresas y consumidores acceso más abierto a créditos bancarios y a mantener elevado el gasto interno.
En la base, esta guerra está pensada, analizada, evaluada y sopesada de forma meticulosa para ganarla en el corto plazo y obtener billones y billones de dólares metiéndoles la mano en los bolsillos como vil carterista a aliados o adversarios.
Simplificando la operación -solo para entenderla, pues es mucho más complicado y no funciona así- si la parte alícuota de Estados Unidos en las importaciones mundiales es 13 % y las exportaciones el 9.0, y aplica un arancel recíproco del 25 %, el volumen que cobrará EE.UU. será muy superior al que tendrá que pagar. Ese sí es el gran robo del siglo. Hay una brutal y miserable mala leche en los aranceles recíprocos porque de lo que se trata es de desbancar a toda la competencia y descapitalizar gobiernos que probablemente deberán hacer ajustes fiscales.
Pero el asunto es mucho más profundo y peligroso para los propios Estados Unidos y para el mundo. Trump dice que busca rehabilitar la industria nacional, pero esta no se ha estancado como pretende hacer creer el mandatario, sino que ha llevado durante años un proceso de relocalización buscando ventajas comparativas en territorios fuera del suyo, como en México, Brasil, Argentina, la Unión Europea y otros, y ahora podría obligar a una repatriación perjudicial para el usuario que tendrá que pagar por el mismo producto un precio mayor.
La trama más difícil e interesante es la del sector automovilístico. ¿Cómo es posible que el rey del sector, Elon Musk con su Tesla, sea uno de los máximos impulsadores del impuesto del
25 % a los autos? ¿Se está poniendo la soga al cuello? Pues, claro que no. Con los aranceles piensa desbancar a su competencia en el mundo, incluida China, por supuesto, creando con el impuesto una barrera proteccionista más alta que el muro de Trump en la frontera con México para librarse de toda la competencia en el mercado estadounidense y en otros, porque le cierra así las puertas a sus competidores.
Es tan inmenso el regalo de Trump a su amigo, aliado y financista de su campaña, que él cifra sin empacho entre 600 mil millones y un billón 200 mil dólares en dos años el ingreso solamente por los aranceles de ese sector, sin importarle que sus compatriotas estén obligados a gastar más por un carro de igual gama que ahora le cuesta 25 % menos, y lo mismo ocurrirá con las refacciones.
Y todo lo hace bajo la política del miedo y la amenaza, como dijo hace unas horas en sus redes sociales: “Si la Unión Europea colabora con Canadá para perjudicar económicamente a EE.UU., se les impondrán aranceles a gran escala, mucho mayores de lo previsto, para proteger al mejor amigo que ambos países han tenido”.
Ahora el mundo ya está en una loca carrera construyendo todo tipo de barreras proteccionistas, arancelarias y no arancelarias, empezando por México, Canadá y la Unión Europea que ya empezaron a reaccionar, como es lógico.
Significa, como dijo hace poco Roberto Uebel, economista de Brasil, que los efectos de los aranceles recíprocos de Trump se extenderán más allá del comercio, afectando también las relaciones políticas y geopolíticas globales en un fenómeno que denomina “la fragmentación del multilateralismo”.
En el caso de nuestra región, alerta que dicho efectos se sentirán en lo inmediato desde la agroindustria hasta industrias de alta tecnología, la inteligencia artificial y la computación cuántica, pero sobre todo en sectores estratégicos como las tierras raras y los minerales críticos, involucrando a actores tan diversos como Brasil, Ucrania, Bolivia, Australia y China.
Ya está escrito, como expresa el dicho: los aranceles anunciados por Trump elevarán los precios al consumo de los bienes importados por Estados Unidos o exportados, avivando la inflación y desatando una guerra comercial cruel e innecesaria que puede llegar a mayores porque la Casa Blanca rompe de nuevo –como hizo Trump en su anterior gobierno- los factores de negociación, diálogo y equilibro del mundo sin necesidad de librar una guerra como la de Ucrania, Irak o Siria, pues con esta medida hace añicos las normas del mercado internacional.
Ya la industria automovilística alemana, como Volkswagen, Mercedes, BMW y Porsche, Audi y Lamborghini están en ascuas, pues EE.UU. es su mercado más importante, y ahora está completamente en manos de Musk, quien también les cerrará las puertas a los autos chinos. Con el solo anuncio de aranceles, las acciones de esas empresas germanas perdieron cerca de 5 % en la bolsa de Fráncfort, ese mismo día, lo cual llevó a la presidenta de la Asociación de la Industria Automotriz Alemana (VDA), Hildegard Müller, a advertir que “los aranceles son una señal fatal para el libre comercio basado en reglas”.
El presidente de la Asociación Federal de Mayoristas, Comercio Exterior y Servicios, Dirk Jandura, denunció que “Trump inició esta guerra comercial unilateralmente y sobre la base de acusaciones falsas” y pidió a la Unión Europea que adopte contramedidas claras: “Estas deberían incluir también una reacción al papel dominante y abrumador de las empresas digitales estadounidenses en Europa”.
Su colega Cecilia Malmström, excomisaria de Comercio de la UE insta a la Unión a estar “lo más preparada posible” para una disputa prolongada y potencialmente dañina. Aboga por el uso del Instrumento Anticoercitivo de la UE (ACI), que nunca se ha utilizado, si la UE determina que el enfoque de Trump equivale a una forma de “coerción económica”.
En ese caso, la UE tendría poderes legales para tomar medidas. “Podría tratarse de aranceles, restricciones a la exportación, limitaciones a las inversiones o restricciones en la contratación pública. Es una caja de herramientas bastante grande”, explicó.
Ya, por lo menos, se están escuchando gritos de boicot a las empresas y productos estadounidenses en muchas partes de Europa y de América Latina. Mientras, las trompetas heráldicas tocan al desguace al paso de Trump y Musk por la alfombra roja de la desvergüenza, mientras se miran e intercambian sonrisas diabólicas como el perverso Chuqui