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- 06/01/2023 00:00
La miseria que corroe a Almacenajes Minidepósitos
Desde la época de mi infancia he escuchado, una y otra vez, esta lapidaria frase: “el cliente siempre tiene la razón”. Pero hasta hace poquito supe, por experiencia propia, que una empresa panameña ahora esgrime una nueva oración categórica: “maltrata al consumidor para que nunca más forme parte de nuestro negocio”.
Resulta que, hace cuatro años, mi residencia ya no contaba con espacio suficiente para acomodar objetos de distinta naturaleza, los cuales solo se utilizan de vez en cuando. Decidí entonces alquilar un depósito privado. Entre las tantas ofertas en el mercado, me decanté por la organización conocida como Almacenajes Minidepósitos, cuya página web ofrecía toda una serie de ventajas que resultaron atractivas.
Acudí a la sucursal que Almacenajes Minidepósitos mantiene cerca del sector capitalino de San Antonio. Dos ejecutivas me trataron a cuerpo de rey y, como es normal en estos casos, me ofrecieron el oro y el moro para que yo firmara el contrato, como en efecto ocurrió.
A principios del año 2021, en plena pandemia por coronavirus, me apersoné a mi bodega para buscar una maleta, pues debía realizar un viaje al exterior. Tras levantar la puerta corrediza, observé que todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo blancuzco. Me sorprendió este hecho porque la bodega está ubicada dentro del sector climatizado (con acondicionador de aire) y, además, se sobreentendía que el lugar estaba cerrado herméticamente.
Pude comprobar con mis propios ojos —valga el pleonasmo— que se había abierto una ranura de unas 50 pulgadas de extensión entre el techo y la pared. Por esa estría se filtraba la suciedad que provenía del terreno trasero que sirve para estacionamiento de vehículos pesados como mulas y camiones.
La empresa solo se limitó a ofrecer disculpas y aplicar un ridículo porcentaje de descuento para mi próxima factura. Como soy un individuo adicto a la higiene, contraté a dos personas para que me ayudaran a limpiar toda la bodega, objeto por objeto, acción que sobrepasó las cuatro horas de trabajo.
Aunque sabía que Almacenajes Minidepósitos no me había concedido un tratamiento cónsono con lo sucedido, me convencí de que nadie es perfecto y, por tanto, estaba ante uno de esos hechos imponderables que nadie puede prever. En adición, pensé que se trataba de un evento desafortunado que no se presentaría nuevamente. Pero me equivoqué de manera rotunda.
A principios del pasado mes de diciembre, me dirigí hacia mi bodega para extraer artículos navideños en vista de que se acercaban las fiestas que honran el nacimiento de Jesús y la llegada del año nuevo. Levanté la puerta corrediza y… ¡Sorpresa! Reiteradamente, todo el cubículo estaba cubierto con polvo, pero esta vez de color amarillento, con más mugre que la vez anterior.
Pegué el grito al cielo. Dos ejecutivas y un ayudante de Almacenajes Minidepósitos constataron mi testimonio. No se veía, a vuelo de pájaro, otra ranura como la anterior. A una de las damas se le ocurrió inspeccionar la bodega de al lado, que mostraba vestigios de harina maíz. “Está prohibido guardar esta sustancia aquí. Parece que se rompió un saco (envase) y el producto se dispersó y afectó a las demás bodegas, en especial a las más cercanas”, teorizó una de las damas.
“¿Y ahora?”, pregunté con un dejo de impotencia. “Lo más que podemos hacer es permitir que ocupe la bodega de enfrente para que se mude”, respondió la ejecutiva. “¿Y qué acerca de la limpieza?”, cuestioné con tono diplomático. “Eso no nos compete a nosotros, sino al cliente”, contestó la misma ejecutiva con una frialdad nórdica.
Como expliqué en un párrafo anterior, soy enemigo de la suciedad. Al segundo día luego del hallazgo, mi hijo mayor me acompañó para ayudar con la limpieza. La tarea nos tomó, otra vez, más de cuatro horas de esfuerzo, pues hubo que sacar toda la mercancía, limpiarla y reubicarla en la nueva bodega.
En verdad, no me agradan las mudanzas; ello me estresa. Y aun con todo lo ocurrido me inclinaba hacia permanecer como cliente de Almacenajes Minidepósitos, aunque esta empresa no lo mereciera. Pero mi vaso de paciencia se derramó: un par de días después me enviaron un mensaje vía email para informar que, por efectos del aumento en los costos operativos, se veían en la “necesidad de aumentar las tarifas” pues deseaban seguir “brindando depósitos cómodos, seguros y convenientes”. Había llegado, de manera inexorable, la hora de romper palitos.
En un santiamén, conseguí una nueva empresa que no solo me ofreció un espacio más grande y menos costoso, sino que me facilitó un equipo de mudanza que incluyó camión y ayudantes.
Cuando entregué mi carta que anunciaba la conclusión del vínculo comercial, Almacenajes Minidepósitos ni se inmutó en manifestar frases como “cuánto lo sentimos” o “es una pena que no lo tengamos más como cliente”. Todo lo contrario: mostraron su rostro miserable cuando únicamente invocaron la cláusula del contrato para retener el depósito de garantía —pagado desde un principio del acuerdo— porque yo no había avisado mi salida con 30 días de anticipación. “Si los dueños de esta empresa no pueden comprar su desayuno sin ayuda de este dinero, se lo pueden quedar. Ni siquiera lo disputaré. No me hace falta, gracias a Dios”, fue mi lacónica réplica.
Aunque estaba seguro de que había finiquitado todo lo relacionado con Almacenajes Minidepósitos, el pasado día 1 del mes corriente recibí otro email de parte de esta organización, que retrata su ruindad y desparpajo de cuerpo entero: “Nos complace hacerle llegar su facturación del mes en curso [enero de 2023] con el aumento de la tarifa ya informado”.