• 06/03/2025 00:00

Migración, implicaciones éticas y políticas en Panamá

Desde los orígenes más remotos, la necesidad del hombre ante los cambios climáticos, las hambrunas e incluso los problemas políticos o económicos han sido los grandes promotores ab origen de los desplazamientos masivos de seres humanos. Desde la pangea, pasando por el Bering hasta llegar al éxodo bíblico. La migración es un evento natural y también social en el desarrollo y progreso de los pueblos.

A nivel nacional este hermoso y pequeño istmo ha sido construido por el esfuerzo de etnias tan divergentes y disimiles entre sí. Unidas en un crisol de razas, culturas y religiones que amaron esta tierra. Haciéndola suya y permitiéndose soñar con un futuro en que alcanzamos la victoria, el canal y la justicia para todo los panameños.

Este sueño que consideramos haber alcanzado hoy (por diferentes causas largas de nombrar) se pone en riesgo. Por lo políticamente correcto, que no es moralmente correcto. A modo personal consideramos y vemos con preocupación como poco a poco ha imperado en la política panameña un discurso político que denigra y vitupera ciertas nacionalidades extranjeras. Algunas de ellas de amplia historia y hermandad con la nuestra. Entre muchos entretejidos históricos de unión y separación.

Esta narrativa discriminatoria ha llegado a un punto álgido con el actual gobierno que ha llegado a niveles inconcebibles. En su manejo político de los inmigrantes en tránsito por el istmo. Cabe destacar que desde antes ya se habían dado este tipo de discurso en la asamblea anterior. En el cual se hacía una correlación absoluta entre inmigrantes y criminalidad, enfocado a ciertas nacionalidades. Pero, como bien acota nuestro hermano originario Simón Herrera: “Las migraciones irregulares son producto de las malas políticas de los gobiernos que, por descuidar aspectos sociales, económicos y de una calidad de vida muy desigual, sus ciudadanos optan por viajar a otros lugares” (La Estrella de Panamá, 13/02/2025).

Pero ¿existe algún fundamento lícito para ello? O ¿cuáles son sus sustentos éticos filosóficos...? Desde la perspectiva de una ética para el siglo XXI, no puede limitarse al bien común y a la convivencia, sino ante todo a la supervivencia de la especie; máxime ante incluso el posible éxodo de “emigrantes ecológicos” producto de nuestro voraz consumo de los recursos naturales y cambio climático. La venganza de Pachamama ante el ¡sapiens, sapiens! es una realidad cada vez más posible. Cualquier Estado puede verse afectado. Hecho que ya esta pasa a nivel local con nuestro hermanos en Guana Yala, donde todos los años se pierden anegadas islas de esta comarca producto de los cambios en el nivel del mar.

Y, aunque poco a poco ha ido imperando un discurso antiinmigrante, tanto en la arena política como en la opinión pública, quizás influenciado por el primero, nos oponemos intentando dar luces sobre el análisis del mismo.

Aspectos éticos... Criminalización de la inmigración. Cada vez más se ve expone al inmigrante como el responsable de todos los males del país. De forma absoluta y generalizada sine qua non a todos del conjunto.

En la lógica del patriotismo criollo se defienden posiciones chauvinistas y antidemocráticas desde la óptica de defender lo nacional, cuando si recordamos nacionales a prima facie solo son en stricto sensu nuestros pueblos originarios, los demás panameños somos mestizos.

La xenofobia aporofóbica como señala Adela Cortina no se odia al extranjero, se odia al pobre, pero en nuestro país ambas en principio distintos, han confluido agresivamente.

Aspectos políticos... Primero, la política del buen vecino migratorio adopta medidas inhumanas por presión norteamericana.

Segundo, ciudadanía y migración se ha vinculado. La ciudadana panameña cuasi a cierta concepción cultural de lo panameño da privilegio a lo español y latino (mestizo) sobre lo afro y lo indígena/autóctono, y esto es moralmente cuestionable.

A modo de conclusión, podemos decir que el inmigrante también es un ser humano, también es una persona y, como tal, merece el respeto y garantías fundamentales que todo Estado democrático debe proveer. “Lo bueno es bueno aunque nadie lo haga. Lo malo es malo aunque todo el mundo lo haga”, San Agustín.

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