El título de este artículo no tiene nada que ver con nuestro amado Panamá. Es el de un cuento de Gabriel García Márquez sobre un robo que perturbó la tranquilidad del pueblo porque nunca había sucedido algo así. Alguien robó las bolas del billar y aquello les alteró la vida porque “en este pueblo no hay ladrones”. Por prejuicio racial acusaron a un negro y aunque apresarlo calmó algo el alboroto, el problema siguió siendo que las bolas de billar no aparecían. El ladrón resultó ser Dámaso, uno del pueblo, vago y mantenido por su mujer, a quien se le complicó el asunto porque como no encontró dinero para robar cargó con las bolas; semanas después, al no poder venderlas, decidió devolverlas una noche cuando el pueblo dormía; cuando llegó al billar ¡sorpresa! le llegó “la mala hora” (otro cuento de García Márquez) porque se vio descubierto por el dueño del billar que allí dormía. Un detalle adicional además de que el ladrón fuera a prisión: el dueño del billar, también pillo, lo acusó de haber robado 200 pesos que nunca estuvieron allí. El final... al ladrón le sacarían el dinero “del pellejo , no tanto por ratero como por bruto”.
Creo que al leer el título de este escrito no pensaron que me refería equivocadamente a Panamá porque si algo conocemos bien, es que ladrones tenemos en todas las categorías. No se interprete esta afirmación como agresión o acusación antipanameña, infame, injusta de mi parte. Basta con ver las noticias del día o repasar las de unos cuantos años para enfrentar con pesar y vergüenza que lo que sorprendió a aquel pueblo, el robo, es “el pan nuestro de cada día”. Con el nuevo lenguaje en los informes policivos, la “modalidad” de los delitos son muchas. Los de “saco y corbata” no son categoría “parte policivo” sino comentados con otros adjetivos; son de alto calibre, de gruesas sumas de dinero y negocios de envergadura, de los que pasan a la Corte Suprema, la Procuraduría General de la Nación, etc. No son menudencias. A diferencia del enchirolado del cuento, acá tenemos varias categorías.
Una de las prácticas de los que pueden pagarse costosos equipos de abogados (que pagan con los dineros que recibieron de coimas, sobreprecios, etc.) es que dilatan los casos hasta que les llega la salvadora prescripción o “no se pudo comprobar... etc.”. Así, quedan atrás delitos como los del Programa de Ayuda Nacional (PAN): lucro ilegal con comida deshidratada, bolsas navideñas, mochilas escolares, llantas para automóviles, contrato de helicópteros, compra de granos, etc. Antes del PAN, el DAS también arrastra colas con acusaciones de similares negocios turbios y durante la pandemia, ¡qué terrible!, de sobreprecios en ventiladores, el hospital modular, etc.). Llevamos años oyendo sobre chanchullos con Odebrecht, FCC, New Business, Blue Apple, Riego de Tonosí, Ampyme, Cobranzas del Istmo, Finmeccanica, Ifarhu, “cashback en las Asambleas Legislativas, cintas costeras, estadios; el misterio del helicóptero HP-1430 hundido en Farallón, los “afudólares”, la Lotería, alquiler de locales, valiosas tierras del Estado compradas a precio de ganga, etc. La lista es larga y el espacio para este escrito es limitado.
El Erario es ubre para los corruptos. Al abrir las gavetas de los recuerdos de hace bastantes años (que ya tengo muchos) y los sumo con hechos actuales, queda claro que en este pueblo hubo y hay ladrones. “La corrupción, a lo largo de la historia panameña, ha estado enquistada en todos los niveles, convirtiéndose en “casi una institución”, señala el historiador Omar Jaén Suárez (La Estrella de Panamá 29/12/2022). En este mismo diario la columna Entrelíneas (6/4/2025) dice que la última encuesta Vea Panamá revela que por tercera vez consecutiva, el flagelo de la corrupción “lidera la lista de preocupaciones de la ciudadanía, seguido muy de cerca por el desempleo y el alto costo de la vida”.
Después de la noche que terminó mal para el ladrón, ¿logró Dámaso sobornar al juez con alguna promesa como trabajarle en su casa sin cobrar?, ¿ O el dueño del billar, en componendas con la autoridad, hizo pagar al ladrón los inexistentes 200 pesos trabajando en el billar?. De lo que estoy segura, si le doy un final al cuento de don Gabo, es que al ladrón, Dámaso, no le dieron “casa por cárcel” ni país por cárcel; tampoco la inmunidad de un Parlacen que es cueva que resguarda a diputados acusados de corrupción; otros con dinero ¡por supuesto! negocian su libertad con reemplazo de pena de cárcel por multa. Después es solamente dejar que caiga el manto del olvido entre juicios y abogados y convenientes “engavetamientos” que ganan tiempo hasta que llega la ansiada figura legal, ¡aleluya!, el fallo de prescripción que en esto de la ley significa que aunque la sentencia “no desaparezca ni se anule, extingue el derecho a su ejecución”. Así, los pillos (todos dicen ser inocentes) quedan a salvo del brazo de la justicia y se burlan de la dama que la representa con la balanza en una mano, los ojos vendados y la espada en la otra mano.