- 13/04/2025 23:00
El precio del proteccionismo
Vivimos tiempos inciertos, donde lo que es noticia por la mañana puede volverse irrelevante por la tarde. En medio de cambios profundos en las dinámicas del comercio global, conviene volver a lo esencial: entender cómo funciona el comercio internacional y qué implican sus barreras.
En un modelo capitalista, se sostiene que el intercambio libre y voluntario genera prosperidad. Cuando dos países comercian entre sí, ocurre algo similar: uno ofrece lo que produce con eficiencia; el otro lo adquiere e intercambia aquello que domina mejor. Es una versión simplificada de la balanza comercial: exportaciones —lo que un país vende al exterior— e importaciones —lo que necesita, no tiene o le resulta costoso producir.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, estos intercambios eran mayormente bilaterales. Hoy, gracias a las mejoras en interconectividad son en su mayoría multilaterales. Tomemos un celular como ejemplo: un componente puede originarse en China, ensamblarse en México, programarse en Estados Unidos y, finalmente, venderse en Panamá. Un mismo objeto, múltiples geografías.
En este entramado, los gobiernos han creado mecanismos como el arancel: un impuesto aplicado a productos importados. En teoría, lo paga el importador. En la práctica, esa carga suele trasladarse, al menos en parte, al consumidor final.
A lo largo del tiempo, los países han impuesto restricciones comerciales por distintas razones: proteger industrias locales, aumentar la recaudación, presionar por cambios sociales o castigar a gobiernos que consideran adversarios. Estados Unidos, por ejemplo, ha aplicado recientemente una serie de aranceles a varios de sus socios, argumentando que ha sido objeto de abuso comercial en el tiempo. Lo que se discute no es solo la legitimidad de esa postura, sino su efecto real: en muchos casos, el que termina pagando es el consumidor común.
Cuando se encarece un producto por efecto de un arancel, el importador puede pedir al proveedor que absorba parte del costo. O puede simplemente subir el precio. Esto, inevitablemente, alimenta la inflación. Y si a eso se suma un crecimiento económico débil y alto desempleo, se entra en un terreno más complejo: la estanflación.
Los efectos de estas medidas —y de las represalias que puedan venir— son difíciles de anticipar. Lo que sí está claro es que un exceso de proteccionismo frena la competencia, genera ineficiencias y destruye valor. Y peor aún: cuando estas medidas son erráticas, terminan generando desconfianza.
En el caso de Panamá, aunque no somos un gran exportador hacia Estados Unidos, una parte importante del comercio mundial transita por nuestro canal. Y cuando el mundo se sacude, aquí también se siente. Tal vez no de inmediato, y no necesariamente en la bolsa de valores local como sí ocurre en las grandes plazas financieras, pero eventualmente el impacto se vuelve palpable.
Es por esto por lo que debemos, como país, más que protestar las medidas que pueden tomar grandes potencias, velar por nuestro desarrollo y aportar a la educación. Esa será, en el tiempo, el único verdadero camino hacia el progreso.