Las diferencias entre Estados Unidos y Panamá en torno a la administración de la vía interoceánica y en especial los resultados de la visita del secretario de Estado han ocupado las primeras planas de los diarios y fueron la noticia inicial de los espacios televisivos a escala internacional. Se hace el énfasis de que no hay acuerdos y que el mandatario Donald Trump insiste en que su país recupere el dominio sobre la franja canalera.

Un clima confuso, incierto, cubre estos esfuerzos que parten de la idea de que el país debe devolver el Canal de Panamá al control de Estados Unidos y regresar a la situación previa a los tratados Torrijos Carter. La misión en la capital panameña de Marco Rubio, el nuevo canciller estadounidense, era procurar aquello propalado en forma de reclamo por el presidente Trump desde antes de ocupar el despacho oval.

Pero una vez terminada la visita al Palacio Presidencial en San Felipe no se emitió un comunicado conjunto y ambos protagonistas procedieron a hacer balances parciales de las decisiones a las que se llegó en diferentes lugares y momentos. Los discursos fueron muy específicos y cada uno tenía su enfoque particular. El Departamento de Estado expresó que Panamá concedería la gratuidad de tránsito a los buques de Estados Unidos de América. El presidente panameño desmintió esta aseveración.

Pero el rasgo característico de las declaraciones del canciller estadounidense ha sido un conjunto de imprecisiones, algunas de ellas caracterizadas por argumentos falaces. Un ejemplo ha sido plantear que su país entregó un canal a Panamá y ahora es controlado por los chinos, pues tienen la administración de los puertos en las salidas del Pacífico y el Caribe.

El canciller Rubio brindó un aparente ejemplo de esto, al mencionar que vio un tanquero de nombre Hong Kong, de nacionalidad “china”, demostración de la intromisión de tal país; que después se supo que la embarcación era realmente de origen surcoreano. Luego, en otra oportunidad, adujo que si Estados Unidos estaba protegiendo el Canal de Panamá, no debían pagar peaje por su tránsito en esta vía.

¿Cómo se construye un juicio en la lógica? Con proposiciones que no solo sean verosímiles, sino veraces, creíbles y verdaderas. Se puede cambiar un término y armar un razonamiento que parezca cierto y haga lucir el planteamiento con un ropaje de certeza. “Entregamos el canal a los panameños y ahora encontramos chinos dirigiendo los puertos en ambas salidas”.

Es una falacia y un juicio construido con partes falsas, disimuladas. Quien no conozca la realidad, quedará convencido de que es cierto el argumento que se utiliza para crear un panorama suspicaz en cuanto a la política que se sigue con la actividad canalera, y sobre todo con las relaciones. No se dice, por ejemplo, que en la administración del área no existe ninguna autoridad o ente vinculado con la República Popular China.

La verdad no es el sustento de las categorizaciones, pero estas parecieran tener una solidez que consolida la argumentación. Solo es necesario lanzarlas al aire y el viento se las lleva por falta de peso como briznas. Tan solo hay que enfrentarlas con propuestas sólidas y demostrar que tales puntos de vista no tienen ninguna certidumbre.

Hay algunos principios que suelen emplearse en estas consideraciones y que tienen que ver con el enfrentamiento entre ‘validez’ y ‘verdad’ y que deben ser congruentes. Afirma la teoría que “...la validez de un argumento se refiere a su coherencia formal y que la conclusión es la consecuencia lógica de las premisas, independientemente de si estas son verdaderas. La verdad es la concordancia de una afirmación con la realidad”.

Rubio concluyó que “...es mejor ser amigo que enemigo... y “aliado”, que “alguien que crea problemas”; así pudo al fin ser coherente con sus hechos. Mientras, la política asumida en el Canal de Panamá se desenvuelve sin injerencias extrañas.

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