Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
Haití gime bajo bajo las pesadas botas de sus dirigentes y las balas asesinas de las pandillas armadas: una perfecta ecuación que engendra perplejidad, angustia, tristeza y horror. Los sollozos del pueblo traspasan con creces las fronteras del país, pero los gobernantes hacen oídos sordos a sus plegarias y menos aún a sus reivindicaciones y, curiosamente, además cuentan con el apoyo de varias potencias, principalmente Estados Unidos, Canadá y Francia. Casi nadie, creo, vaticinó para el país un panorama tan sombrío y lúgubre.
Algunos analistas políticos, y mucha gente entre la cual me incluyo, pensaban que Haití había tocado fondo hace varios años, y muy especialmente desde el advenimiento al poder de Michel Martelly, mediante una mascarada electoral orquestada en el año 2010, pero los hechos se han encargado de demostrarnos que estábamos muy equivocados. El procaz cantante, acostumbrado durante sus actuaciones a hacer gala de su mala educación y arrogancia, a vehicular sin pudor ideas sexistas y prodigarse además en palabras soeces hacia el género femenino, ocupó la presidencia durante los años 2011 a 2016. Su implicación en el escándalo Petro Caribe, la malversación de miles de millones de dólares, concedidos como préstamo con ventajosas condiciones al país por parte del gobierno venezolano, es una prueba más de la corrupción de su gobierno y del deterioro, sobre todo moral, de la isla. Eso reveló ser, entre otros muchos, un elemento más favorecedor de la galopante degradación del país.
Si Haití sufrió un apagón informativo durante los años 2018 a 2020, siendo prácticamente olvidado por los principales medios de comunicación, pese a su manifiesto deterioro político, ostentando una de las bajas cifras del Índice de Desarrollo Humano, ahora ocupa, con relativa frecuencia, las páginas de algunos de los más importantes diarios del mundo desde el hecho luctuoso del asesinato, el 7 de julio de 2021, de su presidente Jovenel Moise, con solo 53 años de edad. Adorado por algunos y denostado por una gran mayoría, el jefe de Estado, imbuido de una repentina toma de conciencia social, osó amenazar en varios de sus discursos, mediante unas embestidas verbales, con suprimir los privilegios de algunas pudientes familias del país, pese a que le habían apoyado e incluso financiado su campaña electoral. Este hecho, acompañado de factores ocultos divulgados hace unos meses por el periódico The NewYork Times y aliado a luchas intestinas dentro de su propio partido, han sido con toda probabilidad algunos de los principales móviles de su vil asesinato.
El malogrado país se debate actualmente entre la ilegitimidad y los desmanes del grupúsculo dirigente, el enriquecimiento de sus elites, y el hastío del pueblo. Exhausto de tantos reveses y de promesas engañosas, sufriente, extenuado de ser víctima de los sinsentidos de sus gobernantes y abrumado por sus enormes cuitas, jadea bajo sus exiguos recursos económicos. “Los hospitales públicos padecen un desabastecimiento crónico de insumos y medicinas, acompañados de un profundo deterioro de sus instalaciones” .El país está falto de iniciativas; la ineptitud de los que gobiernan, la rivalidad descarnada entre ellos, el acelerado empobrecimiento de la población, y sobre todo la proliferación de las pandillas armadas que se disputan el territorio, han trastocado radicalmente el panorama político y mucha gente afirma con una meridiana tristeza que se vivía mejor durante la dictadura de los Duvalier. Esto da alas a los nostálgicos del duvalierismo que sueñan con recuperar el poder y así volver a editar el régimen que se inició en Septiembre del año 1957 y que afortunadamente acabó en febrero de 1986, tras el levantamiento del pueblo que provocó la salida de la isla del segundo de los Duvalier.
La inseguridad imperante ha tenido como consecuencia inmediata el exilio o la huida de una buena parte de los ciudadanos hacia otras latitudes. Conviene aquí puntualizar las dos acepciones de la palabra exilio, estableciendo una diferencia entre el voluntario o autoexilio y el exilio forzado, aunque exista una intima conexión o relación entre ambos aspectos. De forma somera, el exilio forzado es cuando una persona o grupo de personas se ve obligado a dejar su país o el lugar natural donde vive por motivos de distinta índole, preferentemente políticos, entre los cuales se incluyen intimidación, amedrentamiento y amenazas, por haber sufrido la cárcel al defender sus ideas, o ser objeto de persecuciones debido a razones religiosas, o por pertenecer a un grupo étnico o racial minoritario, etc... El exilio voluntario es cuando una persona o un colectivo deja su patria o su domicilio habitual, empujado por múltiples razones, como la falta de oportunidades laborales, las precarias condiciones socio-económicas y por un profundo sentimiento de miedo o inseguridad física. En ambos casos, el exilio puede ser interno o externo. La nueva ley de inmigración impulsada por la Administración Biden que facilita en cierto modo el acceso de algunos determinados nacionales centroamericanos a Estados Unidos está propiciando un considerable flujo migratorio haitiano hacia ese país.
Haití en su reciente historia ha conocido cuatro períodos de exilio masivo: A) durante la dictadura de los Duvalier (1957-1986) donde la vida de los oponentes reales o supuestos adversarios políticos dependía en gran parte de las arbitrarias actuaciones de los “Tonton-Macoutes”, siendo víctimas de un hostigamiento brutal; B) tras el primer golpe de Estado contra Aristide protagonizado por el General Raoul Cédras en septiembre del año 1991, a raíz del cual se produjo una campaña de feroz persecución de sus partidarios; C) durante el segundo mandato de Aristide (2001-2004), caracterizado por las intimidaciones, amenazas y crímenes de Los “Chimères”, bandas armas a sueldo del presidente. D) Estos dos grupos citados han constituido incontestablemente el embrión del fenómeno actual de las pandillas armadas, que siembran el terror mediante robos, exacciones, secuestros, violaciones sexuales y asesinatos varios. Actualmente nadie está a salvo y es notorio el elevado número de profesionales, sobre todo médicos, que han sido secuestrados. Estas cuatro situaciones descritas han provocado la fuga de intelectuales y cerebros y el exilio de un sinfín de ciudadanos. No dispongo de estadísticas fiables, pero no es arriesgado afirmar que miles de personas, debido al sofocante clima de inseguridad y a la incertidumbre en cuanto a la satisfacción de sus necesidades vitales, han emprendido el camino del exilio como medio para protegerse y escapar de este infierno.
Con una densidad demográfica de más de 11 millones de habitantes, de los cuales se estima que más de 2 millones viven en el extranjero, estando dispersos por los cinco continentes, concretamente en Estados Unidos, Canadá, La República Dominicana, Francia, Bélgica y Suiza por citar a los principales, pero el grueso de la población migrante, de distinta afiliación social, está radicado en Nueva York y en Miami. De vacaciones, durante mis diversos viajes a la Gran Manzana para visitar a mi familia, he tenido la oportunidad en varias ocasiones de conversar con algunos de mis compatriotas establecidos ahí y escuchar relatos estremecedores de su recorrido vital, es decir, desde su salida de Haití hasta su llegada a Estados Unidos. Algunos, almas completamente perdidas en el vasto horizonte neoyorquino, historias repletas de dramatismo, conmovedoras, que hielan la sangre, protagonistas que van luchando contra viento y marea para superar los infinitos escollos a los que se tienen que enfrentar. Obstáculos derivados de las inhóspitas condiciones de vida, impedimentos de toda índole y de los interminables y extenuantes trámites de regularización migratoria, diferencias culturales e idiomáticas, aliados a las inclemencias atmosféricas y a las amargas y humillantes manifestaciones de racismo. A todo este entramado, hay que mencionar el sentido del deber moral ligado a la responsabilidad que muestran ellos, mandando a sus familias remesas para aliviar o aminorar sus penurias. Resulta, muchas veces, difícil dimensionar esta problemática debido al conjunto de factores que entran en juego en esta engorrosa situación.
El exilio en sus dos modalidades se acompaña en la mayoría de los casos de disgregaciones familiares, de rupturas matrimoniales, de empobrecimientos, que pueden desembocar en serios trastornos psicológicos y patologías psiquiátricas, como alteraciones de la personalidad y menoscabo de la identidad, producidos por el desplazamiento de la gente hacia países desconocidos, incluso hostiles y con mentalidades y lenguas distintas. El candidato a la presidencia de Haití y oponente a François Duvalier, el profesor Daniel Fignolé, el director de cine norteamericano Joseph Losey, el escriror austríaco Stefan Zweig que se suicidó en Brasil junto a su mujer, el escritor y exministro español Jorge Semprún, el premio nobel ruso Alexander Solzhenitsyn, la cantante cubana Celia Cruz, el opositor iraní Bani Sadr, fallecidos todos, y otros en vida como el campeón de ajedrez Gari Kasparov, los literatos nicaragüenses Gioconda Belli y Sergio Ramírez, por citar a algunas relevantes personalidades, han sufrido y sufren, pese a su categoría intelectual o profesional y con enormes diferencias o matices al inmigrante común, el duro camino impuesto por el exilio y las vicisitudes inherentes a él. Un hecho insólito y estruendoso, quizás único en los anales de la historia política mundial, es la expulsión masiva, a Estados Unidos, a principios del mes de febrero pasado, por parte del gobierno sandinista, de 222 presos políticos sacados de las mazmorras de la dictadura matrimonial Ortega-Murillo que anunció que declarará apátridas a los deportados por considerarlos “traidores a la patria”. Así empiezan para ellos las asperezas del destierro. Con respecto a este asunto escribió el joven estadista chileno, Gobriel Boric: “ no sabe el dictador que la patria se lleva en el corazón y en los actos, y no se priva por decreto”.
Se habla con profusión de los exilios cubano, nicaragüense y venezolano, pero se minusvalora o se desdeña otros de color político distinto, como el haitiano, el hondureño etc... Hoy en día asistimos con indignación, asombro y pavor a la huida exponencial de súbditos haitianos, víctimas del clima de inestabilidad y de la falta de perspectivas en su país, producto de políticas profundamente injustas y represivas.
Los acontecimientos en Haití se desarrollan a un ritmo estrepitoso, ahondando cada día más las desgracias del país y martilleando la población, y el desánimo es patente. Resulta aventurado hacer un pronóstico, pero sigo teniendo fe en el pueblo, heredero de los haraposos y valientes esclavos que protagonizaron la gesta de su emancipación de Francia en 1804, y que ha demostrado su capacidad de resistencia, luchando con valor, determinación y ahínco contra las múltiples adversidades para liberarse de las fauces de la sanguinaria dictadura de la dinastía Duvalier. Como también estoy convencido que, llegada la circunstancia, un grupo de hombres y mujeres, voluntarios serios, competentes e íntegros tomarán las riendas de mi patria encaminándola hacia los senderos del respeto y de la dignidad de sus congéneres, apelando a la sincera y escrupulosa colaboración de otros estados, africanos o asiáticos, que nos puedan asegurar una ayuda decente, solidaria y un asesoramiento apropiado, de acuerdo con nuestra cultura y mentalidad. Porque, como muchos, me muero de hambre de mi país.
*El autor es médico-psiquiatra