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- 19/12/2024 00:00
El balance de los primeros 180 días
Siguiendo una práctica que para nada nos incumbe, porque su origen fue el anuncio por Franklin Delano Roosevelt de las medidas excepcionales que ejecutaría en los primeros 100 días de su mandato, para enfrentar los devastadores efectos de la Gran Depresión, en nuestros ámbitos, algunos mandatarios, a seguidas de su elección y con la intención de proyectar dinamismo presidencial, pero también por esa malsana costumbre de imitar prácticas estadounidenses, han optado por anunciar, con bombos y platillos, lo que harían o lo que no harían durante sus primeros “100 días”.
Cuando, como se recordará ocurrió que el nuevo gobierno anunciara y muchos medios destacaran lo que haría en ese período, comenté que, habida cuenta, primero, de que nuestros mandatarios están lejos de tener facultades comparables a las de los presidentes del norte para dictar “órdenes ejecutivas” y, segundo, que nuestras legislaturas duran 4 meses, y que la primera ordinaria corre del 1 de julio al 30 de octubre, ese debía ser el período para la primera medición o la calificación de la efectividad de los nuevos gobernantes. Pero, en el caso particular del nuevo gobierno, al haber este convocado a la Asamblea Nacional a sesiones extraordinarias, el período para la medición de su efectividad no debe, desde luego, ser los primero 100, ni los 120 de las sesiones ordinarias, sino los 180, resultantes de la sumatoria de ambas.
Dentro de pocos días se vencerán esos primeros 180 días. Durante su transcurso, en términos objetivos y si se compara su discurso inaugural del 1 de julio pasado con lo que llevamos presenciado de su gestión, bastante poco es lo que se pueda registrar como logros concretos.
Los dos asuntos de mayor importancia que estaba obligado a enfrentar el nuevo gobierno se han saldado con “más ruido que nueces”. Por un lado, el prometido ordenamiento de las finanzas públicas, después del laberinto en que terminaron, tanto los ajustes al Presupuesto vigente como las idas y venidas del elaborado para el 2025, no es precisamente un ejemplo de efectividad. Por el otro, todo lo que hasta ahora se ha vivido durante el accidentado proceso para concretar las “medidas salvadoras” de la Caja de Seguro Social, no se le queda atrás.
Al presidente, como es tradicional, le corresponderá dirigir un mensaje a la nación en el acto inaugural de la segunda legislatura ordinaria, el 2 de enero de 2025. Si tomamos como referencia esos dos asuntos, es muy poco lo que podría decir en cuanto a lo logrado. Por consiguiente, sí es esperable y deseable que aproveche ese momento para ofrecer un balance sincero de sus primeros 180 días, que debiera comenzar por una radiografía realista del estado de las finanzas públicas, a la que debieran seguir las explicaciones específicas de cómo se continuará manejando la crisis del sistema de pensiones.
Para que el país pueda avanzar en orden es necesario el concurso entre el Ejecutivo y el Legislativo. Los términos en que se ha expresado aquel y las reacciones, algunas entendibles y otras muy poco, de este, no presagian que vaya a ser reflejo de la “armónica colaboración” que de manera idealista pide nuestra Constitución Política. A la ciudadanía y a sus dirigencias organizadas, y desorganizadas, también les corresponderá jugar un papel decisivo para que el año que está por empezar arranque con buen pie. Así lo deseamos todos; el país lo necesita y los tiempos son perentorios. Ojalá que así lo entiendan todos, pero principalmente quienes pidieron que se les confiara el mandato para gobernar que, no es solo encumbrarse en los cargos públicos, sino, esencialmente, la responsabilidad de resolver los problemas que más acucian a los gobernados.