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Hace unos años, un conferencista definió la felicidad como “hacer lo que deseas con quien amas”. Esta es una ambigua definición viniendo de un millonario dueño de una exitosa compañía. Según él, el 99 % de la población es miserable al tener que trabajar, pagar cuentas y criar hijos ingratos, rodeados de gente que no siempre “nos simpatizan”. Según él, solo seré feliz paseando por todo el mundo con mi familia y amigos. Pero ¿podría pasarme así toda la vida?
Tampoco el diccionario y todo el internet, incluyendo a ChatGPT, me dieron una definición clara o satisfactoria de qué es la felicidad o cómo conseguirla. Tampoco explican sobre cómo se relaciona con la alegría o con el placer. Una vez consideré que la independencia financiera puede hacernos felices, hasta que un amigo me confesó que, después de haber conseguido ingresos mensuales fijos y pasivos, regresó a trabajar luego de un año jugando golf.
La felicidad, este básico y algo amorfo concepto humano, ha sido analizado, discutido y expuesto en cientos de obras literarias como visuales. Hace milenios que los filósofos griegos la discernían: los hedonistas la relacionaban con el placer, los estoicos con el sobrellevar de obstáculos y, según Epicuro, la felicidad se consigue ante la ausencia del dolor. Psicólogos como Viktor Frankl y Jordan Peterson explican que la felicidad no debe ser un objetivo en sí y, de conseguirse, es tan solo una agradable consecuencia de lo que realmente importa: el significado o sentido (meaning, en inglés) en nuestra vida. Incluso Mark Manson en su libro El sutil arte de que te importe un carajo acuerda añadiendo que, aun consiguiéndola, nos acostumbramos, motivándonos a buscar una más intensa, estancándonos en un trágico ciclo de frustración. Aunque estos puntos de vista son válidos, no me responden: ¿podemos encontrar la felicidad?
Para mí, la felicidad no es un temporal sentimiento de placer o alegría al ganar un juego de blackjack, unas vacaciones en Cancún o una promoción laboral. Aunque ayuda, el dinero no garantiza la felicidad o la satisfacción laboral: el pobre no es necesariamente infeliz o el millonario feliz. Todos conocemos a profesionales exitosos frustrados con su carrera. Considero que la felicidad es una actitud, así como otras más, amar o sentirnos independientes. Esta actitud se desarrolla desde la niñez, entendiendo con la madurez las circunstancias en que vivimos, aprendiendo cómo aprovecharlas mejor.
La filosofía, la religión y hasta parte de la psicología definen el nacimiento de un bebé como un comienzo “de cero” o “con toda su vida por delante”, con “todas las opciones abiertas”, pero en realidad, esto no es así. Todos nacimos dentro de un marco extremadamente definido, comenzando con nuestro género (que hasta el siglo pasado era un obstáculo serio para la felicidad), estado social, psicología y cultura de los padres y la sociedad, etc. Ningún bebé en toda la historia ha nacido en un vacío como en el espacio exterior.
De ser así, todos nacimos y crecemos con limitadas opciones como en un “abanico de barajas”. Desde niños escogemos, consciente o inconscientemente, unas y dejamos otras, entendiendo las consecuencias de estas elecciones. Lo interesante es que esta constante elección nunca termina, aun de adulto y anciano. Todo el tiempo las barajas cambian como las circunstancias en las que vivimos, entre las personas que entran y salen de nuestras vidas, muchas veces con nuestro control y otras no, además de sus desconocidas intenciones, confiando en nuestro mejor instinto o presentimiento. Como sujetos sociales, también las circunstancias económicas, sociales y políticas cambian constantemente, imposibilitando apoyar a nuestra felicidad según ella. En resumen, la vida, por definición, no es justa, pues nunca recibimos las mismas barajas o las que queremos: algunos reciben más o mejores, otros se obligan a arreglárselas con solo unas pocas, desgastadas.
Creo que una más exacta definición de la felicidad es: “un profundo estado emocional de semiconstante tranquilidad y satisfacción a través del espacio y tiempo”. A un estado de felicidad se llega al entender que vivimos la vida que debemos vivir y no otra, que tomamos las mejores decisiones posibles basadas en las experiencias e información disponibles en ese momento, y que, aunque erremos, sintamos dolor o frustración, los momentos difíciles no son una tragedia, sino un reto a sobrellevar.
Decisiones como dónde vivir y qué o con quién comer nos brindan placer o dolor, pero la felicidad no se funda en cada una de ellas, sino en el estado anímico general, independientemente de qué decisiones tomamos o las circunstancias de nuestra vida. No creo, que nadie pueda ser feliz en un constante estado de placer, pero sí en un estado de convivencia, de compartimiento y aceptación, así como de lucha, proveyendo una experiencia positiva a los demás con nuestro comportamiento y acciones, sin perjudicarnos a nosotros mismos. Esto incluye valorar a las personas que queremos y a la vez nos valoran y respetan recíprocamente.