• 22/08/2024 23:00

Caiga quien caiga

El profesor Robert Klitgaard da una explicación muy clara de que la corrupción es como el Sida: no distingue edad, género, raza o estatus social. Siempre va a estar ahí porque tiene que ver con la ambición del ser humano

Producto de una recomendación de la Dra. Nadia Franco Bazán sobre la obra Caiga quien caiga, del autor José Ugaz, procurador ad hoc de Perú en el caso de corrupción Fujimori-Montesinos; en la que revela cómo se fue desenredando la madeja de la organización criminal que corrompió todos los estamentos del poder de ese país, me surgió la inquietud de escribir y verificar la frase “caiga quien caiga”.

Esta frase refleja el espíritu del programa y ahora la obra de Ugaz. Resume el hecho de hacer algo sin importar la jerarquía de quien sufre las consecuencias.

La primera vez que se escuchó la frase “caiga quien caiga, (CQC)” fue en un programa de televisión español, basado en el formato argentino del mismo nombre creado por Mario Pergolini con su productora 4K (Cuatro cabezas). Originalmente se emitió en Telecinco, donde tuvo dos etapas, entre 1996 a 2002 y entre 2005 a 2008 trasmitido en Chile.

La segunda vez que en América se patentiza esa frase, lo hace José Carlos Ugaz Sánchez-Moreno, para contar la historia íntima de cómo se desmotó Fujimontesinista. Esta obra cobra vida en el año 2014 y devela todo lo sucedido desde 1998 en el Perú hasta la condena del expresidente Alberto Fujimori, el 10 de diciembre de 2007, y la condena del 7 de marzo de 2009. Esta trama pareciera un capítulo de un libro sin contar de la trama de delitos de corrupción, blanqueo de capitales, contra la administración pública y criminalidad organizada, ideadas desde el poder en los más altos grados de jerarquía que azota América del Sur, América Latina y Panamá, no es la excepción.

Cabe resaltar que mientras que en un país como Perú, los fiscales pueden hoy contar a través de obras cómo se desenmarañó la trama; esa misma surte no ha sido la realidad de otros agentes de instrucción criminal, que han muerto a causa del periplo que enmarca la majestuosidad de cargo y otros han sido destituidos, alejados de ser héroes o considerados como tal.

Han pasado casi veintisiete años desde que se instauraron las fiscalías especializadas en delitos anticorrupción en Panamá, pero los casos de corrupción parecen haber aumentado. Lejos de ser diligentes han sucumbido en el volumen de investigaciones y carpetillas penales que lejos de minimizar el cúmulo de denuncias cada día se hace más imperante reforzarlas.

Por otro lado, las muchas críticas de los usuarios siguen logrando ante los tribunales incidencias de nulidad, donde se hace más evidente las violaciones al debido proceso legal, cada día mucho más marcadas en las investigaciones e incluso hay sensación de “investigaciones amañadas”, las que terminan en absoluciones y con sinsabores de selectividad. Sin duda alguna que la justicia tardía no es justicia.

¿Qué está fallando?

Será la investigación objetiva, rápida y eficaz, o el dilatar de algunos cuantos de la justicia con excesos de ligitiosidad. ¿Cuándo en realidad lograremos que en nuestro país caiga quien caiga y pague?, por la lesiones causadas a nuestro patrimonio común.

El profesor Robert Klitgaard da una explicación muy clara de que la corrupción es como el Sida: no distingue edad, género, raza o estatus social. Siempre va a estar ahí porque tiene que ver con la ambición del ser humano. Particularmente creo que la persistencia de la corrupción nos obliga a conseguir una voluntad política que permita confrontarla sistemáticamente y de manera sostenida.

Sin embargo, en países como el nuestro, que se ha formado con un sistema de intercambios corruptos desde el virreinato hasta la fecha, el reto es transitar de una cultura de corrupción a una cultura de legalidad y eso implica cambiar de chip, erradicar la idea de “qué hay pa’ mi”, de “yo te doy para que tú me das” o como decían en la época de mis padres ‘el presidente roba, pero hace obras’ o como se dice hoy en nuestro país, “robó, pero hizo”, Esto es justificar las acciones delictivas. Eso simplemente no lo podemos permitir.

¿Qué́ hacer si la corrupción ya se ha arraigado? Si la prevención ha fracasado, se necesita una tercera etapa de lucha contra la corrupción, un ataque directo a la enfermedad, o esto plantea nuevos problemas.

La autora es abogada y docente universitaria
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