La mayor ciudad de la frontera sur de México, Tapachula, emplea a migrantes que quedaron varados por las restricciones del presidente de Estados Unidos,...
Las manifestaciones de protesta son elemento esencial de toda democracia, pero cuando irrumpen el vandalismo y la violencia, son repudiables. Lo ocurrido ayer en la avenida Balboa -cuando grupos antimotines y obreros se enfrentaron- dejó en evidencia que la tolerancia y el respeto hacia el individuo han quedado sepultados. Restos de metales, piedras y otro tipo de materiales de construcción fueron arrojados por los obreros a los agentes de seguridad desde los pisos del edificio en construcción de la nueva sede del Hospital del Niño. Por su parte, la Policía intentaba entrar a los edificios y lanzaba bombas lacrimógenas. El resultado de esto son varios policías heridos, algunos en condiciones graves en cuidados intensivos y 480 personas detenidas. Urge entender que los objetivos de los que dirigen y planifican estas acciones que perturban el orden público son bien distintos a los derechos legítimos de los ciudadanos de luchar por lo justo. No debemos olvidar que el derecho a la protesta, básico en toda democracia, tiene como límites los que marca la ley. Velar por la propuesta de ideas y la libre discusión debe ser la norma. Hay que saber escuchar y rescatar el espíritu constructivo. El país no soporta más disturbios; necesitamos diálogo y conciliación.