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- 04/03/2023 00:00
El personaje Torrijos
Al militar panameño e indiscutible estadista se le ha valorado muchísimo más en el exterior que en nuestro país. Atribuyo esto a que en Panamá los periodistas de su tiempo carecían de la visión o “las luces largas” y sus lentes estuvieron puestos en “El Omar doméstico”, el que veían y hasta se encontraban de tú a tú en sus “Patrullajes Domésticos”, visitando pueblos, caseríos o inaugurando escuelas u otras labores que para el general se volvieron cotidianas. En esos actos cualquier ser de a pie podía saludarlo o incluso solicitarle un favor.
No obstante, por falta de formación cultural, sobre todo, el nacional no logró medir el gran valor e inteligencia increíble de ese militar bachiller -siendo tan sencillo- para comprender e incluso retar a veces la situación geopolítica que se vivía no solo en Panamá, donde una multiempresa como la United Fruit Company pudo tener desde principios del siglo XX un contrato leonino por 99 años no sujeto a revisión del Estado, en esos tiempos en que toda Centroamérica era llamada con razón “Bananas Republic”. Ese calificativo no era una metáfora. Reflejaba una verdad política, social y económica burda, donde esa megaempresa se hizo de los países del área, y cuando ganaba mil dólares contables entregaba uno a sus obreros y otro dólar de impuesto.
Omar Torrijos, copio de la estudiosa nacional Dalys Vargas:
“La llamada “Guerra del Banano” se desencadenó en marzo de 1974, con el liderazgo regional del general Omar Torrijos. Panamá propició la creación de un cartel de países productores de banano, en medio del alza generalizada del costo de la vida, resultante del embargo petrolero y el aumento drástico de los precios, decididos en 1973 por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP)”.
Agrego: en esa lucha regional contra el monopolio explotador en Centroamérica de esas empresas bananeras, Torrijos consiguió que ellas pagaran más por cajas de bananos exportados, uniendo a líderes de esas naciones y hasta con la traición escondida del mandatario de Honduras, general López Arellano, quien, con su ministro de Agricultura, sucumbió al soborno, luego confirmado.
Torrijos no solo fue el capitán del barco nacional que logra quitar del mástil la bandera de las estrellas y colocar la nacional -gracias, y siempre debe decirse, al apoyo del mayor presidente moral de los Estados Unidos, Jimmy Carter-, sino un adalid que enalteció las luchas anticolonialistas no solo de Panamá, sino también del continente. Por algo mereció ser llevado en hombros por la juventud peronista de vanguardia en Argentina hasta la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y no solo ser aclamado, sino designado “Doctor Honoris Causa”. “Jamás hubo otro hecho de ese tipo donde un militar recibe ese honor y tal vez nunca más lo haya.
Las negociaciones para lograr un nuevo tratado del Canal fueron un intrincado ajedrez, donde se dieron varias veces un paso hacia adelante y dos hacia atrás. Pero al final ganó Omar esa batalla, teniendo que aprender una paciencia franciscana. Nada como lo pinta su íntimo amigo el nobel Gabriel García Márquez, testigo de excepción de cien peripecias y desvelos:
“Hay que conocer al general Torrijos, si quiera un poco, para conocer que esos callejones sin salida le mortificaban mucho, pero no conseguían nunca hacerlo desistir de lo que se propone, Al principio de las negociaciones, cuando no parecía concebible que Estados Unidos cediera jamás, le dijo a un alto funcionario norteamericano: “Lo mejor para ustedes será que nos devuelvan el Canal por las buenas. Si no, los vamos a joder tanto, durante tantos años y tantos años y tantos años, que ustedes mismos terminarán por decir: coño, allí tienen su Canal y no jodan más”.
Preguntémonos: ¿de dónde un escritor mundial laureado como García Márquez, alérgico a uniformados, logra una amistad tan estrecha con Torrijos? U otro ejemplo en la misma línea: ¿por qué otro escritor de talla internacional como Graham Greene conoce a Omar y termina escribiendo un libro titulado “Conociendo al general”? ¿Cuándo otros hombres de letras con urticaria frente a militares -por citar solo dos- como Eduardo Galeano o Julio Cortázar viajan a saludar a un militar, como cuando vinieron a verlo a Panamá? ¿O su íntima complicidad política con Felipe González, cuando Omar lo recibía siendo aún el clandestino “Isidoro” huyéndole a Franco y sus esbirros?
¿Qué extraña brujería personal tenía Omar para sentirse como en su casa pasando cuatro horas en una talanquera apartada conversando con campesinos, y dos días después abrazarse en Estocolmo con el presidente mártir de Suecia, Olof Palme, del que se hizo amigo? ¿O por qué lo quiso tanto el legendario mariscal Josip Broz Tito, al punto que ya bordeando sus ochenta le devolviera a Torrijos sus visitas a la Yugoslavia, luego despedazada, ¿viniendo a visitar al general a Panamá?
Como su asistente, confieso que media docena de veces le hice correcciones a algunas notas suyas; ¿pero que ínfimo valor tienen esas fallas a lo que dicta una apergaminada academia de la lengua integrada por unos viejos y viejas de cera?
Omar era de carne y hueso y no podrá ser jamás beatificado; me consta. Lector en especial de biografías de personajes, esas lecturas le hicieron comprender tal vez los aciertos y desaciertos de hombres mundiales.
Su inmolación en cerro Marta la predijo con una visión de vidente: “Mi muerte ha de ser violenta, como lo han sido varios actos de mi vida”.
Y en rara confesión, me dijo un año antes de morir: “Tienes que comprender que en la política como en los cuarteles el que viene debajo de ti, aunque te diga que te quiere, hará todo lo posible para meterte una zancadilla y echarte a un lado. Es ley natural”.