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- 11/04/2022 00:00
Las gracias y desgracias de Chico Perico
“Aquel caserío, apenas tenía unos veinte ranchos de paja, con piso de tierra, separados y dispersos en la distancia a veces ocultos por el boscaje de las huertas y solo había en el centro un pequeño llano, alrededor del cual surgían unas cuatro casas, entre ellas, las del abuelo de Chico Perico, Valentín Marín, y la abuela, Martina Hidalgo. Tres de los hijos habían salidos del campo, entre ellos, Rosita y la pobre Emilia”.
Carlos Francisco Chang Marín nació en las entrañas de la patria, un 26 de febrero de 1922, en la comunidad rural de Los Leones, jurisdicción de Santiago, Veraguas. Como niño criado en el campo, se dedicó a ayudar a sus abuelos y realizar todo tipo de labores. Rodeado de la naturaleza, fue allí donde Chico Perico, apodo utilizado en su niñez y del cual se hace referencia en la novela autobiográfica para niños y jóvenes, Las gracias y desgracias de Chico Perico, escuchó la música de los árboles. Entre luces y sombras.
Chico Perico se describe como un niño que se la pasaba vagabundeando (investigando, conociendo) por el prado verde, alrededor de la choza, con un pequeño biombo-honda, para cazar pajaritos negros, pajaritos amarillos, y pajaritos azules, pero una vez escuchó el cantar del bin bin, un pequeño pájaro que tenía un arpa en su garganta “bin bin bin” era parte de su gorgojeo. El encanto por los pájaros del bin bim, piqui gordo, la capisucia o platanera, se deja ver más tarde en sus composiciones. Tal es el caso de la música y letra de “El bimbin de oro”, canción que fue grabada por Alonso Pinzón, el Bucho Ocueño, con arreglo especial del maestro Edgardo Quintero y al piano el profesor Ramos Grau. “Yo tengo un bim bin de oro, / en una jaula de plata, / llena el raudal su armonía, / cuando se desploma el día /con su pollera escarlata. /Yorelelé, le láila, morena, tengo un bim bin de oro...”.
Inicia su educación en la escuela Anexa Dominio del Canadá en Santiago, pero viene a desarrollarse intelectualmente cuando llega a la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena. En las noches de Placita, cada 6 de enero, la ocasión era propicia para que la gente de los campos que vivían alrededor de Santiago, viniesen a festejar el Día de Reyes, el cual aprovechaban para traer productos agrícolas, entre esos, verduras, frutas, la popular raspadura de Llano de la Cruz, La Peana y Cañazas Arriba; las fondas alumbradas con guarichas hacían un ambiente acogedor lleno de alegría y de grandes tertulias por los parroquianos. Era la ocasión para que Pastorcito Mojica (mejorana), Agustín Jaramillo, el Torete de Atalaya, Francisco Javier Franco (Rabel) y Rogelio Mojica (Caja) alegraran el ambiente con sus dulces y melodiosas piezas musicales, se destacaban en esa fiesta la gente de Ponuga. Las Tranquilla, Atalaya, La Peana y comunidades circunvecinas. Changmarín admiró sus talentos y dedicó décimas y dibujos a plumilla a algunos de estos cantores.
Fue el primer y principal coordinador de las delegaciones de veragüenses que participaban en el Festival de la Mejorana en Guararé, en la década de 1950, gracias a la buena amistad que había cosechado con Manuel Fernando Zárate, en esa ocasión el conjunto estaba integrado por Pastorcito Mojica, en la mejorana, cuyo toque era ritmo Sueste por seis, un temple o afinación desconocidos por muchos mejoraneros en aquella época, ya que los mejoraneros solo tocaban la afinación por 25, lo acompañó Francisco Javier Franco de Atalaya, en el rabel, en el violín y cantador de décimas Agustín Jaramillo, el Torete de Atalaya y Rogelio Farragut, en la cajita, la agrupación estaba integrada por más de quince parejas, de Las Tranquillas, Ponuga, y La Colorada.
Carlos Francisco fue un hombre incansable en cuanto a composiciones musicales, es así como la “Marcha de la escuela campesina” llega a Azuero y hoy día es asumida por el pueblo tableño como su canto de carnaval o Canto a Calle Arriba. Sobre esto, Changmarín consideró un orgullo que su obra pasará a formar parte del caudal cultural del pueblo, reconociéndose este como su propietario y dueño.
Los que hemos nacido y crecido en las regiones rurales de nuestra campiña panameña, en alguna u otra forma hemos experimentado el temor a cosas extrañas, no conocidas, a través del relato oral, de creencias y supersticiones. La tepesa, la bruja, la tulivieja, el padre sin cabeza, el canto de los pájaros nocturnos (cocorito, lechuza). El cantar de animales en las madrugadas invernales de septiembre, octubre y noviembre, son, entre otros, los cuentos y narraciones contados por nuestros abuelos, tíos, o algún personaje del pueblo, caracterizado como “cuentacuentos”.
Carlos Francisco, engrandeció la patria con tu talento, nacido de tierra adentro, supo valorar en su justa dimensión eso que llamamos cultura, arte, música, folclor, literatura, costumbres, tradiciones, porque desde ya, eres parte de nuestro patrimonio, de nuestra identidad.
Cada pueblo tiene una historia que merece ser investigada, recopilada y narrada, y cada pueblo merece tener muchas obras tan significativas como las de Carlos Francisco, en todas las disciplinas del saber, su trabajo ha sido una ventana en el tiempo, que invita al lector, al ciudadano, al estudiante y al docente a quedarse en cada una de sus creaciones literarias, cuyos mensajes han sido los de mantener la democracia, justicia y paz de los asociados; obviamente que construyó para la eternidad el desarrollo y progreso de esta tierra revolucionaria.