• 04/02/2023 00:00

Ferias regionales: oportunidades perdidas

“Es hora de generar sentido de pertinencia, orgullo regional mediante la educación, la cultura y que estos espacios de encuentro popular sean espacios transformadores y forjadores de mejores ciudadanos”

Hace años, me encargaron un texto para una publicación especializada sobre el café. Tejí una increíble historia en torno al café, de cómo llega a Panamá desde la lejana Etiopía, hasta las faldas del volcán Barú. La épica historia del grano de café cruzó grandes océanos y como el oro y la plata de América, también hizo su periplo por los caminos empedrados coloniales del Istmo de Panamá, hoy propuestos por MiCultura como Patrimonio Mundial. El café navegó por las turbulentas aguas del río Chagres. Se embarcó hasta llegar al Perú, y más lejos. Viajeros y exploradores de la ruta del Canal tomaron café en la plaza Catedral. El grano y su perfumada flor se posaron entre los trópicos de Cáncer y Capricornio y alcanzaron a subir a más de 3000 metros sobre el nivel del mar, hasta las faldas del volcán Barú. Remontó las aguas del río Caldera para transformarse en el café más cotizado del mundo. El café Geisha se transformó en leyenda, con él, las tierras, las aguas y las gentes de Boquete. La publicación fue, para mi sorpresa, galardonada con un premio mundial sobre gastronomía.

La Feria de las Flores y el Café cumplió 50 años de ser celebrada en el distrito de Boquete. Si se valora correctamente, tiene, como todas las ferias regionales, además de un agente económico, el potencial de ser un instrumento transformador de la mano de la educación, con un enfoque de reafirmación cultural. En el caso de la historia del café y de lo que representa, encontré muy poco contenido o casi ninguno.

Las ferias regionales son espacios populares que congregan al público en su búsqueda de espacios recreativos, pero que también pueden ser escenarios para la educación y afianzar cultura. En el caso de Boquete, además de explotar las ventajas y los productos que la distinguen de otras regiones, dinamizar la economía pospandemia, el lente se amplía, a un contexto global o mundial, relacionado con los mercados del café, donde Panamá y Boquete son líderes.

La Feria de las Flores y el Café abrió después de pandemia con mucho entusiasmo, pero con un pobre contenido. El espléndido escenario de flores con el potente marco del río Caldera fue el escenario del ruido ensordecedor del PH de guaro, meneo y borrachera. La feria –en mi experiencia- fue un laberinto de ventorrillos institucionales que no ofreció nada al ciudadano, más allá de unas relaciones públicas que no tienen sentido ni razón de estar allí. No encontré al Mides ni a MiCultura con una propuesta cultural, más bien estuvieron ausentes.

Las ferias tienen que reinventarse para beneficio de la gente, de la educación y la cultura popular. Las ferias necesitan un golpe de timón para cumplir con objetivos educativos y sensibilizar en otros temas que es urgente posicionar en las mentes de las comunidades.

En el escenario inminente del cambio climático y el cual debemos entender su alcance para abordar lo que los técnicos y expertos llaman “mitigación y otras hierbas”, debió haber encontrado en la feria, un nicho de divulgación. En el caso de Boquete, para hablarle a los visitantes y locales sobre las crecidas súbitas del río Caldera, los problemas de deforestación de su cuenca, así como la condición de otros ríos y montañas chiricanas. La historia ambiental -no contada- fue un elemento ignorado en y por la feria. La feria es un espacio para instruir y sobre todo, inducir a conductas que generen cambio y beneficio ambiental.

Desde la mirada de la producción cultural no hubo propuesta alguna. La artesanía ngäbe con sus “naguas” se han paseado por el mundo en manos de emprendedoras de la misma comunidad Ngäbe y lucidas por las mujeres más bellas, como, por ejemplo, por Rosa Montezuma, señorita Panamá y primera mujer de esa etnia. La Feria de las Flores y el Café de Boquete fue excluyente del aporte cultural de la comunidad Ngäbe y de las manos y las mujeres que cosechan el mejor café del mundo. No encontré en la feria la posibilidad de comprar una chácara ni un nagua. No hubo historias contadas ni producción cultural ngäbe en la Feria de las Flores y el Café. La noticia de la comunidad Ngäbe, la ofreció el alcalde de Boquete, cuando anunció el cierre de cantinas en el pueblo, tres días después de borrachera terminada la feria.

La gastronomía regional de almojábanos, tortillas, changas, bollos y demás fue reemplazada por chorizos y hamburguesas de pollo. La rica gastronomía chiricana no puede ser saboreada por turistas y visitantes.

Educación, cultura, ambiente y cambio social deberían ser los ejes sobre los cuales debían girar la Feria del Café y la Flores, de La Chorrera, la del Almojábano en Dolega, la de Palmira, la de Ocú, la de Azuero, la del Mar en Bocas del Toro, la de la Isla Tigre, la de La Naranja en Churuquita Chiquita y la de la Caña de Azúcar en Pesé, por ejemplo. Es hora de generar sentido de pertinencia, orgullo regional mediante la educación, la cultura y que estos espacios de encuentro popular sean espacios transformadores y forjadores de mejores ciudadanos.

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