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- 08/08/2024 23:00
El cuento literario, un desafío a la creatividad
La escritura no solo implica la expresión esquemática de ideas y la articulación de sentimientos mediante el uso de un lenguaje eficaz, sino la capacidad de profundizar en esas ideas y en esos sentimientos de tal forma que el lector pueda comprenderlos e, idealmente, compartirlos con el autor. Por tanto, los razonamientos y las intuiciones planteadas deben ser convincentes. Esta convicción, al igual que las que siguen, tienen la intención de serles útiles a los numerosos nuevos escritores talentosos que han ido surgiendo en Panamá en lo que va del Siglo XXI.
Si bien es cierto que cuando se trata de una escritura más compleja, como la que se da en un texto literario – poema, cuento, novela –, a menudo implica esa necesidad del autor de escribir precisamente para tratar de comprender mejor el caos interior o el del mundo externo (a veces a manera de terapia), lo cierto es que el arte de escribir bien implica esa urgencia previa por entender al menos qué es lo que en determinado momento o situación no se entiende, válgase la paradoja. Paradoja en realidad solo aparente, puesto que el solo hecho de saber plantear los elementos de lo indescifrable, lo enigmático, lo misterioso, lo contradictorio o lo absurdo de la vida, ya es una forma de empezar a descifrarla.
Su condición de ser una obra de ficción no le quita un ápice de realidad cuando ésta resulta de una adecuada combinación de pasión literaria, verosimilitud y oficio escritural. Por el contrario, aunque a primera vista parezca inverosímil, la ficción ahonda no pocas veces de formas sorprendentes en la materia prima de la realidad, haciéndola más verosímil, generalmente gracias a la gran sensibilidad de ciertos autores y mediante la solvencia singular de intuiciones poderosas.
Escribir es siempre, en buena medida, indagar y descubrir o redescubrir. Poner en perspectiva, hacer balance, tratar de entender. Pero también es – cuando se trata de una auténtica obra literaria – crear y recrear. Y al hacerlo, añadirle nueva realidad a la siempre presente realidad múltiple que entraña la vida.
El cuento, en particular, es un género que permite a su autor, mediante la síntesis y la pericia narrativa, establecer un nivel de comunicación emocional o intelectual con el lector. Hacerlo de forma precisa y contundente, independientemente de cualquier estilo que la escritura ponga de manifiesto; y en algunos casos – privilegiados sin duda – de manera inolvidable.
Así, el desafío permanente de la memoria, la súbita descarga de la intuición, la sensibilidad dejándose llevar, el certero conocimiento, la imaginación sin límites y el oficio como producto de la experiencia escritural – propias de la creatividad – todos ellos intercambiando entre sí invaluables resonancias a la hora de escribir una obra literaria orgánica, integrada, con un mínimo de originalidad, son requisitos absolutos de la creatividad.
De tal manera que, dentro de la libertad absoluta que implica todo proceso creativo, lo que no puede haber es rigidez, encasillamiento, repetición, obviedad, chatura intelectual. La fluidez prosística, en cambio, es requisito indispensable, al margen de si lo que se busca es la precisión o la deliberada ambigüedad, como suele ocurrir en cuentos fantásticos, de horror o permeados por lo absurdo.
Por otra parte, escribir implicará siempre una muy personal acumulación de vivencias profundas y de necesidades expresivas cargadas de intencionalidad, las cuales convergen en una búsqueda impostergable de significación y trascendencia. Y es que escribir artísticamente entraña, más que una simple reproducción mimética de la realidad, un ahondamiento en la experiencia humana, la cual es por naturaleza profundamente introspectiva y socialmente pertinente.
Esto quiere decir, en resumen, que el genuino creador literario – ese artista cuyas herramientas básicas de trabajo son las ideas, las emociones y las palabras – busca recrear la realidad cuestionándola, sacudiéndola, poniéndola de cabeza para así tratar de entenderla mejor; y no sólo reflejarla como si fuera un simple espejo. Y recordemos que incluso los espejos a menudo distorsionan la imagen; o por lo menos ponen a la izquierda lo que en la realidad aparece a la derecha y viceversa, sin que conscientemente reparemos siempre en ello. Por lo que tampoco los espejos son de fiar.
De ahí entonces la permanente naturaleza indagatoria, a veces increpante o contestataria de la literatura con respecto a eso que solemos llamar realidad. Por eso las obras trascendentes, las que en verdad resultan memorables, crean su propia realidad; y de paso nos sacuden, nos iluminan, nos conmueven o transforman al hacernos sentir y pensar lo que acaso antes no había sido parte de nuestra experiencia vital, como escritores y lectores. Tanto a los mejores cuentos, como a la mejor novelística que han pasado ya por la prueba de la historia y a la más apreciable poesía, son del todo aplicables estos criterios.
Termino citando al gran cuentista argentino Julio Cortázar (1914-1984), quien en alguna ocasión comentó, “creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo”.