• 15/02/2025 00:00

Educación: costo y espacio

En cierta ocasión, quizás en una de esas tertulias de cafetín, escuché a alguien decir que: “La educación cuesta, pero no ocupa espacio”. De momento no hice reflexión al respecto, sin embargo, considero que sí, de alguna manera, ocupamos espacios al educarnos. Logramos presencia social, proyección intelectual y cultural, posibles aportes científicos, literarios, económicos, sociológicos, etc. y contribuimos en propuestas para diversos tipos de cambios significativos y bienestar social.

Sabemos que una educación acendrada y meticulosamente planificada cuesta (licenciaturas, postgrados, maestrías, doctorados) pero literalmente, al no ocupar espacio, la carga intelectual del proceso aflora en circunstancias diversas. Por ejemplo: en conversaciones, exposiciones, ensayos, obras literarias, artículos periodísticos y posturas frente a los grandes retos y desafíos del país.

En el contexto actual, al igual que en otros momentos, se invierte al educarse: tiempo, dinero, energía, competencias, destrezas, etc. No obstante, en otrora, el proceso educativo ocupaba espacio físico en nuestras casas; anaqueles y cajas repletas en libros, hemerotecas, cintas audiovisuales y demás herramientas requeridas en nuestra formación académica. Ahora existen bibliotecas virtuales, almacenamiento en puertos y en el mismo computador, reduciendo así el espacio del material evidente en el proceso educativo.

O sea, la educación sigue costando (ahora mismo más que antes), pero menos son los espacios donde se retiene ese material auxiliar tan valioso como son los libros y todo documento que contribuya a que un hombre o una mujer logren ser profesionales capaces al servicio de la comunidad. De ahí que, desde nuestro humilde punto de vista, la educación no debe medirse por su costo, sino por los resultados inmediatos que vemos en nuestros egresados de universidades, academias y centros técnicos. Su espacio siempre será ese escenario donde ese hombre o esa mujer logren ejercer su profesión en aras del desarrollo económico, cultural, intelectual de la sociedad.

Por consiguiente, todo país debe ver la educación, no como un costo, sino como una necesidad imperiosa y una inversión oportuna para mejorar las condiciones de vida de su población. De hecho, en la educación existe un valor agregado para un desarrollo sostenible y nos permite contar con un as bajo la manga para humanizar, sensibilizar y alcanzar metas de crecimiento y aprovechamiento de todos los factores circunstanciales para potenciar el uso de nuestros recursos naturales.

Entonces, debemos apostar a la educación, y aquello de que “si cuesta y no ocupa espacio” no debe ser objeto de preocupación. Lo principal es que la educación sea un vehículo de sensatez, una vía para cambiar nuestra realidad de “país emergente”, para garantizar una administración del Estado de modo eficaz, justo y dinamizador de la economía, garantizando empleos bien remunerados, seguridad social, una justicia con ojos y mirada objetiva que no pueda ser burlada por intereses mezquinos de grupos de poder o de personas enquistadas en partidos políticos. Una educación que responda a nuestras necesidades, sin sesgos ni inducciones en función de proyectos maquiavélicos de grupos minúsculos y sin interés real por el país y los sectores mayoritarios. Debemos propugnar por una educación de libertad individual, pero consciente de derechos y deberes, proyección futurística y de compromiso honesto con Panamá.

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