• 16/01/2024 00:00

Cuando la protesta se transforma en anarquía

Es imperativo que aquellos que buscan reformar la sociedad y leyes lo hagan participando en el proceso democrático, y no promoviendo el caos

En un mundo ideal, las protestas y manifestaciones serían siempre el reflejo pacífico de la voluntad popular, una herramienta para impulsar cambios positivos y fomentar la conciencia social. Sin embargo, la realidad a menudo nos presenta un escenario más complejo y sombrío. Hemos sido testigos de cómo lo que comienza como un movimiento legítimo puede degenerar en violencia y anarquía, erosionando las mismas bases de nuestra sociedad y democracia.

El verdadero daño de estas manifestaciones no reside solo en la destrucción de la propiedad privada o en el desafío a las órdenes oficiales; radica en el desgaste de las reglas y leyes que nos rigen. Cuando los actos ilegales son pasados por alto por los sistemas de justicia, se debilita el cumplimiento de la ley, abriendo caminos peligrosos para aquellos cuya única intención parece ser la violencia y la desestabilización.

Esta tendencia es alarmante, ya que sus efectos se sienten con mayor fuerza en los más vulnerables de nuestra sociedad: los ancianos, los jóvenes, los débiles, los pobres. Son estos grupos, los que menos capacidad tienen de recuperarse de un ataque, quienes sufren las consecuencias más directas y devastadoras de la anarquía disfrazada de protesta social.

A menudo, detrás de estas manifestaciones encontramos a individuos con impresionantes currículos académicos y seudo compromisos de gesta social. Pero, ¿son estas credenciales suficientes para justificar la ruptura del tejido social y legal? La respuesta debe ser un rotundo no. Si bien la pasión y la convicción son cualidades encomiables, cuando se cruzan los límites de la legalidad y se promueve la anarquía, estas cualidades pierden su valor y se transforman en herramientas de destrucción.

La verdadera esencia de un cambio social positivo y duradero no radica en la capacidad de perturbar, sino en la habilidad de transformar a través de los canales democráticos establecidos. Si el deseo es cambiar las leyes, la respuesta no está en las calles, sino en las urnas. Es imperativo que aquellos que buscan reformar nuestra sociedad y nuestras leyes lo hagan buscando una curul, participando en el proceso democrático, y no a través de la promoción del caos.

Al observar los expedientes e historias de algunos líderes de estas manifestaciones, se percibe una desconexión preocupante. Pueden creer firmemente en la justicia de su causa, pero este convencimiento no los exime del respeto a la ley y al orden. La anarquía social no es el camino; es un callejón sin salida que conduce al sufrimiento de los que menos pueden permitírselo.

Es hora de hacer un llamado a la reflexión y al respeto por las instituciones que sostienen nuestra sociedad. La protesta y la manifestación son derechos fundamentales, pero cuando se transforman en vehículos de anarquía, todos perdemos. La verdadera transformación social se logra dentro del marco de la ley y el respeto por los derechos y bienestar de todos. Solo así podemos aspirar a una sociedad más justa, equitativa y verdaderamente democrática.

El autor es consultor y estratega
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