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- 06/01/2012 01:00
Carta de año nuevo a Dora Alexandra
Q uiero enviarte mis pensamientos para que vuelen a ti y a todos los hijos de Colombia en este inicio de año, que será exitoso, fracasado, dignificante, derrotista o esperanzador.
Estoy solo en mi palacete de hierba y bambú, trabajando para la patria grande y la patria chica, olvidándome un poco de mí mismo. Sin mis fracasos, caídas (aún me molesta la muñeca rota), sobresaltos y angustias, no podríamos valorar lo que nos da satisfacción, energía para seguir adelante, valor para afrontar el peligro, tenacidad para continuar, dignidad para seguir luchando y evitar a todo trance los dolores del alma, ya que las fracturas del alma duelen más que las fracturas del cuerpo.
Las miles de garzas que pasan diariamente frente a mi bohío y que te causaron un éxtasis poético alguna vez, como un regalo divino en cada amanecer y en cada declinar del día, me dan una lección de constancia, aliento y esperanza. Ellas, como desprendidas de algún jardín cósmico, ahora no siguen únicamente el curso del río. Ellas vuelan muy cerca de mi corazón: sobrevuelan y rozan, casi besando, mi rancho, construido con ternura palmo a palmo para albergar el amor; de mi rancho, tejido con pencas de palma real, que dan tanto abrigo a mi soledad como alas a la poesía.
Me siento como aquel niño desnudo y hambriento, abandonado en medio de la llanura que quiere devorarlo. El niño está solo y su corazón vuela como una golondrina hacia una noche despiadada. Así son mis garzas, como aquel viento que se posara sobre la dulce cabeza del infante, que sueña trapiches y cocadas, pero ahora verdaderos enjambres de alas descienden sobre mi humanidad estremecida, como una larga cabellera blanca, como una caricia aterciopelada, con la suavidad y ternura que sólo aves tan delicadas pueden regalar, como si fueran la mano extendida de un gran dios que comprende y se apiada de quien solo quiso ser bueno y justo para con todos.
No puedo quedarme con esa bendición para mi disfrute egoísta y, por eso, desgajo, descuelgo delicadamente un retazo, un girón, de esta blanquísima serpiente, de esta bandera y manto sagrado, y se los envío raudo a través de nubes, cordilleras y mares, a todos los habitantes de este planeta, a los campesinos e indígenas de mi patria y del mundo que lloran la desaparición de sus aguas, animalitos y bosques. Y, especialmente, envío este pañuelo blanco, empapado de mis lágrimas, a todos a quienes quiero, no importa dónde estén. Y lo envío para que, al igual que a mí, las garzas brinden consuelo a sus espíritus, luz a quienes caminan en la oscuridad y perdón a quienes alguna vez hirieron nuestros corazones.
Y, sobre todo, a ti, Dora Alexandra, delicada poeta y exquisita declamadora, que descendiste a esta tierra un 24 de julio como Simón Bolívar, con un pie en las estrellas y el otro hundido en el barro. Porque le has cantado al amor; has fustigado a los soberbios; has defendido a los humildes; has lavado los pies de los descalzos y construyes con tus manos las viviendas de quienes no tienen techo; has repartido belleza y arte; has enarbolado la bandera panameña en todos los escenarios y porque has echado a volar los sueños de nuestros libertadores. Y, especialmente, porque quien alguna vez fue la mejor declamadora de América Latina, Berta Singerman, luego de verte y escucharte declamar, exclamo: ‘¡Ya puedo morir en paz!’.
Las garzas se esfuman tras la última curva del río, pero retornarán, como mis esperanzas, al amanecer.
INTERNACIONALISTA Y ESCRITOR