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“Educad a la mujer, ilustrad su inteligencia, tendréis en ella un néctar poderoso para el progreso y civilización del mundo, una columna fuerte e inamovible en que aumente la moral y las virtudes de las generaciones venideras” (Mercedes Cabello de Carbonera, 1874).
El estudio conjunto de Botinelli y Sanhueza (2023) consigna que dentro del temprano mundo periodístico latinoamericano postindependentista los primeros esfuerzos del periodismo femenino se produjeron en Argentina “con La Aljaba (1830-1831), primer periódico argentino redactado por una mujer, Petrona Rosende de Sierra, y la revista cultural femenina Álbum de Señoritas: Periódico de Literatura, Modas, Bellas Artes y Teatro (1854), dirigida por Juana Manso”. Esas fueron, como señala González-Stephan (1998), “expresiones que testimonian la lucha incipiente por disputar un espacio público hegemonizado por la virilidad letrada”. Las investigadoras Masiello (1997) y Batticuore (2005) se reafirman en este postulado, señalando que al ser ellas pioneras impulsaron a otras mujeres a que tuvieran “una activa participación en el espacio público -aunque siempre sometidas a ácidas críticas- y se posicionasen como voces de autoridad, tanto en la prensa como en la edición de libros, frente al ideal de nación y ciudadanía instalado por la élite masculina”. Retomando a Botinelli y Sanhueza, se podrá afirmar que será en los hebdomadarios donde “las mujeres adquirieron un creciente protagonismo intelectual y literario con el transcurrir del siglo XIX, como lo ejemplifican Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera, Soledad Acosta de Samper, Juana Manso y Juana Manuela Gorriti, entre muchas más”.
En un continente con nuevas repúblicas y legiones de iletrados, el esfuerzo discursivo femenino permitió echar luz sobre las lectorías populares donde uno leía para aquellos que no podían o no sabían hacerlo. “Las hojas sueltas, la lira popular y la literatura de cordel fueron algunos de los impresos populares que más receptores tuvieron en el cambio de siglo y que no se redujeron solo a los sujetos en cafés y plazas públicas; [...] puesto que fue una práctica común en aquel entonces la lectura en voz alta en diferentes espacios de sociabilidad popular, ésta contribuyó a una difusión de la noticia periodística en una dimensión amplificada”. Es así como las mujeres dedicadas al periodismo, a pesar de las restricciones sociales y económicas (patentizadas en la discriminación salarial) imperantes en aquella época, se concentrasen en diarios y revistas que les permitiesen establecer redes regionales e interamericanas con otras escritoras, publicistas o periodistas. Un ejemplo de ello fue “El Restaurador” (1865) fundado en Lima y dirigido por la dama arequipeña Manuela Ureta de Madueño quien es considerada la primera mujer periodista del Perú. Otro ejemplo fue “La Bella Limeña” (1872) periódico dominical de ocho páginas o el periódico de modas “La Semana” de Valparaíso (1874-1877), estudiado por los investigadores Rey y Aguayo (2023), que tuvo como público objetivo a las mujeres y que entonces promovió el voto femenino.
Cornejo (2015) hace mención especial a otro periódico femenino llamado “Semanario del Pacífico” (1877-1879) -fundado en Lima y dirigido por Emilia Serrano García del Tornel- porque llegó a circular en el Istmo vía suscripción. Otro componente de las vinculaciones periodísticas panameño-peruanas y que alcanzarían niveles de cotidianeidad a partir de 1903 fueron las corresponsalías. Mediante ellas, las mujeres recababan informaciones de otras latitudes que enviaban a la redacción del Diario para su ulterior publicación; es el período en que -señala Cornejo- se tienden puentes con “La Ilustración” de Curazao, “La Estrella” de Panamá, “La Plata Ilustrada” de Montevideo, el “Correo de Ultramar” de Madrid, el “Correo” de París y “La Ondina de Plata”.
¿Se conoce el nombre de las corresponsales panameñas? La respuesta la expresa Pecharromán (2023) cuando señala que “en este contexto hay que entender el complejo fenómeno de los seudónimos. Escritoras europeas y latinoamericanas utilizaron sobrenombres femeninos, por múltiples razones. Al ocultar su identidad, aunque no escondieran su género, podían evitar la condena de su entorno más cercano”. Descubrir sus nombres es una tarea pendiente pero en lo que no hay duda es que su voz, publicada en la prensa inca, y su prestigio social se movilizaron “para asentar una posibilidad de promoción social y cultural totalmente novedosa para las mujeres” de la naciente república panameña del siglo XX. Al final del día, se puede afirmar que “la escritura fue una actividad en la que las mujeres podían descollar a pesar del contexto sexista en el que vivían” (Pecharromán, 2023).
La presencia de la mujer panameña en la prensa peruana y viceversa fue esencial para la construcción de un Parnaso binacional basado en la cooperación y para motivar una conciencia histórica que les permitiese alcanzar, décadas después, sus reivindicaciones civiles y políticas constituyéndose en un capítulo importante de la historia del periodismo femenino latinoamericano.
*El autor es exembajador peruano