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Las negociaciones entre Putin y Trump para lograr el fin de la guerra en Ucrania han provocado la histeria de las elites políticas europeas empecinadas en la continuación del conflicto, advirtiendo sobre el peligro que significa hacer concesiones a Rusia. En la paranoia belicista, Macrón, amenaza con el envío de tropas a Ucrania secundado por el primer ministro británico Keir Starmer.
En un interesante artículo publicado por la revista ABC Historia, César Cervera reflexiona sobre la histórica rusofobia europea renovada por la guerra en Ucrania. Y es que más allá del actual escenario, las elites europeas nunca han admitido a Rusia como parte del Occidente civilizado.
Señala Cervera que, a pesar de que de la mano de grandes reyes como Pedro I o Catalina la Grande, el imperio ruso se zambulló en la Ilustración, los grandes pensadores franceses del movimiento ilustrado Diderot, Voltaire, Rousseau y otros, debatieron durante años sobre si era posible civilizar a Rusia, en tanto la consideraban una región bárbara y medio asiática. Diderot defendía la imposibilidad de florecer las artes y las ciencias en Rusia, la cual declaró incapacitada para ser una tierra civilizada. A mediados del siglo XIX, Gran Bretaña tomó el relevo a Francia en la guerra política y propagandística contra Rusia. Para favorecer sus propias ambiciones sobre el imperio turco y Oriente Próximo, los británicos se valieron de la prensa para alertar de que la barbarie rusa amenazaba Europa. (Cervera 2022)
En el siglo XX el nacionalismo alemán encabezado por Adolfo Hitler terminó con el debate acerca de una Rusia europea, un pueblo de eslavos contaminados por el cruce con mongoles, árabes, cosacos, armenios y una interminable lista de etnias fue considerado menos que bárbaros, casi subhumanos. Empoderado Hitler por la facilidad con que sus fuerzas habían doblegado a toda Europa, incluida la orgullosa Francia, que no fue capaz de resistir más de tres semanas, ordenó la invasión a Rusia, seguro de que un pueblo de bárbaros no sería capaz de frenar a soldados de una raza superior. Poco se habla que las fuerzas élites de Hitler, las SS, estuvieron conformadas por miles de voluntarios noruegos, daneses, holandeses, franceses y otras nacionalidades que, aun siendo objeto de ocupación, prefirieron luchar contra los bárbaros rusos antes que defender su país. Las principales unidades extranjeras occidentales y nórdicas de las Waffen SS fueron destinadas al frente soviético de Leningrado. Combatieron duramente en Estonia y la bolsa de Curlandia. Sus miembros más fanáticos participaron en campos de concentración, o “campos de la muerte”, de manera agresiva y cruel, y por último formaron el último cinturón de defensa en torno al búnker de Hitler en Berlín.
Así pues, entre el verano de 1941 hasta junio de 1944 (invasión aliada en Normandía). Rusia luchó sola logrando cambiar el rumbo de la guerra que terminaría con la entrada del ejército rojo en Berlín en mayo del 45. Durante ese tiempo y a pesar de los esfuerzos de un honorable Franklin Delano Roosevelt, la apertura del segundo frente fue retrasado una y otra vez por Winston Churchill, quien difícilmente podía ocultar su desdén por los rusos y que además optó por defender sus colonias antes que defender a Europa después de la deshonrosa retirada de los ingleses vía Dunkerque en 1940.
La disolución de la Unión Soviética y el fin de la llamada Guerra Fría y el ingreso de Rusia a una economía capitalista suponía una nueva era de relaciones con Europa. En 1990, Estados Unidos, a través del secretario de Estado, James Baker, prometió al último dirigente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, que la OTAN no avanzaría “ni una pulgada” hacia el este si una unificada Alemania permanecía en la Alianza Atlántica. Acuerdo incumplido.
Ciertamente, Rusia tiene intereses estratégicos, económicos y de seguridad y un área de influencia histórica que se propone mantener. Pero, a lo que quiero aludir es que las potencias hegemónicas europeas, Francia, Alemania e Inglaterra, las cuales siempre han clamado sobre el peligro ruso, nunca han sido atacadas por Rusia, sino todo lo contrario. Francia con Napoleón en el siglo XVIII, ingleses y franceses en la Guerra de Crimea en el XIX, la Alemania de Hitler en el siglo XX.
Resulta difícil entender la negativa de la burocracia europea de buscar entendimientos con Rusia, lo cual sería justificable si hubiera antecedentes de acuerdos incumplidos por la Federación Rusa. Lo que escucho en estos días por parte de la dirigencia, gobiernos y partidos políticos de centro, la variopinta izquierda europea, los Verdes, la socialdemocracia, son llamados a crear un ejército único, aumento del gasto militar, mayor producción de armas, endurecer las sanciones, como si mañana Putin fuera a ordenar una invasión de toda Europa. Mientras, la ultraderecha y la ultraizquierda claman por el cese de la guerra y marchan por la paz. Resulta que los extremistas son pacifistas y los demócratas guerreristas.
No se trata de un gobierno ruso en particular, sino de una percepción malsana que la Europa occidental tiene del pueblo ruso. Cuando el ejército rojo penetraba las fronteras alemanas se desató el pánico: ¡llegaron los bárbaros! Miles de alemanes intentando alcanzar las líneas estadounidenses para entregarse al enemigo civilizado. Soldados y civiles alemanes seguían considerándose civilizados, aun siendo responsables de la muerte de millones de personas asfixiadas con gas e incineradas en campos de exterminio. Los rusos eran los bárbaros.
Pareciera que la opinión de Diderot aún vibra en la mente y el alma de las élites y parte de los pueblos de Europa. No importa que el pueblo ruso haya producido a los mejores escritores europeos del siglo XIX, Dostoievski, Tolstoi, Pushkin. No importan sus aportes en la música, Chaikovski, Stravinski, ni su ballet Bolschoi y sus grandes bailarines y bailarinas, ni sus pintores, ni sus museos, ni sus palacios ni obras arquitectónicas, ni sus aportes a las ciencias, ni siquiera el sacrifico de sus 20 millones de muertos para liberar Europa del nazismo. Un pueblo euroasiático no puede ser parte de la cultura europea.