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- 23/04/2025 23:00
La encrucijada nacional: propuestas para superarla (III)
En el párrafo que cerró el artículo precedente, publicado el pasado jueves 3 de abril, recalcaba que para superar la encrucijada que vive nuestra nación que, por sus evidentes y alarmantes connotaciones desestabilizadoras, tiende a agravarse, es impostergable construir una sólida unidad nacional y que la responsabilidad primaria de liderarla es de quienes, de acuerdo al veredicto de las urnas, tienen la responsabilidad de gobernar. Ese es su mandato, pero también su obligación, que deben cumplirla tratando de mantener la mayor sintonía posible con el sentir y las aspiraciones de la sociedad que gobiernan. Nuestro sistema electoral, por no requerir, como se exige en la casi totalidad de los países democráticos, que los elegidos para la primera magistratura deben recibir la mayoría absoluta de los votos, cuando el ganador o ganadora de los comicios no alcanza ese porcentaje, se les reconoce legitimidad para gobernar; pero su representatividad, que será minoritaria, será equivalente al porcentaje de los votos recibidos.
En esa circunstancia, cuanto menos representativo es el mandato, mayores son las dificultades para “sacar adelante” una agenda de gobierno. Ejemplo reciente fueron las enormes dificultades que confrontó la administración precedente y, más actuales, las que viene confrontando la presente que, antes que disminuir, se incrementan.
El político canadiense Poilievre, líder de los conservadores que, hasta el pasado mes de febrero parecía encaminado a suceder al ex primer ministro liberal Justin Trudeau, estuvo arraigando con éxito como estandarte de campaña su propósito de devolver a la praxis política “el sentido común”, para significar que su eventual gobierno se identificaría con las aspiraciones básicas de los electores que, en esencia, lo que quieren son soluciones prácticas y reales a sus necesidades vitales, que son las que todos los aspirantes al poder prometen resolver y que la mayoría después no cumple.
Ahora, todo apunta a que el candidato conservador tendrá muy cuesta arriba derrotar al candidato liberal y actual primer ministro en los comicios canadienses del próximo 28 de abril, entre otras razones porque se le reprocha no haberse identificado con la corriente, ahora mayoritaria, que se siente amenazada por las consecuencias negativas de las tarifas arancelarias que les ha impuesto su vecino del sur.
En otras palabras, el “moto electoral” del líder de los conservadores canadienses, de gobernar “con sentido común” parece haberse desdibujado al distanciarse del sentir mayoritario de la comunidad que aspira a gobernar.
Si trasladáramos a nuestro patio político lo que viene ocurriendo en el caso canadiense, la enseñanza que nos deja es que para alcanzar el poder y, sobre todo, para ejercerlo con efectividad, es imprescindible contar con el respaldo de la mayoría del electorado, que solo existe o se consolida en la medida en que el pueblo se siente representado por sus gobernantes.
Durante la pasada campaña, por las particulares y accidentadas condiciones en que se desarrolló y, porque nuestro sistema electoral lo permite, el candidato elegido recibió el 34,5 % de los votos válidos. En términos reales, el 27 o el 28 % del electorado. Ese resultado, claro indicador de su minoritario nivel de respaldo popular, le imponía a su gobierno “consolidar el piso político” que no le habían dado los votos. Y en sus primeras actuaciones y mensajes pareció encaminarse en ese sentido, pero, en el momento actual no está alejado de la realidad estimar que su nivel de identificación con el sentir general de la ciudadanía, si acaso, puede estimarse en un 20 %.
La mayoría de la población gobernada siente que nación enfrenta un horizonte poblado de incertidumbres, agravado por la falta de un rumbo claro en la gestión de gobierno. Ante ese panorama, quienes tienen la responsabilidad de gobernar debieran estar dispuestos a tender los puentes necesarios para reconciliar a la nación mediante el diálogo y la concertación. Esa oportunidad, así debieran entenderlo, es una puerta que cada día se estrecha más y que los plazos, acicateados por la impaciencia, se han vuelto perentorios.