• 20/10/2023 00:00

La falacia de la movilidad eléctrica

El primer auto eléctrico fue inventado entre los años 1832 y 1839

La Real Academia Española define la palabra falacia, de la siguiente forma: Engaño, fraude o mentira con que se intenta hacer daño a alguien. Por otro lado, el diccionario de Cambridge define falacia como “una idea que muchos consideran es cierta, cuando, de hecho, es falsa”.

El mundo tiene aproximadamente 15 años de vivir un agresivo empuje por parte de organizaciones internacionales y de gobiernos, todos por supuesto utilizando los fondos de los contribuyentes, en pro de abandonar por completo los combustibles fósiles para efectos de movilidad terrestre, y apostar por la movilidad eléctrica. Utilizan palabras como “sostenible”, “verde” y “amigables al medioambiente”, para introducir a diestra y siniestra este negocio. ¿Pero son nuevo los autos eléctricos? Por supuesto que no. El primer auto eléctrico fue inventado entre los años 1832 y 1839.

Durante muchos años fueron utilizados, pero con la llegada de los autos de motor de combustión interna, su demanda decreció. ¿Por qué decreció? Porque el combustible derivado de petróleo es una fuente de energía más confiable, más económica y abundante. Los mismos tres atributos que le permitieron a los combustibles fósiles jugar un rol fundamental en la mayor reducción de tasa de pobreza y tasa de crecimiento socioeconómico mundial en la historia de la humanidad.

Irónicamente, con la llegada de los automóviles de combustión interna, los autos eléctricos perdieron popularidad, y quedaron posicionados como una opción de lujo. Muy similar a lo que, a mi parecer, son hoy en día.

Un cuestionamiento muy importante que debemos hacernos. ¿Son de verdad “verdes”, “amigables al medio ambiente” o “sostenibles” estos autos? El argumento principal de los promotores de este producto es que no emite CO2. Inclusive los promueven de esa forma, como autos “cero emisiones”. Pero procedamos a examinar más de cerca el ciclo de vida de estos autos. En primer lugar, tenemos su producción, especialmente de la batería. De acorde al Centro de Consenso de Copenhagen, aproximadamente 1/3 de las emisiones por cada auto eléctrico viene de su fabricación, en particular de la actividad minera para obtener el litio y cobalto. Cuando un auto eléctrico sale de producción, en promedio ya ha emitido un estimado de 25,000 libras de CO2, en comparación a un estimado de 16,000 libras de CO2 en autos convencionales. Adicional, estamos todos de acuerdo en que la actividad minera no es del todo “verde”, ni “renovable” y tampoco “sostenible”.

También tenemos que entender, que, al ser eléctricos, su fuente de energía está en línea con la fuente utilizada para generar dicha electricidad. En Estados Unidos, por citar un ejemplo de una potencia mundial, aproximadamente un 60% de la electricidad es generada utilizando combustibles fósiles. En China, este porcentaje aumenta a 85%, en India un 77% y en Emiratos Árabes más del 90% proviene de combustibles fósiles, por nombrar algunos países líderes en materia económica y con alta contribución a la población mundial.

Tomando esto en consideración, el Centro de Consenso de Copenhage, estima que en una matriz energética mixta como la de Estados Unidos, un auto eléctrico está produciendo únicamente entre tres y cinco toneladas de CO2 menos que un auto convencional, y en un país con una matriz energética altamente dependiente de combustibles fósiles como China o Emiratos Árabes, un auto eléctrico puede producir inclusive más toneladas de CO2 que un auto convencional. Esto contemplando su producción y su uso en una vida promedio de noventa mil millas. Si a esto le sumamos los miles de millones de dólares producto de impuestos y deuda de los contribuyentes que han sido invertidos en impulsar los autos eléctricos a través de inversión directa y de exoneraciones fiscales, mi conclusión es que su costo sin duda alguna supera su beneficio.

El distinguido economista Thomas Sowell nos enseña que no existen soluciones simples a problemas complejos. Lo que existe son alternativas con su respectivo costo - beneficio, y que a lo más que podemos aspirar es obtener el mayor beneficio posible, a expensas del menor costo posible.

Respeto los deseos individuales de cada uno. Al que le gustan los autos eléctricos, que sea feliz en uno, pero dejemos de utilizar los impuestos de los contribuyentes para favorecer indirectamente agendas en particular, so pretexto de falacias. La historia nos enseña que no existe figura más democrática que los mercados. Dejemos que se encarguen.

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