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- 16/04/2025 01:00
Economía política de la agenda comercial del presidente Trump

La agenda comercial, altamente disruptiva y transformadora, que ha desplegado el presidente de Estados Unidos (EE.UU.), Donald Trump, en línea con lo que ya había anunciado durante su campaña electoral, se puede entender, aunque algunos no la compartan, desde la óptica del plan económico que él y su equipo de gobierno adelantan para materializar, lo que, desde su visión política, se necesita para hacer ese país uno grande nuevamente.
Dicho plan contempla atender con urgencia la crisis de deuda que enfrenta el país para lo que, como es lógico, urge recortar gastos fundamentalmente injustificados y fraudulentos, así como materializar una amplia y agresiva desregulación y desburocratización administrativa del Estado, con miras a hacer mucho más ágil, más libre y competitivo el ambiente de negocios en EE.UU. y así recuperar y fortalecer su tejido productivo, casi perdido a terceros países, sobre todo China. A esto se suma también una política fiscal que tiene muy claro que una alta presión tributaria es una barrera al crecimiento, por lo que se hace necesaria una rebaja significativa de impuestos para que quede más dinero en manos de los propios contribuyentes, y así fomentar más ahorro, inversión privada y consumo.
Ligado a todo lo anterior, se considera preciso aumentar la recaudación de forma exponencial. Es ahí donde su agresiva agenda comercial, basada en una revisión integral de aranceles a las importaciones, juega un papel clave, pues busca, de salida, provocar en las balanzas comerciales de EE.UU. con todos sus socios en el mundo, lo que el presidente Trump entiende como un “ajuste” necesario a ese intercambio comercial que ha de servir objetivos no sólo económicos, si no hasta de seguridad nacional.
El aumento arancelario general que ha aplicado la administración Trump hará lógico que se produzca un trasvase de capitales hacia EE. UU. para construir o renovar fábricas -donde primará la robótica y la inteligencia artificial-. Esto generará por su parte una creación de mejores puestos de trabajo -no olvidemos que el país está en mínimos casi históricos de desempleo-, que tendrán una mayor capacidad de consumo, pagarán más impuestos y, además, ayudarán a proteger el “know-how” desarrollado dentro de EE.UU., algo particularmente importante para este país que ha aprendido la lección luego de haber permitido, por décadas, que su conocimiento, fuera copiado o robado por China. Es por esta razón que la protección del conocimiento es visto como un asunto de seguridad nacional por la administración Trump, más aún en el contexto geopolítico actual.
No tengo duda de que el presidente Trump ha tomado el riesgo de una acción tan sumamente disruptiva, incluso para la propia economía estadounidense, confiado que, aun aquellos líderes mundiales que hoy por hoy claman al libre comercio -que, irónicamente, no practican-, no podrán replicar las medidas arancelarias adoptadas por EE.UU. En ese sentido, pienso que la ola de críticas y ataques que está recibiendo esa agenda comercial es injusta, ya que el actual sistema comercial internacional no es balanceado, comenzando por la Unión Europea (UE) y China.
Ambas potencias económicas son mucho más proteccionistas, comercial y financieramente, que EE.UU., aplicando niveles arancelarios y barreras no arancelarias al comercio de bienes y de servicios, sustancialmente mayores que los aplicados por este, incluso después de las más recientes medidas adoptadas por la administración Trump. Esto es incuestionable, razón por la cual resulta irónico escuchar a líderes, sobre todo de la izquierda europea, plantear, desesperadamente, que el bloque europeo busque una mayor unión comercial con China para proteger sus intereses del por ellos calificado “proteccionismo trumpista”. Olvidan en la UE que el régimen comunista de China promueve uno de los sistemas comerciales más proteccionistas, con menos libertad económica y donde es más difícil para la inversión extranjera hacer negocios a cuenta del intervencionismo estatal. Una China a la que se deben sumar, por cierto, sus socios del bloque de los “Brics” (Brasil, Rusia, India y Sudáfrica) y otros países “cuasi satélites”, todos ellos entre los mercados más proteccionistas del mundo.
Al final, luego de la incertidumbre generada por este cambio de reglas del juego, la UE, China y el resto de la comunidad internacional terminarán negociando con EE.UU. una salida a las medidas arancelarias aplicadas en su contra. Esto será así porque, guste o no, EE.UU. es el mayor consumidor de bienes y servicios del mundo y nadie querrá perder ese mercado, como tampoco querrán, ni podrán, prescindir de los beneficios de sus bienes y servicios. En consecuencia, habrá una negociación que será a expensas de sus barreras arancelarias, históricamente más elevadas que las que le han sido aplicadas y que han sufrido los bienes y servicios estadounidenses en esos mercados.
En conclusión, creo que ese escenario es lo que más temen la UE y China, y es la verdadera razón por la que han reaccionado de forma tan virulenta a la agenda comercial del presidente Trump. No es una defensa del sistema de libre comercio y los acuerdos multilaterales de la OMC lo que persiguen. Es la defensa del statu quo y sus políticas económicas proteccionistas con las que, por vía de barreras no arancelarias al comercio de bienes y servicios con el mundo -incluyendo a EE.UU.- han buscado limitar el flujo y la libre competencia fiscal y de capitales entre los mercados, tildándolas, entre otras muchas cosas, de “prácticas fiscales y comerciales nocivas”, algo que, por cierto, nos debería sonar muy familiar en Panamá.