Los acontecimientos de enero de 1964, además de otras experiencias patrióticas de la década de los 50, dejaron en la población panameña un profundo sentido de comprensión de esa palabra que para algunas generaciones era nueva: soberanía. Era una clara noción de que el país era libre, autónomo y que su vida sociopolítica podía ser determinada por la sociedad nacional sin injerencias foráneas.

Quizás por primera vez diferentes sectores de la Nación fueron conscientes del valor de ese concepto. El mismo permitía saber que, a pesar de las diferencias locales, de los enfoques variados sobre la realidad, había una especie de principio que definía el perfil nacional, no obstante, los vínculos o la presencia de militares y civiles extranjeros en el país con el propósito de resguardar la seguridad del Canal de Panamá.

Esa unidad de criterio fue la que permitió que la opinión pública nacional se levantara en desacuerdo con las intenciones de negociar aquel famoso intento de tratado conocido como tres en uno, que durante la administración del presidente Robles (1964-1968), algunos grupos intentaron que se aprobara y ratificara. Un sentimiento de rechazo fue el resultado de múltiples actividades, sobre todo por la amplia explicación que tuvo el documento de marras.

Uno de factores que determinaron el fracaso de aquel intento, fue que se escondiera al país los verdaderos objetivos y que no se dejara claramente establecido el peso que tenía la soberanía en cualquier intento de acuerdo bilateral. No estaban allí consignadas las respuestas a los deseos de la población panameña de alcanzar una autonomía sobre su territorio a lo largo y ancho de la geografía nacional.

Este corolario fue el que sirvió de base para las negociaciones que luego se sostuvieron durante la década del 70 y que dieron como resultado la aprobación de los Tratados Torrijos-Carter, que tan bien han sido explicados en el documental Hijo de tigre y mula, que se exhibe actualmente en los cines de la localidad. Fue complejo llevar este espíritu a la conciencia de los negociadores estadounidenses y hubo que hacer una campaña internacional.

Luego de casi un siglo, por fin los panameños vieron cumplidas sus aspiraciones al salir el último de los soldados, sus armamentos y los civiles que desde 1904 se habían instalado en esa faja de tierra adyacente al Canal de Panamá. Este acto implicó casi como una nueva independencia para el desarrollo de un nacionalismo en el sentido más integral que se pueda concebir para que así pudiera completarse un desarrollo sociopolítico y cultural.

La llegada a la presidencia por segunda vez de Donald Trump ha sido una oportunidad para poner en sus discursos un repentino deseo de retrotraer el tiempo previo al Tratado Torrijos-Carter, es decir, eliminar el carácter soberano de los panameños como Estado. Desde un principio hubo en sus palabras un lenguaje agresivo, que quizás pueda explicarse mejor con el barbarismo de ‘rofeo’, dirigido a un país que siempre se ha considerado socio de Estados Unidos.

Reiterarse en la descalificación del mandatario estadounidense implica que se ha propuesto deshacer todo lo que la diplomacia de ambos países ha construido durante las últimas décadas. Las sinuosas visitas de sus secretarios de Estado y de Defensa, y de otros altos funcionarios, tanto civiles como militares, confirman la puesta en ejecución de una agenda que, paradójicamente, demuestra cómo los planes para desarmar la soberanía están en marcha.

Hay que dejar claro el carácter de las declaraciones que han sostenido los personeros del Ejecutivo estadounidense, que se manifiesta ambiguo: durante su visita dan a entender que hay un franco diálogo entre pares, pero al brindar sus informes en Washington, no tienen ambages en confirmar que los planes avanzan. La presencia militar desdice el lenguaje empleado por los heraldos estadounidenses.

Es importante mantener los principios de neutralidad y soberanía en nuestra diplomacia, para que Panamá cumpla con su destino de alcanzar la paz, sobre todo en un mundo cada vez más conflictivo.

*El autor es periodista
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