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- 11/08/2024 01:00
- 10/08/2024 14:22
A principios de los años noventa, cuando los damnificados de El Chorrillo todavía vivían hacinados y acalorados en el campamento construido en Albrook tras la invasión, la redacción de La Prensa era un espacio abierto al que se accedía sin mayores formalidades ni precauciones: bastaba solo con anunciarse en recepción, subir unas escaleras y dirigirse al puesto del periodista que el visitante buscaba, y ese periodista era, buena parte de las veces, Herasto Reyes.
Herasto era un hombre delgadísimo, de enormes ojos claros y barba desordenada. Por ese entonces era editor de la sección Trasfondo, un espacio de una página entera en el primer cuadernillo del diario dedicado a reportajes, entrevistas de fondo y notas investigativas que no pocas veces incomodaron. Fue, diría, el antecedente de la unidad investigativa del periódico.
Si traigo aquí los recuerdos de esos años —yo era estudiante de Periodismo y aprendiz del oficio—, es porque la lectura del libro Pioneras de la Ciencia en Panamá, coordinado por la antropóloga social Eugenia Rodríguez Blanco, me hizo caer en cuenta de que gracias a esa redacción abierta a todos y a todas, y a la presencia de Herasto en ella, vi pasar a por lo menos dos de las mujeres cuyas vidas y trayectorias son recogidas en esta publicación que busca “visibilizar y reconocer a las mujeres científicas panameñas y sus aportes al desarrollo de la ciencia en el país”.
Una de esas mujeres fue Carmen Miró Gandásegui. La bruma de los años —y la inconsciencia de no saber, a mis 19 o 20 años, a quién tenía enfrente— hace imposible los detalles, pero en los Diálogos intergeneracionales de científicas sociales panameñas, realizado el 1 de agosto pasado en el Auditorio del Museo del Canal, Rodríguez Blanco mencionó esa frase iluminadora de la demógrafa panameña; ese “lugar de enunciación”, si se quiere, que hizo un viraje total en los estudios demográficos no sólo de Panamá sino también de la región: que no existen problemas de población, sino población en problemas.
Como explicó la antropóloga, esta forma crítica de estudiar los fenómenos demográficos le interesó particularmente dada su utilidad para investigar y comprender el embarazo adolescente, un tema al que ha dedicado varios años. Para Miró, explicó Rodríguez Blanco, “el contexto problemático que afecta a las poblaciones eran [son] las políticas neoliberales y las desigualdades”, y con ello en mente era necesario introducir variables de condición social para comprender mejor las realidades.
En el caso del embarazo adolescente, el discurso hegemónico lo piensa como punto de inicio de varios problemas (la deserción escolar, por ejemplo). El discurso emergente, por su parte, se pregunta en cambio por qué ocurre el embarazo adolescente, y hacerse esta pregunta “implica introducir factores de desigualdad”, es decir, las condiciones de vida previas que pueden incidir en el problema.
Otra de las pioneras que visitaba con alguna frecuencia el diario era Rosa María Britton, conocida no solo por su papel en el mundo de la ginecología y de la oncología —impulsó la creación del Hospital Oncológico, trabajó allí durante 20 años y fue su directora de 1982 a 1987—, sino también por su trayectoria como escritora. En su biografía una descubre, por ejemplo, que la doctora Britton estaba “harta de ver tanto cáncer en las mujeres”, y fue esa preocupación la que la llevó a involucrarse en el estudio de la relación entre la incidencia de la infección por el Virus del Papiloma Humano (VPH) y el desarrollo de cáncer cérvico uterino. Varios años después, esa inquietud la motivó a participar en las investigaciones que llevaron a la creación de una vacuna contra el VPH.
Pioneras de la ciencia en Panamá se publicó por primera vez en 2022, y este año 2024 se lanzó una segunda edición revisada y actualizada. El libro incluye la historia de vida y trayectoria de 24 mujeres, y es el resultado de una investigación biográfica y de género realizada en el marco del proyecto “Pioneras de la ciencia: porque fueron, somos; porque somos, serán”. Con este proyecto no solo se logra visibilizar a las mujeres —históricamente ignoradas—, sino que se busca, precisamente, resaltar el hilo conductor que une las vidas de estas mujeres con las vidas de las mujeres de hoy.
En este sentido, en la sección introductoria del libro se plantean las preguntas que dieron inicio a la investigación: ¿Quiénes fueron las primeras mujeres que abrieron camino en la ciencia en Panamá? ¿Cómo forjaron sus vocaciones científicas? ¿En qué condiciones familiares, socioeconómicas o culturales se encontraban? ¿Qué dificultades enfrentaron por ser mujeres y cómo las superaron? ¿Qué lugar ocupan en la historia de la ciencia en el país?
La historia de Ligia Herrera Jurado es especialmente interesante, tal vez porque una de las fuentes para su elaboración fue uno de sus hijos, Guillermo Castro. Chiricana de nacimiento, como muchas mujeres de su época estudió para ser maestra, pero tras graduarse se convirtió pronto en esposa porque “la madre de Ligia lo consideró una buena oportunidad para su hija”.
El matrimonio le quedó chico pronto a Herrera, porque Ligia quería ser geógrafa, “pero su marido no toleraba que quisiera hacer una carrera universitaria”. Según Castro, en la familia se cuenta que “mi padre salió con ´la patriarcalada’ de que si te matriculas te dejo y mi madre dijo: ¿dónde firmo? (...). Mi madre empezó a ser la Ligia Herrera que conocemos hoy a los cuarenta y nueve años de edad, que fue cuando terminó su doctorado con todos los méritos y talentos”.
Confieso que, del total de biografías, apenas he leído siete, pero en todas hay algo en común: además de romper barreras sociales y de género, muchas de estas mujeres combinaron lo académico con acciones políticas concretas: participaron activamente en la conformación de partidos, fueron parte de movimientos feministas o de organizaciones comunitarias, vivieron hechos históricos importantes que marcaron su quehacer; pero también sufrieron, como en el caso de Felicia Santizo, la discriminación no solo por el hecho de ser mujer, sino por ser mujer negra.
En los Diálogos intergeneracionales, la investigadora Nyasha Warren comenzó su exposición sobre Felicia Santizo planteándose la pregunta de cómo sus aportes, en los años 1930, permiten reflexionar sobre los problemas de lecto-escritura y justicia social que padecemos hoy. Ya en aquella época se reportaban problemas de sobrepoblación en las escuelas, infraestructuras inadecuadas, falta de bibliotecas, libros desactualizados y falta de personal calificado; falencias que todavía hoy se escuchan año tras año, sobre todo cuando está por empezar el ciclo escolar.
Santizo, consciente de su origen, se empeñó en alfabetizar a la población afroantillana, porque el hecho de no saber leer y escribir en español limitaba las posibilidades de mejorar sus condiciones de vida, en un contexto de discriminación explícita y fascista. Pero, como también sabía que las condiciones de partida no eran las mismas para todas y todos, se preocupó por crear comedores escolares y roperos en las escuelas, para apoyar a los que menos tenían.
Las investigadoras que participaron en los Diálogos intergeneracionales forman parte de un nuevo capítulo del proyecto “Pioneras de la ciencia en Panamá”, que busca fortalecer los puentes de conocimiento entre las que fueron y las que hoy son, pero también ampliar la investigación sobre los aportes de las pioneras y los contextos en los que les tocó desenvolverse. Estas investigadoras son Marcela Camargo, Marixa Lasso, Guillermina De Gracia, Nyasha Warren, Nanette Svenson, Lourdes Lozano, Ana Quijano, Yolanda Marco y la propia Rodríguez Blanco.