Uno que es el grupo de Bohuslan Big Band fue en el Centro de Convenciones de Ciudad del Saber
En la plaza toca:
Porque Puma Zumix Grupo juvenil que interpreta...
El 15 de diciembre de 1976, una gran parte de la comunidad nacional se regocijaba con la inauguración del Museo del Hombre Panameño, que fue el resultado de políticas de desarrollo asumidas por el Gobierno, tendientes, entre otras, a fortalecer “la motivación y la personalidad nacional” (Moreno Lobón: 2014).
Las metas de tal política se referían a la “valoración propia de lo panameño, de su cultura, de su historia y de sus tradiciones”, que se traducían tangiblemente en la creación de museos, conservación y restauración del patrimonio edificado, estímulo a las investigaciones antropológicas y de historia del arte, inventario del patrimonio histórico, control de los bienes patrimoniales y una eficaz labor editorial (de Araúz, [1980], 1983) Todo ello bajo la dirección de Reina Torres de Araúz, directora de la Dirección Nacional de Patrimonio Histórico, quien, con su equipo de trabajo, convirtió en realidad una gran parte de tales metas.
El Museo del Hombre Panameño, ubicado en el edificio neoclásico que fue por muchos años terminal del ferrocarril en el Pacífico, construido y manejado por los estadounidenses, ofrecía otra lectura a la comunidad nacional y extranjera. El edificio revirtió a Panamá y eso representaba una conquista panameña. Se dispuso varios años después para un fin benéfico: construir un museo que contribuiría con la educación, la socialización, la recreación y la promoción del turismo.
El área en la cual se instala es muy concurrida y popular, servida por medios de transporte populares: buses y “chivas”, es decir, se garantizaba su accesibilidad. En esa terminal, durante la administración estadounidense, se aplicaba la discriminación racial, con espacios separados y mobiliario diferenciado para negros y blancos. El museo acabaría con tal situación, pues se abrió para todo público al que se le empoderaba, mostrándole su origen y posterior desarrollo.
En atención a las recomendaciones del arquitecto Felipe Lacouture, consultor de la Unesco (Lacouture, 1974), se constituyó en la primera institución museística del país que contempló un diseño especial para sus muebles; la museografía incluyó fotografías, dibujos, maquetas, maniquíes, dioramas y seleccionadas sus piezas, procedentes de una rica y variada colección arqueológica y etnográfica. Lastimosamente, no contó con un cuerpo de investigadores, pero se aprovechó la amistad, los contactos con profesionales y el trabajo investigativo de doctores y doctorandos extranjeros para hacer la curaduría de la colección arqueológica y de algunas exposiciones temporales, así como para actualizar la información de las colecciones en depósito, pues para esa década pocos antropólogos y arqueólogos había en el país y los existentes ocupaban cargos en el gobierno.
El objetivo esencial del museo se centró en la identidad nacional, por lo que la exhibición de inicia a partir del surgimiento del istmo y se concibe para destacar a mujeres y hombres desde sus orígenes hasta el presente, al valorar además de sus raíces, los aportes posteriores de otros grupos llegados en distintos momentos y circunstancias. Durante la conquista y colonización: españoles y afros; para la construcción del ferrocarril, mayoritariamente afroantillanos y asiáticos; en la construcción del Canal en sus dos momentos, afroantillanos, centroamericanos, centroeuropeos y suramericanos.
Las salas destacaban el trabajo, el arte y alimentación de la población precolombina. La historia, ubicación geográfica y cultural de los grupos indígenas, hispano-indígenas, afros y las minorías étnicas, en exhibiciones atractivas y textos sencillos. No se descuidaron otros servicios. Contó con una biblioteca especializada en arqueología, antropología e historia; una sala educativa donde se hacía la inducción a los estudiantes, una sala de exposiciones temporales que variaba frecuentemente sus exhibiciones tendientes a atraer al público y a divulgar las investigaciones que se realizaban.
Operó un taller de restauración para mantenimiento y reparación de las colecciones etnográficas, y de arqueología, que también prestaba servicio a otros museos. Tienda y cafetería muy frecuentadas y un auditorio utilizado para obras de teatro, conferencias, congresos, talleres, música de cámara, recitales. Además, con frecuencia salía de sus instalaciones para llevar exposiciones o charlas a instituciones en la ciudad o al interior del país.
Fue servido por un personal capacitado para atenderlo y el público respondió al asistir por propia iniciativa, mediante visitas guiadas, interesado en las exposiciones temporales o atraído por los actos en el auditorio, y demostró con su presencia su complacencia con la institución y sus objetivos.
En la década de los ochenta, una serie de circunstancias afectan la bonanza del museo, entre ellas, la recesión mundial que incide sobre Panamá. Ante tal situación, se toman medidas como la disminución de la inversión pública, estimular la participación privada y racionalizar el gasto público. (Moreno Lobón; 2014).
Todo ello provoca afectación al presupuesto, a lo que se agrega la muerte del general Omar Torrijos, gran admirador del museo y de la doctora Reina Torres de Araúz, hechos que ralentizaron la continuidad del proceso museístico, así como la ausencia de parte del personal que fue preparado para diversas funciones en el mismo. De tal manera, mermaron las actividades y desmejoró la condición física del edificio por falta de mantenimiento y nombramiento de personal. Al final de los ochenta, la invasión motivó el robo de algunas piezas y daños a las instalaciones, además de las consecuencias morales y físicas que causó a la población (Camargo Ríos, 2003).
Medidas tomadas a finales de los noventa le asestaron un golpe fatal del cual no se ha recuperado. Desde hace más de veinte años, gobiernos y público en general han olvidado la institución y, a pesar del intento por alojarlo en lo que se construyó como Museo del Niño y la Niña en Llanos de Curundú, este resultó fallido porque el edificio no era el adecuado para sus colecciones, por la poca frecuencia de medios de transportes en el sector, por lo menguado de sus exhibiciones, por la lejanía del centro de la ciudad.
Con semejante escenario, ha quedado en un limbo de donde emerge ocasionalmente con las noticias que a muchos nos alienta: se va a reconstruir y ampliar y nuevas exposiciones se ubicarán en sus salas, pero poco después, la falta o aplicación de políticas culturales, que implica la dotación de recursos, la determinación de prioridades y decisiones impide la finalización de la obra (Camargo Ríos, 2016).
Próximo a su cincuentenario ¿habrá una decisión gubernamental de terminarlo? Todavía se está a tiempo de concluirlo y reabrirlo y hacer honor a su rica colección que incluiría tanto la precolombina como la etnográfica, para destacar la continuidad de la humanidad panameña.
Su reapertura representaría un gran apoyo para el sector educativo, un elemento llamativo para impulsar el turismo, la socialización y la recreación, un gran estímulo para el pueblo panameño, que se merece una institución que le señale sus orígenes, que le muestre cómo se ha ido formando esta nación y que reconozca el esfuerzo de hombres y mujeres, entre ellas, Reina Torres de Araúz que sintió orgullo de su nacionalidad y ofreció su capacidad, pasión, trabajo y amor por este país, en el esfuerzo de establecer este museo y otros en la ciudad capital y en el interior del país.
La autora es exdirectora del Museo del Hombre Panameño, hoy Museo Reina Torres de Araúz, historiadora y museógrafa