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- 09/01/2025 00:00
- 08/01/2025 19:04
En 1922 Friedrich Wilhelm Murnau ingresó a la historia del cine con una obra maestra de lo terrorífico, Nosferatu, una historia no autorizada basada en la obra de Bram Stoker, Drácula. Murnau se centró en quién fue Drácula antes de ser Drácula, la maldición de su existencia y su implacable búsqueda de satisfacción y control sobre todo lo que le rodeaba. La cinta se convirtió en un clásico del género de terror y Max Schreck en el hombre que encarnaría al ícono en ruinas para siempre en el imaginario colectivo.
Su Nosferatu, el conde Garf Orlock, se hace pasar por un excéntrico conde que busca adquirir un castillo en un pequeño pueblo europeo como máscara para encontrar a Ellen, una mujer que cautiva al vampiro milenario. Ahora, el guionista y director de La bruja, El faro y The Northman, Roger Eggers, trae su propia visión del Nosferatu que es más un animal que un humano o que incluso una representación demoníaca.
Debo confesar que al entrar a verla esperé una historia sumida en el terror que debe producir un vampiro sediento de sangre que manipula sexual y mentalmente a una pobre mujer atormentada por su unión espiritual con él, pero el elemento más terrorífico fue la prueba de moralidad carnal. ¿Hasta qué punto pueden los cineastas hacer a su vampiro horrible —cadavérico, satánico, áspero, con grums y costras— hasta que sea demasiado feo, demasiado difícil de manejar no sólo para contemplarlo, sino también para entenderlo?
¿Puede un actor transformar tanto los efectos, las prótesis y lo visualmente grotesco hasta lograr rendir a la audiencia para caer ante su horrible atracción que ataca directamente a la carnalidad y elude la razón? Al momento de ver la interpretación de Bill Skarsgard la respuesta puede ser que sí. Por poco más de dos horas, Eggers dirige a un elenco cargado de talento, con Lily-Rose Depp, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson, Emma Corrin y Willem Dafoe siendo la mejor versión posible de sus personajes, luchando constantemente con la necesidad de rendirse ante el miedo, al deseo o perseverar en la razón que se nubla con cada escena en la que Nosferatu se comunica telepáticamente.
Eggers, fanático del Nosferatu de Murnau, logra concentrarse en lo clásico de la historia, pero también en dar su propio giro a la trama. Esta es la historia de una espeluznante transacción inmobiliaria en 1838. Un joven abogado recién casado e inexperto llamado Thomas Hutter (Nicholas Hoult) viaja desde su ciudad alemana inventada de Wisborg a Transilvania. Un tal conde Orlok (Skarsgard) tiene puesta la mira en una propiedad en la región, pero exige que los documentos de cierre se firmen mediante una visita a domicilio.
Pese a que la narrativa sigue los pasos de Murnau, Skarsgard lo completa con una habilidad espeluznante de provocar una voz tan gutural como provocadora (tanto de seducción como de miedo) y ser el centro de atención en cada escena en la que se muestra. Controlador, oscuro y cruel, Skarsgard muestra un Nosferatu que no se detendrá ante nada para reinar junto a su novia –cargada con el peso de ser la única capaz de llevarlo al abismo–, Ellen (Depp).
Uno de los éxitos de Eggers es su elección de elenco, con Skarsgard a la cabeza dando el tono necesario para que el resto de la cinta se sienta como un castigo, así como una experiencia inexplicable. Depp y Hoult se encuentran corriendo uno hacia el otro en cada momento, a veces sin lograr esa conexión innegable de una pareja enamorada (aún para los estándares de la época que buscan recrear), pero logrando explorar las emociones encontradas de estar en un matrimonio destinado a dejar de existir, pese a sus mejores intenciones.
Hoult carga con un personaje que busca ser normal, sin presiones, pero acaba siendo unidimensional al ponerse al lado del resto del elenco. Sí, sus impresiones de miedo y al estar frente al terror en persona son convincentes, sin embargo, deja algo más que desear al enfrentarse a la verdad del Nosferatu, lo que debería haber sido su segundo ataque al personaje vampírico, perfeccionado tras su experiencia en Renfield (2023) con el toque humorístico de Nicholas Cage.
Dafoe es el mago de la historia, al lograr llevar consigo una serie de monólogos crípticos y cargados de emociones mientras guía a los demás personajes a comprender la seriedad del sacrificio de Ellen y las conexiones de la tragedia colectiva con la llegada del vampiro. Corrin y Taylor-Johnson se paran firmes como matrimonio centrado en las comodidades de la época y la normalidad a la que tanto aspiran en sus roles asignados; es casi imperceptible que Corrin haya sido aquella Lady Di en The Crown con su aún más aguda timidez y conformismo en esta cinta.
Desde el comienzo, Depp hace un trabajo memorable como el objeto de los deseos del Nosferatu, Ellen Hutter, casada por amor, pero obligada a cumplir con un antiguo ritual para salvar la vida de todos los que ama. Su conexión con Nosferatu se mece entre el propio odio y desagrado y la seducción del miedo puro. “No puedes amar” es su línea más fuerte en la cinta, que desafía al monstruo que la acorrala a una vida infeliz, para luego valientemente sumirse en el único final posible de su miseria.
Eggers se mantiene en dar toques históricos, realistas y a la vez fantásticos para captar la atención en sus movimientos de cámara, detallistas y curados para hacernos sentir lo más incómodos posible, retando nuestra percepción de lo que Nosferatu debe ser. Cada una de sus cintas anteriores es el resultado de un estudio cuidadoso, una intensa investigación histórica y un diseño inmersivo, algo que también se encuentra en Nosferatu, pese a que no se podría posicionar por encima de alguna de las demás.
Eggers se sumerge en la historia y el folclore al escribir el guion de la película. Como resultado, hay suficientes elementos de la mitología de los vampiros que no se han explorado antes en una película, principalmente porque muchas películas de vampiros se basan principalmente en otras películas de vampiros en lugar de libros o artículos académicos. Hay un dibujo de la esencia de lo que enfrentan los héroes que tiene poca relación con el rostro del mal que asume Nosferatu cuando habla con los mortales. Es profundamente grotesco, un mamífero depredador con cualidades humanoides.
El cuerpo del Nosferatu desafía lo que podríamos imaginar al verlo mayormente cubierto con una gruesa gabardina, dejando en claro el arte y maestría dedicada a crear un monstruo que va más allá de la muerte misma, si no a una encadenación de su propia alma a un cuerpo putrefacto y hundido en sus propios demonios. Es posible que el arte de los efectos visuales en Nosferatu llame más la atención que la propia historia, cargados de saltos entre colores fríos y cálidos, saltos, aumentos de zoom, ráfagas y movimientos lentos, así como una sorpresa de mostrar una enorme sombra de la mano con garras de Orlok volando como un dron sobre las casas de Wisborg, lo cual es el tipo de expresionismo exclamativo que Murnau habría implementado también en algún concepto.
Eggers equilibra temas de abandono e impulsos salvajes y perversos contra una acumulación incremental y estrictamente controlada de terror, permitiendo destellos de comedia sombría que luego sigue con momentos de puro terror: una toma de las calles hirviendo de ratas, o de Knock (Simon McBurney), desnudo, demente y manchado con entrañas de animales. La banda sonora, de Robin Carolan atrapa el silencio de forma ensordecedora, los pasos son su sinfonía, hasta que llega a la cumbre de lo inquietante cerca de la batalla final con Nosferatu, simplemente con el objetivo de hacer que tengamos piel de gallina hasta el momento final.
Nosferatu llega como una de las cintas memorables para iniciar el año, al dar una historia clásica con metáforas modernas, humanas, imperfectas. Eggers muestra una visión en desarrollo frente a la cámara, sin miedos ni tapujos, llega hasta el extremo de la incomodidad y la seducción que proviene de la crudeza de la maldad sin límites.