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- 08/09/2021 00:00
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Agradezco profundamente al Comité Organizador la designación para llevar la voz de los escritores en el acto en el que inauguramos nuestra Feria Internacional del Libro, que este año celebra su vigésimo aniversario. Es una distinción que me honra y llena de orgullo por el gran respeto y aprecio que me merecen mis colegas escritores, quienes con sus obras han sabido defender nuestra identidad nacional con palabras que se afanan por seguir arando y cosechando frutos en ese árido campo que es el quehacer cultural. La ocasión es buena para compartir con tan distinguido auditorio algunas reflexiones en torno, precisamente, a la cultura y a los libros.
Lamentablemente, la cultura no es un tema popular. No figura en las encuestas, rara vez aparece como noticia en los medios de comunicación y tampoco es asunto que se vuelva viral en las redes sociales. Debo aclarar que cuando hablo de cultura no me estoy refiriendo a las cualidades que adornan a un individuo debido a sus inquietudes académicas o artísticas. Al hablar de cultura apunto hacia esa amalgama de elementos, a ese tejido conjuntivo invisible que permite a los pueblos encontrar y afianzar una identidad que los conduzca a actuar homogéneamente en la búsqueda del bien común.
El devenir de la historia va dejando impresos en el genoma de los pueblos los elementos que conforman la cultura hasta convertirla en atributo distintivo, en rasgo inequívoco de identidad. Son varios los ingredientes que integran la cultura de una nación: el lenguaje, los valores éticos, las costumbres, el folklore, las creencias religiosas, las realizaciones científicas, industriales y artísticas, incluyendo la música, la pintura y, por supuesto, la literatura. En fin, la cultura es aquello sin lo cual el crecimiento económico nunca puede devenir en desarrollo sostenible y el grado de inversión no significa más que una medición económica vacía de contenido para la gran mayoría de la población.
La historia nos enseña que los países más cultos y civilizados del orbe, aquéllos cuyos orígenes se pierden en un pasado remoto, han logrado sobrevivir grandes catástrofes y cruentas revoluciones para retomar el camino del progreso precisamente porque entre sus habitantes ha existido una identificación con el suelo patrio, una raigambre que les permite actuar unidos superando escollos y calamidades coyunturales. Ocurre, sin embargo, que los países en vías de desarrollo ya no tienen tiempo de envejecer, ya no pueden cincelar su perfil cultural al ritmo parsimonioso del transcurrir de los años. El avance inusitado de la tecnología y, en especial, de las comunicaciones, nos sitúa en competencia permanente con países mucho más desarrollados y nos obliga a adecuar nuestras instituciones al progreso que inexorablemente se produce en el mundo. Y no hay forma de lograrlo sin aquella educación que en el lapso más breve posible, al mismo tiempo que propicia el avance de la investigación y la tecnología, crea entre nosotros el grado de cultura necesario para ser países íntegros con unidad de propósitos. Es por ello que debemos estimular y pedir a gobernantes y gobernados que se aboquen a la tarea impostergable de crear en nuestras naciones una base cultural permanente, sin matices políticos, que nos sirva para emprender, con una sola voluntad nacional, la lucha por alcanzar el bienestar de nuestros pueblos. Actos como esta feria del libro constituyen un paso firme en esa dirección, como también lo han sido la feliz creación del Ministerio de Cultura y la pronta expedición de la Ley General de Cultura.
La piedra angular del desarrollo cultural son los libros, esos acompañantes silenciosos que nos permiten abrirlos y cerrarlos a discreción, que nos enseñan y educan sin reclamar nada a cambio, y que desde que el hombre pasó del relato oral a la palabra escrita han servido de faros orientadores del saber humano en el mar proceloso de la incomprensión y la barbarie que lamentablemente han signado la historia de la humanidad. El libro es un emblema invulnerable de libertad, un símbolo permanente de la capacidad del ser humano de rebelarse contra el despotismo. Por algo los tiranos, unánimemente, los consideran su peor enemigo y los condenan a la hoguera sin saber que las ideas gozan del don de la inmortalidad.
Ferias del libro como la que hoy dejamos inaugurada tienen la enorme virtud de crear espacios de encuentros entre lectores y escritores para que unos y otros comprendamos que somos parte de un mismo fenómeno, el de la creación literaria, y que la literatura, así concebida, está en la esencia misma desarrollo cultural, elemento indispensable, repito, para afianzar nuestra identidad panameña, única forma de enrumbar al país hacia un futuro en el que predomine una verdadera democracia participativa.