Confesiones de una librera

Actualizado
  • 08/12/2024 00:00
Creado
  • 07/12/2024 16:55
No es fácil dedicarse al mundo de los libros en Panamá: los servicios de impresión son costosos, falta materia prima, editores, cultura de calidad, promoción, distribuidores y librerías

Durante veinte largos años fui reportera. Empecé a ejercer el mejor oficio del mundo en los tempranos noventa, cuando la humareda y el dolor de la invasión todavía sangraban en muchos cuerpos. Para ese entonces, muchas familias seguían viviendo en los campamentos de Albrook, tras perderlo todo en el bombardeo e incendio del barrio de El Chorrillo.

Quizás uno de los mejores testimonios que he escuchado sobre la noche de la invasión ha sido el de Héctor Collado, escritor panameño que para ese entonces vivía en el corazón del barrio y que, una tarde cualquiera, me compartió la sorpresa, el terror, los ruidos y los gritos, los llantos y la impotencia, la rabia de vivir como damnificado...

De aquella experiencia son estos versos: “Llegaron/ con sus bestias metálicas/ devorando casas y vecinos/ mordiendo las paredes a balazos/ desgarrando las esquinas/ los recuerdos”. Y estos otros: “La muerte vino y se instaló/ con sus bases/ y le robó el cielo a los pájaros/ dejó el barrio sin casas/ y las casas sin padres/ y a los padres sin hijos/ y a los hijos sin besos. Y uno desarmado/ y solo. Desarmado/ y llorando de rabia”.

En la niñez, en la ya lejana década del setenta, solíamos acompañar a padre a sus tertulias literarias. Iba madre, claro, y todos los hijos, y en medio de los saludos y las lecturas en el DEXA, los libros iban y venían. Tal vez ahí empezó el gusto. O en la Casa Azul, con Esther María Osses, entre hamacas, telarañas y muñecas negras.

Existe una foto familiar donde está padre frente a una mesa larga repleta de libros, en una feria que organizaban en la Casa Club del parque Omar. En la casa siempre había libros, aunque no todos de fácil acceso. En la ciudad siempre había pequeñas ferias, mercadillos, librerías y actividades literarias... O al menos así lo recuerdo yo.

En 2020, cuando la pandemia impuso realidades nuevas, empecé en el camino del oficio librero. Primero como una idea para sobrellevar el encierro y procurar la sanidad mental; luego, como proyecto “en serio”, es decir, como una librería “sin paredes ni muros” —como alguna vez dijo Consuelo Tomás, otra escritora amiga—, para desde allí ofrecer, en principio, los libros que no encontraba en otras librerías.

¿Por qué escribo sobre esto? Porque hace apenas unos días conversaba con un colega periodista que desde hace años gestiona una editorial local, y con frustración evidente me contó que no había podido imprimir más libros porque ¡no había papel en Panamá! El asunto derivó en un intercambio breve sobre los muchos vacíos del “ecosistema editorial” panameño, un tema al que los funcionarios del área de cultura deberían prestarle más atención.

En Panamá, no es fácil dedicarse al mundo de los libros. Supongo que es una realidad compartida en muchos países, pero en Panamá es especialmente complicado porque no existen políticas para incentivar la producción editorial: los servicios de impresión son costosos, falta materia prima, faltan editores, falta cultura de calidad (desde los autores hasta las imprentas, pasando por los funcionarios), falta promoción, distribuidores, el mercado es pequeño y el servicio de correo, inservible para la venta en el extranjero.

¿Cómo se traduce todo esto? En libros pobremente editados, una oferta escasísima de títulos e imposibilidad de crecimiento para quienes se aventuran a “jugar” en un mercado regido, también, por el sálvese quien pueda. En una nota anterior señalé que el estado de la literatura y del mercado librero en este país responde a la instrumentalización de los espacios literarios, es decir, a la creencia de que el libro es sólo un producto comercial. Pero el libro es mucho más que eso: es puente hacia la imaginación, refugio ante tempestades, respuesta para los afanes, símbolo de belleza, fuente de conocimiento y compañía en tardes lluviosas.

En medio de estas tareas libreras, por ejemplo, se ha abierto una puerta inmensa a un mercado editorial que es como piñata para infantes. Si bien en Argentina se ha complicado el escenario con la entrada de Milei —es más caro importar libros—, la cantidad de pequeñas editoriales y librerías, y la diversidad de líneas temáticas de cada una de ellas, es tan amplia que una queda con la quijada en el piso. Lo mismo ocurre en México y en Colombia.

En Bogotá, por ejemplo, se puede organizar un viaje para dedicarlo, casi que exclusivamente, a la visita de librerías. Son tantas, y con tan amplia oferta, que no hay manera de ir a todas. Encima, en muchas de ellas organizan con frecuencia encuentros, lecturas y conversatorios sobre la actualidad política y social, por lo que el periplo se convierte, también, en una oportunidad para tomarle el pulso a la ciudad.

Hace unos días se anunció que la novela Solo un poco aquí, de María Ospina Pizano, ganó el Premio Nacional de Novela 2024 en el país sureño. ¿El tema? Los animales que se mueven o que los forzamos a moverse; “una invitación a virar la mirada hacia los misterios y percepciones de otros seres que nos acompañan en el planeta”, según reseñó la Biblioteca Nacional de Colombia en su cuenta de Instagram.

Unos días antes, la Editorial Minúscula de Barcelona publicó, también en Instagram, que había salido al mercado En la cabaña, de Gabrielle Filteau-Chiba, en donde la autora cuenta “los días de un enero gélido en que Anouk, la narradora, que ha dejado atrás la gran ciudad, habita una pequeña cabaña en el fondo del bosque, cerca del río Kamouraska”. Sin duda, se asemeja a los días de Thoreau en Walden.

El asunto acá es que el mundo de los libros es vasto y rico, y que en Panamá es necesario mejorar las condiciones, ampliar la oferta y apostarle al sector. Los libros sobre los hábitos atómicos están bien, pero las posibilidades van mucho más allá que eso.

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