El Parlamento Centroamericano (Parlacen) surgió al fragor de las dictaduras y guerras civiles que sufría Centroamérica en los años 80, y se formalizó en 1991 como un organismo de encuentro político para el desarrollo de la región y su integración. Al menos eso pretendía ser en el papel, ya que, tres décadas después, el Parlacen no cuenta con la capacidad ni el prestigio para constituir un espacio de consensos. Tampoco puede mostrar resultados tangibles que justifiquen la permanencia de Panamá en él. Más allá de haberse convertido en un refugio para políticos corruptos y exjefes de Estado con casos pendientes con la justicia -que además le cuesta a Panamá cerca de 2 millones de dólares anuales-, cabe preguntarse cuál debe ser el rol del país en la integración centroamericana. Sobre todo, para un organismo que se constituyó dentro de una visión de postguerra fría, donde los intereses de los pueblos centroamericanos poco tuvieron que ver. Corresponde hacer un análisis riguroso que contemple los intereses nacionales en materia de migración, turismo, comercio y seguridad. Ciertamente, ofende ver a exfuncionarios buscar la impunidad que tristemente les da el Parlacen, algo que debe cesar. Pero, no erremos la discusión; se trata de un problema de política exterior sobre el cual la actual Cancillería tiene que resolver con premura.

Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones