Si de algo hay certeza en la vida es que esta, eventualmente, terminará. El Día de los Difuntos es precisamente una fecha que, entre otros aspectos, nos recuerda ese orden natural de las cosas. Nos invita a reflexionar sobre aquellos que ya no nos acompañan y también sobre qué estamos haciendo para honrar su recuerdo en un país acostumbrado a deambular sin memoria. Hace apenas un año, nos llenamos de luto por los fallecidos durante las protestas antimineras, hechos que ahora se miran como “lejanos”. Hoy debatimos sobre el futuro de la Caja de Seguro Social, pero no recordamos a quienes sufrieron el envenenamiento por dietilenglicol hace 18 años, o de los difuntos anónimos que ha cobrado la violencia delincuencial este 2024, que suman ya más de 450 personas. Un día como hoy debemos recordar a nuestros fallecidos con el deseo puesto en que todos podamos irnos de entre los vivos, como dicta ese orden natural, de viejos, dignamente, no en medio del tropel de unas protestas, ni por fallas en el sistema sanitario o por la inseguridad que azota el país.

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