El buen trato en casa y una vida sin violencia son algunos mensajes incluidos en las letras de las ‘Chiquicoplas’, una versión de las tradicionales coplas...
Entre tantos problemas y también oportunidades para los panameños está destaponar el Darién. Reitero aquí lo que digo con más detalles en ensayos publicados en Reflexiones sobre Panamá y su destino de 1990 a 2024 (www.omarjaen@com.pa). Un cortísimo tramo selvático y pantanoso en Panamá y Colombia de apenas 87 kilómetros (distancia de Panamá a Coronado) en el llamado tapón del Darién, impide la unión por tierra de toda la América, al contrario de lo que sucede en Asia, región con países que han padecido graves conflictos históricos, con gente muy diversa, donde se puede circular por carretera (7.800 kilómetros) desde Singapur hasta Vladivostok, en Rusia.
El istmo panameño aún en el siglo XXI es el que une desde hace más de cien años los océanos mediante su canal marítimo, pero separa América en acción contraria a nuestro profundo interés y a nuestra función histórica. Además, renunciamos a explotar valiosos recursos geográficos para nuestro desarrollo integral.
En el lado panameño, la alternativa más corta cuenta 58 kilómetros (distancia de Panamá a Capira) de carretera asfaltada por construir entre Yaviza y Palo de las Letras en la frontera con Colombia, en parte con kilómetros de trillos desde Paya, mientras que en el lado colombiano hay 53,5 kilómetros, pero requiere de un gran puente sobre el río Atrato y un viaducto sobre inmensos pantanos. Con la tecnología actual el proyecto de ingeniería es fácilmente viable y su costo financiero razonable para unir por tierra las Américas y abrir nuevas y prometedoras vías de desarrollo para Panamá, Colombia y la vasta región continental.
Carreteras y ferrocarriles refuerzan la seguridad fronteriza y ayudan a controlar actividades ilegales ya que las autoridades pueden acceder más fácilmente al sitio donde suceden y erradicarlas rápidamente. Una selva sin vías de comunicación es socavada mediante la deforestación. Es el caso del Parque Nacional de Darién, que es cada vez más un lugar de deforestación descontrolada y lugar poroso que facilita actividades ilegales.
La seguridad nacional y la prosperidad de Panamá, su papel como país clave en la inmensa cuenca del Pacífico y en América, exigen que los panameños tomemos esta decisión rápidamente y destaponemos al fin nuestras mentes, Darién, Panamá y todo el continente. Tema que no genera aplausos ni popularidad; sin embargo, debe afrontarse con urgencia y responsabilidad.
El Servicio Nacional de Fronteras (Senafront), miniejército disfrazado de policía fronteriza, se ha tomado el territorio darienita e impone su autoridad a medias, al tiempo que los indígenas y taladores ilegales siguen deforestando a diestra y siniestra. La población continúa aumentando, pero los servicios sociales precarios son los de un Estado panameño más bien ausente en parte por la incapacidad de nuestros políticos y administraciones públicas. La red vial fue abandonada por el Ministerio de Obras Públicas del último quinquenio presidencial y se encuentra en pésimo estado en espera de una acción más enérgica.
Darién, con más de 60.000 habitantes, incluyendo sus comarcas, es un territorio rico en recursos naturales, en biodiversidad y en culturas. Indígenas de varias etnias conviven con negros de origen colonial, muchos descendientes de emigrantes del cercano Chocó, y con inmigrantes mestizos del resto del país. Otorgan, a ese territorio, su originalidad cultural con sus valiosísimos aportes, que se mantiene en gran parte al margen del progreso, olvidado y enclavado, excepto por la acción de los migrantes irregulares, de los explotadores de sus recursos naturales y de empresarios y campesinos que son actores de una ganadería en expansión.
No hay aún un plan concreto para destaponar de manera inteligente y razonable el Darién y menos aún para unirnos por vía terrestre con Colombia (por carretera o ferrocarril hasta Medellín, proyecto mucho más interesante que otros, que merece un estudio detenido) de manera ordenada y productiva. Los panameños rehusamos este debate y no advertimos voluntad nacional para mejorar radicalmente el futuro de la creciente población darienita. ¿En pleno siglo XXI nos falta todavía madurez para encarar racionalmente este tema?
A finales del siglo XIX, lo repito, hubo proyectos más visionarios cuando en 1893 el ingeniero estadounidense William Findlay Schunk, propuso destaponar el Darién y enlazar mejor Centroamérica con Sudamérica mediante un ferrocarril de San José de Costa Rica hasta Quito en Ecuador, antesala de Perú, que pasaría por Panamá y Colombia.
Políticos han propuesto cerrar el Darién, misión imposible, para evitar las hordas de inmigrantes ilegales para el norte, aunque ya estén en neto descenso, mientras que son infundados los temores atávicos sobre nuestros inmediatos vecinos. En Colombia el entusiasmo desde finales del siglo XX por destaponar Darién cedió el paso a la indiferencia. En 2011 se cayó el proyecto del lado colombiano cuando el presidente Álvaro Uribe decidió no construir el puente Cacarica sobre el Atrato. El trazado más corto, Lomas Aisladas-río Atrato-Hito Palo de las Letras, despierta objeciones ambientales y sociales y se han propuesto al menos dos alternativas, un poco más largas, para unir por carretera y/o ferrocarril a Colombia con Panamá y destaponar al fin el Darién. Algunos ambientalistas expresan reservas sobre esa acción, pero una actitud racional y serios estudios de impacto ambiental y sus medidas de mitigación deberían resolver sus preocupaciones.
Ojalá los gobiernos de los presidentes José Raúl Mulino y Gustavo Petro lancen una iniciativa para retomar el tema por los estudiosos, planificadores y visionarios de Panamá y de Colombia y en especial por los darienitas y la gente de Chocó y Antioquia. Ambos países asumiríamos responsabilidades compartidas para resolver este asunto como de interés binacional y continental, que merece la mayor atención prioritaria.