• 08/04/2025 00:00

Un panameño en Filipinas a principios del siglo XIX

Un joven istmeño, José Juan de Icaza Arosemena, que nació en la ciudad de Panamá el 11 de junio de 1785, partió del istmo por 1808 y después de atravesar el ancho océano Pacífico llegó a las islas Filipinas, lugar en plena pujanza demográfica y económica, enviado para dedicarse a negocios de importación-exportación por su tío Isidro Antonio de Icaza Caparroso (1745-1808), comisionado en Ciudad de México de la Real Compañía de Filipinas, y sus hijos, poderosos comerciantes intercoloniales e internacionales. Llegó a un archipiélago filipino gobernado por España hasta 1898, que era la avanzada más importante del Occidente en Asia a 16.500 kilómetros, en las antípodas de Panamá.

Partió cuando el istmo era un lugar de paso de ejércitos españoles que venían a combatir a los criollos que preparaban las independencias de las naciones de esta parte del mundo o los sobrevivientes que pasaban por aquí de regreso a Europa. Fue cuando Panamá se había abierto al comercio legal con Jamaica entre 1808 y 1816. Se ausentó del istmo por lo menos durante dos décadas.

José Juan de Icaza Arosemena, después de más de un mes embarcado, debió llegar de Acapulco al puerto de Cavite, junto a la capital del archipiélago asiático. Allí se encontró con su primo hermano el coronel de milicias Juan Agustín del Águila Icaza (ca.1770-ca. 1834) y recibió un poco después al abogado oidor y fiscal de la Real Audiencia de Manila, Pedro Antonio del Águila Icaza (1782-1837), también su compatriota y primo hermano, quien partió a ese destino en 1816 y estuvo al menos veinte años en esa capital asiática.

José Juan de Icaza Arosemena llegó a un país mucho más desarrollado y poblado que el istmo panameño (1,8 millones de habitantes en Filipinas contra 110 mil almas en Panamá). Arribó a la puerta de entrada del comercio de Occidente a través de la ruta transpacífica a partir de la costa mexicana, de Acapulco, con el Imperio chino, la mayor potencia económica del mundo en ese entonces, en la víspera de su control por parte de Europa en el siglo XIX.

El personaje arribó a las Filipinas, archipiélago con una exuberante geografía tropical, pero muy diferente culturalmente, una gente, una historia y un entorno asiático radicalmente distinto al panameño. Se instaló en la cúpula de la sociedad de origen hispánico que gobernaba desde Manila. Vivió en la sede de la élite del país y frecuentó la antigua iglesia barroca de San Miguel Arcángel, fundada por los jesuitas en 1603, templo donde se bautizaban sus descendientes que portarán el apellido de Ycaza con Y griega, que no existe en el País Vasco y que no tuvo su abuelo emigrante de España a Panamá un siglo antes, Juan Martín de Icaza Urigoitia (1711-1765).

Una pequeña vía en el centro de Manila cerca del Palacio Presidencial de Filipinas conocida como Malacañang, se llama calle Ycaza, en el moderno barrio de San Miguel frente al río Pasig en su orilla derecha, que fue un arrabal comercial de Manila en el decimonono, lo que demuestra la importancia que alcanzó el apellido en ese lejano lugar. En realidad, es una nomenclatura urbana para honrar a su nieto, Enrique Barretto de Ycaza (1850-1919), fundador de la célebre fábrica de cerveza San Miguel y para reconocer al apellido materno que se impuso porque parecía de mejor prosapia.

Así, José Juan de Icaza era ya en 1814 regidor del Ayuntamiento de Manila, calificado de “americano”, reelecto el año siguiente, y en 1824 se registró la presencia del comerciante como regidor de esa corporación municipal, la única que existía en las Filipinas, que todavía reunía a lo más granado de la burguesía de origen español de la capital.

De veintiséis años, José Juan de Icaza Arosemena contrajo matrimonio en Manila en 1811 con María Josefa de la Trinidad Bilbao Esteban y Fernández de Luna, dama de una familia prominente. Era una adolescente de dieciséis años de familia de origen vasco, que nació en Filipinas en 1795 y murió en Manila de solamente treinta y dos años en 1827. Con ella tuvo mediana descendencia, ocho hijos, seis de los cuales permanecieron en el archipiélago asiático. Estos se integraron a su clase dominante y más ilustrada con prole notable educada hasta en la Universidad de Santo Tomás (fundada en 1611), de Manila, la más antigua del Extremo Oriente, que tendrá gran beligerancia en la sociedad filipina a lo largo de siglos, desde el decimonono hasta el XX (comerciantes, industriales, intelectuales, abogados, pintores, consejeros reales), mientras que dos hijos menores, Ramón María (1819-1902) y Luis Antonio de Icaza Bilbao (1820-1885), regresaron con su padre al istmo antes de 1830 y se radicaron definitivamente en Panamá para tener descendencia. Volvió a su patria en una época de coyunturas bajas, entre las peores, un poco antes de la mítica frase atribuida a Rufino Cuervo (1801-1853) al atravesar el istmo para Ecuador en septiembre de 1840: “el que quiere conocer a Panamá que venga, porque se acaba”. Era justo el momento cuando la capital panameña, en gran parte en ruinas y parcialmente despoblada, rozaba 5.000 habitantes, la mitad de los que estaban antes de la crisis, mientras que Manila sobrepasaba los 120.000.

A los 51 años, José Juan de Icaza Arosemena falleció en Panamá el 24 de octubre de 1836 y fue enterrado de cruz baja, signo de humildad, rodeado de su nueva esposa desde 1834, su prima María de los Dolores Vicenta Pérez de Ochoa Arosemena (1811-1853) y sus ya numerosos parientes istmeños. Hay más información en mi libro Migraciones y Redes Internacionales.

*El autor es geógrafo, historiador, diplomático
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